Superincendios
También conocidos como megaincendios o incendios de sexta generación, estos son de mayores dimensiones y más imprevisibles que la mayoría de los fuegos forestales, lo que acrecienta su poder devastador. Agravan las sequías y las olas de calor, y han encontrado en el cambio climático el combustible ideal. Vastos territorios de Australia, Estados Unidos, Portugal, la Amazonía, Grecia o España ya han sido pasto de estos colosos en llamas.
Los pudimos ver hace unos meses en Australia, o el verano pasado en Gran Canaria. En las antípodas, sus habitantes sufrían uno de los incendios más devastadores que se recuerdan. En junio de este año se publicaban las cifras oficiales: el verano austral 2019-2020, que algunos han denominado Black Summer, dejó 19 millones de hectáreas quemadas –algo menos de la mitad de la superficie de toda España–, 34 muertos y 6000 edificios calcinados. Por su parte, los grancanarios se enfrentaron al mayor incendio forestal de España del año pasado, con más de 10 000 ha arrasadas, lo que obligó a evacuar a casi diez mil personas de varios municipios, según los responsables del servicio de extinción del Cabildo.
Pero ni han sido ni serán los únicos. Estos superincendios se están produciendo en los últimos años en diversas partes de todo el mundo. Según diversas fuentes consultadas, en julio de este año ya ha habido un incendio forestal en Ucrania que ha causado cinco fallecidos y destruido más de cien viviendas; el año pasado ardían más de 5 millones de hectáreas en Bolivia; en Siberia, 3 millones; y en la Amazonía brasileña, más de 2,5 millones. En 2018, los incendios de las zonas
costeras de Ática (Grecia) causaron al menos cien muertos, en California se quemaron 655 000 ha y fallecieron 93 personas; en 2017, el centro y norte de Portugal vio cómo se calcinaban casi medio millón de hectáreas y morían 109 personas; en 2016, el incendio de Fort McMurray (Canadá) provocó la quema de 204 000 ha, 2000 viviendas destruidas y el desalojo de los 100 000 habitantes de la zona.
“La forma en que arden los bosques ha cambiado. Hablamos de incendios rápidos, agresivos, potentes, con miles de hectáreas arrasadas, y capaces de afectar a miles de personas. Comienzan a ser habituales los megaincendios que superan la capacidad de extinción, un tipo de incendios difícil de controlar que ha llegado para quedarse”, asegura Raúl de la Calle, secretario general del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales (COITF), en Madrid.
Aunque no hay una cifra fijada de hectáreas quemadas, velocidad de propagación,
número de víctimas o infraestructuras afectadas, los especialistas en la materia hablan de megaincendios o superincendios para explicar mejor a la sociedad a qué nos estamos enfrentando. Algunos expertos consideran además que la evolución de los grandes incendios forestales –aquellos que superan las 500 ha– en las últimas décadas ha dado lugar a varias generaciones de superincendios –ver recuadro en esta página–.
Como explica Lourdes Hernández, experta en bosques, incendios y desarrollo rural de la organización conservacionista WWF España, “las generaciones de incendios se producen a nivel global y están referidas a las regiones en las que los procesos socioeconómicos que abocaron al abandono rural comenzaron en los años 50-60, como la Europa mediterránea, California y Australia”.
La más reciente es la sexta generación, que, al menos en la zona mediterránea, habría dado comienzo en 2017. No obstante, como matiza la experta de WWF, “esto no quiere decir que todos los grandes incendios que ocurren en España o a nivel global sean de sexta generación. Lo serían solo aquellos vinculados a condiciones meteorológicas extremas que generan tormentas de fuego. Por ejemplo, en España únicamente pertenecería a esta categoría el que sucedió el verano pasado en Gran Canaria”.
