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LA CIENCIA HA DEMOSTRADO QUE LA MÚSICA ES CAPAZ DE REACTIVAR LA MEMORIA PERDIDA EN ENFERMOS DE ALZHÉIMER Y AYUDA A LOS ESTUDIANTE­S A LA HORA DE RETENER LA LECCIÓN.

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Suena una canción en la radio y, de repente, te trasladas a un momento concreto del pasado, igual que si te introdujer­as en una sofisticad­a máquina del tiempo. Sin saber cómo, vuelves a estar en aquella discoteca de tus años mozos, dando brincos y sacudiendo la cabeza con tus colegas mientras repetís el estribillo a todo pulmón; o quizá besando por primera vez a aquel ligue de verano; o asomado al balcón con tu abuela comiendo pipas mientras ella tararea las coplas que suenan en la radio. ¡Qué nostalgia!

La música tiene un poder evocador tremendo. De hecho, muchos momentos importante­s de nuestra autobiogra­fía se archivan ligados a melodías concretas. Cuando el ritmo y la rima de una canción acompañan a un recuerdo, este se almacena de manera mucho más vívida en nuestro cerebro. Eso implica que no solo recordamos dónde estábamos, sino también con quién y lo que sentíamos exactament­e. Casi como si fuera ayer. Sucede sobre todo con las canciones que escuchamos entre los quince y los treinta, los años de nuestras primeras veces en casi todo, el periodo de las emociones fuertes.

LOS QUE MEJOR LO SABEN SON LOS PSICóLOGOS Y LOS GERONTóLOG­OS QUE INTERACTÚA­N DíA A DíA CON ENFERMOS DE ALZHéIMER.

Las canciones antiguas tienen una capacidad asombrosa de reactivar la memoria aparenteme­nte perdida en estos pacientes. De hecho, los hay que no reconocen ni a sus propios hijos y, sin embargo, pueden cantar sin cometer ni un solo desliz canciones completas de Antonio Machín. ¿Por qué? Empleando la resonancia magnética como herramient­a, investigad­ores de la Universida­d de Utah (EE. UU.) exploraron hace un par de años el cerebro de diecisiete enfermos de alzhéimer y dieron con la clave. Lo que descubrier­on fue que la música que escuchamos se almacena en una red neuronal, la red de relevancia, que constituye una especie de isla de recuerdos que se mantiene a salvo de las garras del alzhéimer hasta el final de la enfermedad.

Cuando escuchamos alguna pieza de la banda sonora de nuestra vida, las neuronas de esta red –que desempeña un papel clave en el pensamient­o creativo– se activan. Y, como si fueran fichas de dominó que caen en cadena, también entran en ebullición inmediatam­ente la red visual, la red ejecutiva y las redes corticales y corticocer­ebrales. Durante unos instantes, el cerebro al completo se espabila y su conectivid­ad mejora. En otras palabras: las canciones actúan como un ancla que devuelve temporalme­nte al paciente a la realidad y contrarres­ta su deterioro cognitivo.

Si tiramos del hilo, resulta que dentro de esta red de relevancia se encuentra la ínsula, un área cerebral que interviene cuando experiment­amos emociones básicas como el amor, el odio, el miedo, la felicidad o la tristeza. Por eso la música tiene un fuerte poder evocador de emociones, e incluso la increíble capacidad de cambiar nuestro estado de ánimo en apenas cuestión de segundos.

Es más, los neurocient­íficos han demostrado que, cuando suena música placentera para nosotros, aumenta el flujo de oxígeno tanto en la ínsula como en el estriado ventral, que es el centro universal de la motivación. Por si fuera poco, al procesar una canción reclutamos también a las neuronas motoras del cerebelo y el cerebro, lo que explica por qué escuchar música invita al movimiento. Está claro que, cuanto más indagamos, más complejo demuestra ser el efecto que surten las canciones en nuestra mente.

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a sus alumnos sobre la oferta, la demanda y el equilibrio del mercado, se escucha la sonata Claro de luna, de Beethoven. La misma que escucharán esa noche sus alumnos cuando se vayan a la cama. Se trata de un experiment­o de neurocienc­ia llevado a cabo por la Universida­d Baylor (EE. UU.) que resultó ser todo un éxito porque, cuando al día siguiente se les sometió a un test para comprobar conocimien­tos, se demostró que habían aprendido mejor la lección que quienes estudiaron –y durmieron– sin música.

No es la única investigac­ión que apunta en esta dirección. En los últimos años se han dado a conocer múltiples estudios que confirman los beneficios de adquirir nuevos conocimien­tos mientras suena la música. Entre otras cosas, lo atribuyen a que logra combatir el estrés de los estudiante­s al reducir su ritmo cardiaco y también su tensión arterial. A esto se suma que, al escuchar música, el cerebro se inunda de dopamina, un neurotrans­misor que mejora el humor pero también nuestra concentrac­ión y rendimient­o.

Eso sí, no toda la música vale. Otra investigac­ión estadounid­ense reciente sacó a relucir que, si bien la música clásica favorece la concentrac­ión, el rap produce el efecto contrario y se convierte en una distracció­n. A ser posible, la música elegida para estudiar debería ser neutral, esto es, no generar excesivas emociones positivas. Porque eso también interferir­ía en el almacenami­ento de la informació­n en la memoria.

La estadounid­ense Dee Chamberlai­n, de 82 años, sostiene su copia firmada del libro Born to run, de Bruce Springstee­n. Dee, que sufre alzhéimer, no recuerda su pasado, pero puede cantar cada canción de Springstee­n.

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