5. El último recital 11 de septiembre de 1825
La gran frustración para cualquier amante de la música de Beethoven es no contar con ningún legado sonoro de su talento como intérprete, que según todos los testimonios estaba a la altura del que poseía como compositor. Antes de empezar a escribir música, se había revelado en su adolescencia como un pianista superdotado, especialmente cuando se entregaba a la improvisación. Como otros genios de la época, dio su primer concierto a muy temprana edad, con solo ocho años. Fue en 1778 en Colonia, y a partir de ahí su fama creció de forma constante. Contó con extraordinarios profesores –Haydn, Albrechtsberger y Salieri–, y todos coincidieron en que a un talento descomunal se unía un carácter díscolo y rebelde que solo permitía enseñarle hasta cierto punto. A partir de ahí, volaba solo.
TODOS LOS AÑOS SE CELEBRABA EN VIENA UN CERTAMEN DE piano en el que quedaba siempre vencedor, incluso cuando competía con reputados intérpretes llegados de fuera. Sus biógrafos Jean y Brigitte Massin describen el guion que seguían estos duelos musicales: “El otro toca con una perfección, pureza y delicadeza dignas de Mozart. Beethoven está de mal humor, se sienta al piano, golpea las teclas como un bruto, improvisa, hace llorar a todo el mundo y hace añicos a su rival”.
Durante muchos años combinó la labor de compositor con la de pianista. El músico checo Václav Jan Tomásek escribió tras asistir a un concierto de Beethoven en Praga: “Me sentí tan profundamente humillado que no toqué el piano en varios días”. Su colega, el austriaco Carl Czerny, dijo que “llegaba a producir tal impresión sobre cada uno de sus oyentes, que a menudo los ojos se llenaban de lágrimas y muchos estallaban en sollozos”. A medida que crecía su fama, empezó a exigir innovaciones técnicas a los fabricantes de instrumentos para que sus obras se pudieran interpretar adecuadamente.
Pero la sordera y la mala salud le terminaron apartando de las teclas. El último recital del que se tiene noticia fue repentino, en un almuerzo ofrecido en Baden por su editor de París, Maurice Schlesinger. Este había viajado a la ciudad alemana para conseguir los derechos de edición del XV Cuarteto, que Beethoven estaba componiendo entonces. El éxito que obtuvo cuando lo presentó ante sus amigos le animó, y, tras la comida, se sentó al teclado y se entregó a su querida improvisación, pese a que ya estaba totalmente sordo. Unos dicen que el concierto duró veinte minutos, otros lo alargan hasta una hora. Aquel día la tapa del piano de Beethoven, que se había abierto ante el público por primera vez treinta años antes, en el Burgtheater de Viena, se cerró definitivamente.
La vida de Beethoven estuvo marcada por el dolor y los trastornos que sufrió. No solo por su famosa sordera, sino también por afecciones gastrointestinales, respiratorias y cardiacas, además de sífilis, problemas oculares y cirrosis hepática. Esta última enfermedad fue consignada por el médico en la autopsia como la principal causa de su muerte a los cincuenta y seis años. Ciertamente el músico fue aficionado al alcohol –se dice que bebía una botella entera de vino con cada comida–, pero un reciente estudio publicado en La Libre Belgique por el sumiller y doctor en Física Fabrizio Bucella, de la Universidad Libre de Bruselas, cree que fue un factor extra lo que realmente le mató. Según un análisis toxicológico del pelo y los huesos, Beethoven presentaba altas concentraciones de plomo en su organismo. Dice Bucella que el músico usaba gafas de cristales plomados, pero que eso no explicaría los niveles registrados por la analítica. Este experto piensa que el plomo estaba en el vino que consumía. El escritor francés Jacques Dupont, experto en historia de la enología, coincide. En su opinión, los vinos alemanes y húngaros que tomaba Beethoven se trataban a menudo con un compuesto de monóxido de plomo para suavizar su sabor y rebajar la acidez.
La intoxicación por plomo también ha sido esgrimida para explicar la sordera. Beethoven empezó a notar dificultades de audición cuando tenía veintiocho años. A los cuarenta y cuatro ya estaba totalmente sordo y era incapaz de mantener una conversación sin la ayuda de notas escritas. Sin embargo, según un estudio publicado en el American Journal of Medicine por Avraham Cooper, Sunil Nair y Joseph Tremaglio, del Beth Israel Deaconess Medical Center y la Harvard Medical School, “hace falta un diagnóstico unificado para explicar los fallos multiorgánicos de Beethoven, incluida la sordera”. Estos expertos apuntan al síndrome de Cogan, un trastorno autoinmune caracterizado por la inflamación de los vasos sanguíneos que afecta al hígado, intestino, articulaciones, ojos y oídos, como la principal causa de sus problemas de audición y de la mayoría de sus males.
El genio alemán no se privó de nada a nivel de enfermedades. Podría decirse que en realidad tuvo una pésima salud de hierro, dado que llegó hasta los cincuenta y seis, que en su época no era poco. Y es que también padeció arritmias cardiacas que, según un reciente trabajo publicado en Perspectives in Biology and Medicine, influyeron en los singulares patrones métricos de sus composiciones. Los expertos han usado sus partituras para analizar el corazón de Beethoven. Por ejemplo, la Cavatina, obra para cuarteto de cuerda en si menor, op. 130, presenta en mitad de un movimiento un brusco cambio tonal –la clave pasa a do sostenido mayor– y una alteración de ritmo que evoca oscuridad y desorientación, como si al músico le faltara el aliento. Los investigadores hallaron también huellas de arritmia en otras composiciones, caso de la sonata para piano en la menor, op. 110, o de la sonata Les Adieux. De acuerdo con el cardiólogo Zachary Goldberger, de la Universidad de Washington y principal autor del trabajo, estas piezas son electrocardiogramas musicales.