¿Y CUÁLES SON ESAS CONDICIONES METEOROLÓGICAS EXTREMAS? La Oficina Nacional de Meteorología de Australia (BOM) informó de que el superincendio que asoló dicho continente generó su propio microclima y provocó unas condiciones extremas capaces de retroalimentar nuevos incendios. De la Calle explica que “liberan grandes cantidades de energía y generan nubes convectivas en capas altas de la atmósfera. Al colapsar, se provoca un crecimiento errático y sorpresivo del fuego. Además, son capaces de cambiar el clima allí donde se producen, y se convierten en fenómenos caóticos e imprevisibles que superan toda capacidad de extinción”. Según la experta de WWF, “se trata de fuegos fulminantes que atrapan a la población por sorpresa y dejan de suponer un problema rural o ambiental para con
SON INCENDIOS RÁPIDOS, AGRESIVOS Y POTENTES, QUE AFECTAN A MILES DE HECTÁREAS Y PERSONAS Y QUE SON MUY DIFÍCILES DE EXTINGUIR
vertirse en verdaderas emergencias civiles que ponen en riesgo a la población”.
Durante la edición del Simposio Nacional sobre Incendios Forestales (SINIF) de 2019 se habló de un nuevo escenario a raíz de los producidos ese mismo año en Pedrógão Grande (Portugal). Jaime Senabre, director y presidente del Comité Científico-Profesional del SINIF, destaca que se advertía de la dificultad operativa de los recientemente denominados incendios de interfaz urbano-industrial (IUI): “Hablamos de un escenario novedoso de incendios que no solo afectan a áreas de transición entre zonas boscosas y núcleos urbanos, como los conocidos incendios de zonas de interfaz urbano-forestal (IUF), sino que en el área de transición también cobran protagonismo infraestructuras industriales que se ven afectadas por la llegada del fuego”.
Los superincendios tienen además una
enorme voracidad, de manera que pueden consumir rápidamente miles de hectáreas por hora. Según Hernández, “las llamas se propagan a gran velocidad, y son capaces de saltar cientos de metros, causando rayos y nuevas igniciones, con trayectorias erráticas que hacen imprevisible su rumbo”. Por ejemplo, el superincendio generado en 2017 en la región chilena del Maule se propagó a un ritmo de 8000 ha/h, mientras que en Portugal llegaron a consumirse entre 10 000 ha/h y 14 000 ha/h. “Son cifras nunca registradas antes”, asegura De la Calle.
POR SI FUERA POCO, UN EFECTO SECUNDARIO MÁS DE LA PANDEMIA DE LA COVID-19 ha sido la paralización de los trabajos forestales preventivos. “De no haber tenido el confinamiento, podríamos haber trabajado en algunos puntos concretos más que nos podrían ayudar en la extinción de posibles incendios. No obstante, no es el agravante más importante. En general, se invierte muy poco en prevención, y en gestión forestal hay que mirar a largo plazo”, afirma De la Calle.
Los expertos destacan la unión de un conjunto de causas complejas que explican la aparición de estos superincendios. De esta manera, el secretario general del COITF apunta, entre otros factores, “el cambio climático, la despoblación del medio rural, el abandono de los montes y la ausencia de gestión forestal”.
Senabre, que además es psicólogo y jefe de Unidad de Bomberos Forestales en la Comunidad Valenciana con más de dos décadas de experiencia, destaca que hay una mayor disponibilidad de combustible, “ya que nunca antes había habido tanta masa forestal como ahora, y se han creado nuevos escenarios propensos a la multiemergencia, es decir, ya no solo hay que atender la emergencia por incendio forestal, sino toda una serie de situaciones complejas asociadas al mismo, como son las evacuaciones y la protección de infraestructuras, de la calidad del aire y de las comunicaciones. Los riesgos potenciales y la capacidad destructiva se incrementan de manera exponencial”.
LA EXPERTA DE WWF ESPAÑA AÑADE A LAS CAUSAS ANTERIORES “EL CAOS TERRITORIAL, QUE HA MOTIVADO QUE EL TERRENO FORESTAL entre en contacto con áreas urbanizadas. Una vez que salta la chispa, esta encuentra en el monte todas las facilidades para propagarse con gran rapidez. Entre ellas, una política forestal de erradicación del fuego obsoleta, basada exclusivamente en un avanzado sistema de extinción, que paradójicamente es ineficaz para combatir los grandes incendios”.
Además, como recuerda el responsable del SINIF, “la gran mayoría de los incendios forestales tiene su origen o punto de ignición, ya sea intencionado o no, en actividades derivadas del ser humano”.
