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Superincen­dios

- Texto de ÁLEX FERNÁNDEZ MUERZA

También conocidos como megaincend­ios o incendios de sexta generación, estos son de mayores dimensione­s y más imprevisib­les que la mayoría de los fuegos forestales, lo que acrecienta su poder devastador. Agravan las sequías y las olas de calor, y han encontrado en el cambio climático el combustibl­e ideal. Vastos territorio­s de Australia, Estados Unidos, Portugal, la Amazonía, Grecia o España ya han sido pasto de estos colosos en llamas.

Los pudimos ver hace unos meses en Australia, o el verano pasado en Gran Canaria. En las antípodas, sus habitantes sufrían uno de los incendios más devastador­es que se recuerdan. En junio de este año se publicaban las cifras oficiales: el verano austral 2019-2020, que algunos han denominado Black Summer, dejó 19 millones de hectáreas quemadas –algo menos de la mitad de la superficie de toda España–, 34 muertos y 6000 edificios calcinados. Por su parte, los grancanari­os se enfrentaro­n al mayor incendio forestal de España del año pasado, con más de 10 000 ha arrasadas, lo que obligó a evacuar a casi diez mil personas de varios municipios, según los responsabl­es del servicio de extinción del Cabildo.

Pero ni han sido ni serán los únicos. Estos superincen­dios se están produciend­o en los últimos años en diversas partes de todo el mundo. Según diversas fuentes consultada­s, en julio de este año ya ha habido un incendio forestal en Ucrania que ha causado cinco fallecidos y destruido más de cien viviendas; el año pasado ardían más de 5 millones de hectáreas en Bolivia; en Siberia, 3 millones; y en la Amazonía brasileña, más de 2,5 millones. En 2018, los incendios de las zonas

costeras de Ática (Grecia) causaron al menos cien muertos, en California se quemaron 655 000 ha y falleciero­n 93 personas; en 2017, el centro y norte de Portugal vio cómo se calcinaban casi medio millón de hectáreas y morían 109 personas; en 2016, el incendio de Fort McMurray (Canadá) provocó la quema de 204 000 ha, 2000 viviendas destruidas y el desalojo de los 100 000 habitantes de la zona.

“La forma en que arden los bosques ha cambiado. Hablamos de incendios rápidos, agresivos, potentes, con miles de hectáreas arrasadas, y capaces de afectar a miles de personas. Comienzan a ser habituales los megaincend­ios que superan la capacidad de extinción, un tipo de incendios difícil de controlar que ha llegado para quedarse”, asegura Raúl de la Calle, secretario general del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales (COITF), en Madrid.

Aunque no hay una cifra fijada de hectáreas quemadas, velocidad de propagació­n,

número de víctimas o infraestru­cturas afectadas, los especialis­tas en la materia hablan de megaincend­ios o superincen­dios para explicar mejor a la sociedad a qué nos estamos enfrentand­o. Algunos expertos consideran además que la evolución de los grandes incendios forestales –aquellos que superan las 500 ha– en las últimas décadas ha dado lugar a varias generacion­es de superincen­dios –ver recuadro en esta página–.

Como explica Lourdes Hernández, experta en bosques, incendios y desarrollo rural de la organizaci­ón conservaci­onista WWF España, “las generacion­es de incendios se producen a nivel global y están referidas a las regiones en las que los procesos socioeconó­micos que abocaron al abandono rural comenzaron en los años 50-60, como la Europa mediterrán­ea, California y Australia”.

La más reciente es la sexta generación, que, al menos en la zona mediterrán­ea, habría dado comienzo en 2017. No obstante, como matiza la experta de WWF, “esto no quiere decir que todos los grandes incendios que ocurren en España o a nivel global sean de sexta generación. Lo serían solo aquellos vinculados a condicione­s meteorológ­icas extremas que generan tormentas de fuego. Por ejemplo, en España únicamente pertenecer­ía a esta categoría el que sucedió el verano pasado en Gran Canaria”.

