Muy escéptico
CINCUENTA AÑOS ANTES DE LA OBSERVACIÓN DE LOS PRIMEROS PLATILLOS VOLANTES, UNA OLEADA DE OBJETOS AÉREOS INTRIGÓ A LOS ESTADOUNIDENSES DURANTE MESES.
El 13 de abril de 1897, el periódico estadounidense The Saint Paul Globe se preguntaba: “¿Puede ser un visitante de Marte?”. Se refería a una aeronave que, en un dibujo, lanzaba dos haces de luz y de la que huía un hombre a la carrera. Pretendía representar el objeto volador cuyas apariciones nocturnas habían intrigado a los estadounidenses desde noviembre de 1896, primero en California y después en Texas, Arkansas, Nebraska, Misuri y otros estados. A pesar del interrogante de la portada, el diario aseguraba en sus páginas interiores que la aeronave no venía de otro mundo, sino que era un invento humano. Lo habían descubierto en Minesota, donde había aterrizado para llenar la despensa después de cinco meses en el aire, y un lugareño había podido entrar en ella. ¿Misterio resuelto? Ni mucho menos.
Estados Unidos vivió entre noviembre de 1896 y mayo de 1897 una oleada de observaciones de artefactos aéreos que no podían estar ahí arriba por una simple razón: el ser humano no dominaba el vuelo hasta ese extremo. Aquellos ovnis –llamémoslos así, aunque el término no lo acuñó la Fuerza Aérea estadounidense hasta 1953– hacían gala de una capacidad técnica muy superior a la de los dirigibles del momento, solo equiparable a la soñada por buena parte de la prensa. Porque, a finales del siglo XIX, la imaginación volaba en los diarios estadounidenses con estrafalarios diseños de aeronaves e incluso planes de bombardeos aéreos sobre Cuba, todavía colonia española.
EN MEDIO DE ESA FIEBRE AERONÁUTICA, ALIMENTADA POR NOVELAS como Robur el conquistador (1886), de Julio Verne, los sanfranciscanos se despertaron el 18 de noviembre de 1896 con la noticia de que un extraño objeto había sobrevolado Sacra
mento la tarde anterior. “El cielo estaba oscurecido por una densa capa de nubes y era imposible determinar la forma y el tamaño del transporte aéreo, suponiendo que fuera eso, pero los espectadores seguían sus evoluciones por sus luces”, contaba The San Francisco Call. Según “un testigo ocular de indudable veracidad”, cuando pasó sobre la cochera de una compañía de tranvías, los trabajadores salieron a verlo y escucharon “claramente voces de gente cantando en un coro una canción vibrante que gradualmente se apagó en la distancia”. Más de treinta minutos duró el primer avistamiento de lo que la prensa bautizó como “la aeronave misteriosa”.
EL OBJETO VISITó EN LOS DíAS SIGUIENTES
OTRAS POBLACIONES, según recogen los periódicos de la época, que se dividieron entre promotores y detractores de las apariciones. The San Francisco Call, uno de los primeros, presentó el 23 de noviembre en portada un dibujo de “la gran aeronave que asombra a la gente de muchas ciudades”, hecho “a partir de la descripción del abogado de su inventor, George D. Collins”. El letrado decía representar a un acaudalado personaje que había invertido 100000 dólares en la construcción de la máquina. Era metálica, de 50 metros de longitud y con capacidad para quince personas. Él la había visto. Después de cinco años de trabajo, el inventor estaba dándole los últimos toques en un granero de Berkeley. Antes de presentarla al mundo, quería corregir un movimiento de vaivén que había detectado en el vuelo inaugural del 17 de noviembre y le había provocado mareos. Todo parecía explicado, pero entonces la historia dio un giro inesperado.
El 24 de noviembre, Collins aseguró que él nunca había visto el artefacto –los periodistas, decía, habían tergiversado sus palabras–, y el supuesto inventor resultó ser un dentista que se ganaba la vida como vendedor de pianos y no sabía nada de la nave. Además, irrumpió en escena William H. H. Hart, antiguo fiscal general de California, como representante del auténtico constructor, que era otro.
Hart contó en The San Francisco Call que la aeronave, impulsada por baterías eléctricas, podía volar cargada con cuatro tripulantes y 500 kilos de dinamita. “Por lo que sé, estoy convencido de que dos o tres hombres podrían destruir La Habana en 48 horas”, indicaba el abogado, aunque antes, añadía, había que asegurarse de que, en caso de caer al mar, flotara, y de blindar su parte inferior frente a balazos.
Al tiempo que la prensa alimentaba la idea de que existían una aeronave y un inventor, se sucedían los avistamientos en California. La mayoría se limitaron a luces en el cielo de Sacramento, San Francisco, Oakland, Fresno, Eureka y otras poblaciones. Muchos, seguramente, achacables a Venus, Marte y otros planetas. Pero también hubo fraudes, incluidas invenciones periodísticas para aumentar las ventas de los diarios y tomaduras de pelo como la del coro escuchado por los trabajadores de la compañía de tranvías de Sacramento. Un tal coronel H. G. Shaw, por ejemplo, vio una tarde cerca de Stockton, cuando iba en su carruaje, una aeronave posada en tierra y a tres individuos “parecidos a humanos en muchos aspectos” que examinaron el caballo y el coche. No faltaron tampoco bromistas que soltaron globos y cometas con luces adosadas.
Los encuentros amainaron en California a mediados de diciembre, seguramente porque la prensa ya había exprimido el misterio al máximo. El fenómeno se trasladó entonces hacia el este, donde los avistamientos comenzaron en febrero de 1897. En Waxahachie (Texas), un supuesto aeronauta explicó en abril a dos vecinos que él y sus cuatro compañeros venían del Polo Norte, donde habitaba su gente, descendientes de las diez tribus perdidas de Israel. También en Texas, cuatro hombres aterrizaron el 19 de abril con su aeronave, pidieron agua a dos lugareños y les dijeron que tenían su base en una ciudad de Iowa donde había otros cuatro ingenios similares. Dos días antes, el Omaha World-Herald identificó al inventor de la aeronave como un vecino de Nebraska, otro genio que a la hora de la verdad se esfumó. Como la aeronave en mayo de 1897, cuando los periódicos centraron su atención en otros asuntos.
EL SUPUESTO INVENTOR SE HABRÍA GASTADO 100 000 DÓLARES EN UNA MÁQUINA DE 50 METROS DE LONGITUD