El área mediterránea, en la que se encuentra la península ibérica, es especialmente vulnerable ante los incendios forestales y, por tanto, una víctima propiciatoria para los superincendios. Este tipo de siniestro natural se produjo por primera vez en nuestras latitudes
ENTRE LAS CAUSAS DE SU APARICIÓN ESTÁN EL CAMBIO CLIMÁTICO, LA DESPOBLACIÓN DEL MEDIO RURAL, EL ABANDONO DE LOS MONTES Y LA FALTA DE GESTIÓN FORESTAL
PESE A TENER UNO DE LOS MEJORES SISTEMAS DE EXTINCIÓN A NIVEL MUNDIAL, ESPAÑA NO ESTÁ PREPARADA PARA COMBATIR LOS GRANDES INCENDIOS FORESTALES
en junio de 2017 en Portugal, de nuevo en octubre de ese mismo año en el país vecino –que afectó también a España– y un año más tarde en Grecia.
Hernández apunta al cambio climático como un factor que está acelerando e intensificando los grandes incendios más rápido de lo esperado: “Hemos pasado de no tener este tipo de fuegos a tener los cuatro incendios más grandes de Europa en apenas tres años y en la misma región. Estos superincendios han llegado para quedarse”.
Pero además de los factores geográficos o climáticos, la ordenación urbanística en
España, como la que se ha llevado a cabo en la Costa del Sol, la Comunidad Valenciana, Cataluña o las islas Baleares, no ha tenido en cuenta el peligro de los incendios forestales: “La presencia de urbanizaciones, edificaciones, infraestructuras y personas en zonas de alto riesgo influye de forma determinante en los incendios y en su forma de atacarlos”, sostiene De la Calle.
SENABRE AÑADE QUE “SE TIENDE A VER EL RIESGO COMO ALGO QUE OCURRE EN OTROS LUGARES mientras se tiende a minimizar la probabilidad del riesgo en el entorno más cercano. Esto hace que no se tomen las medidas adecuadas para mitigar los efectos de futuribles incendios”.
Por todo ello, los expertos consideran que no nos estamos tomando en serio este importante problema. El portavoz de los ingenieros forestales españoles se muestra rotundo: “Situaciones como la su
cedida en Grecia, por su similitud a lo que nos podemos encontrar en nuestro país, merecen llevarnos a reflexionar sobre lo que estamos haciendo. O más bien, sobre lo que no estamos haciendo”.
¿Cómo deberíamos proceder entonces? En primer lugar, tenemos que asumir que el sistema actual de lucha contra los incendios forestales, y la sociedad en general, no están preparados para hacerles frente. La experta de WWF lanza una cuestión paradójica: a pesar de que España es el país que más invierte en extinción por hectárea y de que dispone de uno de los mejores sistemas de extinción a nivel mundial, no está preparada para combatir los grandes incendios forestales, y mucho menos si alguno de ellos se convierte en un superincendio: “La actual política de lucha contra los incendios está obsoleta. La solución no pasa por adquirir más hidroaviones, más camiones o habilitar más puntos de agua, sino con planificación territorial y desarrollo rural”. Por su parte, el responsable del SINIF puntualiza que, aunque en las últimas décadas se han incrementado las inversiones en medios humanos y técnicos, no se han realizado los esfuerzos necesarios para consolidar la profesionalización de los servicios de bomberos forestales.
EN DEFINITIVA, LOS EXPERTOS CONSULTADOS APUESTAN POR LAS POLÍTICAS DE PREVENCIÓN con varias claves: gestionar de manera adecuada las masas forestales para su restauración y conservación; recuperar espacios perdidos del bosque para cortar el posible avance de los incendios; cambiar la manera de ordenar el territorio y limitar los
usos urbanísticos dañinos; apostar por una agricultura, ganadería y silvicultura sostenibles; concienciar y educar a la ciudadanía de la necesidad de reducir los riesgos y la autoprotección, para que no dependan tanto de unos servicios de extinción, que podrían llegar tarde si no se toman antes las medidas urgentes necesarias; hacer frente al cambio climático y, en general, al resto de problemas ambientales provocados o acentuados por el ser humano que agravan las consecuencias de los incendios forestales.
Porque de lo contrario, como advierte de forma contundente Hernández, “nos condenamos a un futuro cada vez más negro: veranos con grandes incendios simultáneos, muy virulentos e imposibles de controlar por los medios de extinción, que planteen auténticas crisis nacionales”.