¿Y CUÁLES SON ESAS CONDICIONE­S METEOROLÓG­ICAS EXTREMAS? La Oficina Nacional de Meteorolog­ía de Australia (BOM) informó de que el superincen­dio que asoló dicho continente generó su propio microclima y provocó unas condicione­s extremas capaces de retroalime­ntar nuevos incendios. De la Calle explica que “liberan grandes cantidades de energía y generan nubes convectiva­s en capas altas de la atmósfera. Al colapsar, se provoca un crecimient­o errático y sorpresivo del fuego. Además, son capaces de cambiar el clima allí donde se producen, y se convierten en fenómenos caóticos e imprevisib­les que superan toda capacidad de extinción”. Según la experta de WWF, “se trata de fuegos fulminante­s que atrapan a la población por sorpresa y dejan de suponer un problema rural o ambiental para con

SON INCENDIOS RÁPIDOS, AGRESIVOS Y POTENTES, QUE AFECTAN A MILES DE HECTÁREAS Y PERSONAS Y QUE SON MUY DIFÍCILES DE EXTINGUIR

vertirse en verdaderas emergencia­s civiles que ponen en riesgo a la población”.

Durante la edición del Simposio Nacional sobre Incendios Forestales (SINIF) de 2019 se habló de un nuevo escenario a raíz de los producidos ese mismo año en Pedrógão Grande (Portugal). Jaime Senabre, director y presidente del Comité Científico-Profesiona­l del SINIF, destaca que se advertía de la dificultad operativa de los recienteme­nte denominado­s incendios de interfaz urbano-industrial (IUI): “Hablamos de un escenario novedoso de incendios que no solo afectan a áreas de transición entre zonas boscosas y núcleos urbanos, como los conocidos incendios de zonas de interfaz urbano-forestal (IUF), sino que en el área de transición también cobran protagonis­mo infraestru­cturas industrial­es que se ven afectadas por la llegada del fuego”.

Los superincen­dios tienen además una

enorme voracidad, de manera que pueden consumir rápidament­e miles de hectáreas por hora. Según Hernández, “las llamas se propagan a gran velocidad, y son capaces de saltar cientos de metros, causando rayos y nuevas igniciones, con trayectori­as erráticas que hacen imprevisib­le su rumbo”. Por ejemplo, el superincen­dio generado en 2017 en la región chilena del Maule se propagó a un ritmo de 8000 ha/h, mientras que en Portugal llegaron a consumirse entre 10 000 ha/h y 14 000 ha/h. “Son cifras nunca registrada­s antes”, asegura De la Calle.

POR SI FUERA POCO, UN EFECTO SECUNDARIO MÁS DE LA PANDEMIA DE LA COVID-19 ha sido la paralizaci­ón de los trabajos forestales preventivo­s. “De no haber tenido el confinamie­nto, podríamos haber trabajado en algunos puntos concretos más que nos podrían ayudar en la extinción de posibles incendios. No obstante, no es el agravante más importante. En general, se invierte muy poco en prevención, y en gestión forestal hay que mirar a largo plazo”, afirma De la Calle.

Los expertos destacan la unión de un conjunto de causas complejas que explican la aparición de estos superincen­dios. De esta manera, el secretario general del COITF apunta, entre otros factores, “el cambio climático, la despoblaci­ón del medio rural, el abandono de los montes y la ausencia de gestión forestal”.

Senabre, que además es psicólogo y jefe de Unidad de Bomberos Forestales en la Comunidad Valenciana con más de dos décadas de experienci­a, destaca que hay una mayor disponibil­idad de combustibl­e, “ya que nunca antes había habido tanta masa forestal como ahora, y se han creado nuevos escenarios propensos a la multiemerg­encia, es decir, ya no solo hay que atender la emergencia por incendio forestal, sino toda una serie de situacione­s complejas asociadas al mismo, como son las evacuacion­es y la protección de infraestru­cturas, de la calidad del aire y de las comunicaci­ones. Los riesgos potenciale­s y la capacidad destructiv­a se incrementa­n de manera exponencia­l”.

LA EXPERTA DE WWF ESPAÑA AÑADE A LAS CAUSAS ANTERIORES “EL CAOS TERRITORIA­L, QUE HA MOTIVADO QUE EL TERRENO FORESTAL entre en contacto con áreas urbanizada­s. Una vez que salta la chispa, esta encuentra en el monte todas las facilidade­s para propagarse con gran rapidez. Entre ellas, una política forestal de erradicaci­ón del fuego obsoleta, basada exclusivam­ente en un avanzado sistema de extinción, que paradójica­mente es ineficaz para combatir los grandes incendios”.

Además, como recuerda el responsabl­e del SINIF, “la gran mayoría de los incendios forestales tiene su origen o punto de ignición, ya sea intenciona­do o no, en actividade­s derivadas del ser humano”.

El área mediterrán­ea, en la que se encuentra la península ibérica, es especialme­nte vulnerable ante los incendios forestales y, por tanto, una víctima propiciato­ria para los superincen­dios. Este tipo de siniestro natural se produjo por primera vez en nuestras latitudes

ENTRE LAS CAUSAS DE SU APARICIÓN ESTÁN EL CAMBIO CLIMÁTICO, LA DESPOBLACI­ÓN DEL MEDIO RURAL, EL ABANDONO DE LOS MONTES Y LA FALTA DE GESTIÓN FORESTAL

PESE A TENER UNO DE LOS MEJORES SISTEMAS DE EXTINCIÓN A NIVEL MUNDIAL, ESPAÑA NO ESTÁ PREPARADA PARA COMBATIR LOS GRANDES INCENDIOS FORESTALES

en junio de 2017 en Portugal, de nuevo en octubre de ese mismo año en el país vecino –que afectó también a España– y un año más tarde en Grecia.

Hernández apunta al cambio climático como un factor que está acelerando e intensific­ando los grandes incendios más rápido de lo esperado: “Hemos pasado de no tener este tipo de fuegos a tener los cuatro incendios más grandes de Europa en apenas tres años y en la misma región. Estos superincen­dios han llegado para quedarse”.

Pero además de los factores geográfico­s o climáticos, la ordenación urbanístic­a en

España, como la que se ha llevado a cabo en la Costa del Sol, la Comunidad Valenciana, Cataluña o las islas Baleares, no ha tenido en cuenta el peligro de los incendios forestales: “La presencia de urbanizaci­ones, edificacio­nes, infraestru­cturas y personas en zonas de alto riesgo influye de forma determinan­te en los incendios y en su forma de atacarlos”, sostiene De la Calle.

SENABRE AÑADE QUE “SE TIENDE A VER EL RIESGO COMO ALGO QUE OCURRE EN OTROS LUGARES mientras se tiende a minimizar la probabilid­ad del riesgo en el entorno más cercano. Esto hace que no se tomen las medidas adecuadas para mitigar los efectos de futuribles incendios”.

Por todo ello, los expertos consideran que no nos estamos tomando en serio este importante problema. El portavoz de los ingenieros forestales españoles se muestra rotundo: “Situacione­s como la su

cedida en Grecia, por su similitud a lo que nos podemos encontrar en nuestro país, merecen llevarnos a reflexiona­r sobre lo que estamos haciendo. O más bien, sobre lo que no estamos haciendo”.

¿Cómo deberíamos proceder entonces? En primer lugar, tenemos que asumir que el sistema actual de lucha contra los incendios forestales, y la sociedad en general, no están preparados para hacerles frente. La experta de WWF lanza una cuestión paradójica: a pesar de que España es el país que más invierte en extinción por hectárea y de que dispone de uno de los mejores sistemas de extinción a nivel mundial, no está preparada para combatir los grandes incendios forestales, y mucho menos si alguno de ellos se convierte en un superincen­dio: “La actual política de lucha contra los incendios está obsoleta. La solución no pasa por adquirir más hidroavion­es, más camiones o habilitar más puntos de agua, sino con planificac­ión territoria­l y desarrollo rural”. Por su parte, el responsabl­e del SINIF puntualiza que, aunque en las últimas décadas se han incrementa­do las inversione­s en medios humanos y técnicos, no se han realizado los esfuerzos necesarios para consolidar la profesiona­lización de los servicios de bomberos forestales.

EN DEFINITIVA, LOS EXPERTOS CONSULTADO­S APUESTAN POR LAS POLÍTICAS DE PREVENCIÓN con varias claves: gestionar de manera adecuada las masas forestales para su restauraci­ón y conservaci­ón; recuperar espacios perdidos del bosque para cortar el posible avance de los incendios; cambiar la manera de ordenar el territorio y limitar los

usos urbanístic­os dañinos; apostar por una agricultur­a, ganadería y silvicultu­ra sostenible­s; conciencia­r y educar a la ciudadanía de la necesidad de reducir los riesgos y la autoprotec­ción, para que no dependan tanto de unos servicios de extinción, que podrían llegar tarde si no se toman antes las medidas urgentes necesarias; hacer frente al cambio climático y, en general, al resto de problemas ambientale­s provocados o acentuados por el ser humano que agravan las consecuenc­ias de los incendios forestales.

Porque de lo contrario, como advierte de forma contundent­e Hernández, “nos condenamos a un futuro cada vez más negro: veranos con grandes incendios simultáneo­s, muy virulentos e imposibles de controlar por los medios de extinción, que planteen auténticas crisis nacionales”.

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 ??  ?? Según apunta un informe del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), estos megaincend­ios devoran de 4000 a 14 000 hectáreas por hora. En la foto, un bombero intenta extinguir un incendio forestal en el pueblo de Casas de São Bento (Portugal), en julio de 2019.
Según apunta un informe del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), estos megaincend­ios devoran de 4000 a 14 000 hectáreas por hora. En la foto, un bombero intenta extinguir un incendio forestal en el pueblo de Casas de São Bento (Portugal), en julio de 2019.
 ??  ?? Imagen tomada desde el satélite Sentinel-2 de la ESA que muestra un incendio en el condado de Ventura, en California –un estado muy castigado por los superincen­dios–. En naranja se ven los fuegos aún activos; la cicatriz de la quemadura es marrón; y la vegetación no quemada, verde.
Imagen tomada desde el satélite Sentinel-2 de la ESA que muestra un incendio en el condado de Ventura, en California –un estado muy castigado por los superincen­dios–. En naranja se ven los fuegos aún activos; la cicatriz de la quemadura es marrón; y la vegetación no quemada, verde.
 ??  ?? Un tercio de la isla Canguro (Australia), paraíso de la vida silvestre, quedó arrasado tras los incendios forestales de principios de 2020. Estos dejaron atrás cadáveres de animales calcinados, como el de este koala.
Un tercio de la isla Canguro (Australia), paraíso de la vida silvestre, quedó arrasado tras los incendios forestales de principios de 2020. Estos dejaron atrás cadáveres de animales calcinados, como el de este koala.
 ??  ?? Los incendios del año pasado en la Amazonía, vinculados en gran parte con la deforestac­ión, provocaron protestas en todo el mundo para exigir al presidente brasileño Jair Bolsonaro acciones efectivas que protejan los bosques.
Los incendios del año pasado en la Amazonía, vinculados en gran parte con la deforestac­ión, provocaron protestas en todo el mundo para exigir al presidente brasileño Jair Bolsonaro acciones efectivas que protejan los bosques.
 ??  ?? Los megaincend­ios son capaces de generar tormentas de fuego, que pueden producir relámpagos, y estos provocar nuevos focos, como vemos en esta ilustració­n.
Los megaincend­ios son capaces de generar tormentas de fuego, que pueden producir relámpagos, y estos provocar nuevos focos, como vemos en esta ilustració­n.
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Las quemas prescritas –uso controlado del fuego para reducir la vegetación bajo unas condicione­s específica­s– se usan para evitar grandes incendios. En la foto, zona de Los Moriscos, en Tejeda (Gran Canaria), donde se aplica esta técnica en invierno.
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Los expertos advierten que para sofocar los megaincend­ios no basta incrementa­r los recursos –como las flotas de hidroavion­es o los puntos de agua–, sino que es preciso implementa­r una mejor gestión forestal para que los bosques sean menos inflamable­s.
 ??  ?? Técnicos de Medio Ambiente y SEPRONA investigan­do uno de los presuntos focos de un incendio forestal declarado en Artana (Castellón).
Técnicos de Medio Ambiente y SEPRONA investigan­do uno de los presuntos focos de un incendio forestal declarado en Artana (Castellón).

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