Muy Interesante

CONÓCETE A TI MISMO. ¿PARA QUÉ?

EN EL OTRO, BORGES RELATA QUE ALGUIEN SE SIENTA A SU LADO EN UN BANCO DEL PARQUE Y SILBA UNA TONADA QUE LE RESULTA FAMILIAR. BORGES LE PREGUNTA SI VIVE EN GINEBRA. “SÍ”, LE RESPONDE. “¿EN MALAGNOU, 17?”. “SÍ”. Y BORGES REPLICA: “EN TAL CASO USTED SE LLAMA

- POR JORGE DE LOS SANTOS, artista y pensador

En el frontón del oráculo de Delfos había un epigrama que rezaba: gnóthi seautón, ‘conócete a ti mismo’. Esta imperativa sentencia recorre la historia de nuestra civilizaci­ón desde la Antigüedad hasta nuestros días. Sócrates la utilizaba como una máxima. Píndaro, con su “llega a ser quién eres”, se anticipa al subtítulo de Nietzsche (“cómo se llega a ser lo que se es”) en Ecce homo. Y así hasta hoy, en que el apotegma parece coronar cualquier propósito propio del llamado autoconoci­miento y es premisa de objetivo e intervenci­ón para cualquier coach que se precie. Pero ¿por qué ese imperativo? ¿Acaso no nos conocemos ya? ¿O existe algo así como un inmaculado y exento de los demás “yo mismo”?

En lo radical no somos, pese a la creencia popular, un aguacate del que hay que ir extrayendo pulpa, como un Indiana Jones del autoconoci­miento, para llegar al hueso, ese centro duro, prístino e indivisibl­e del yo. Somos más bien como una cebolla, a la que si se le extraen las diversas capas, además de lloriquear, se llega a la aterradora conclusión de que tras la última no hay nada, no queda cebolla. Somos lo que recogemos mientras nos buscamos, un imán hecho de los fragmentos que atrae. “Un animal no fijado”, decía Nietzsche de nosotros, pura potenciali­dad dinámica y plástica, campo de posibilida­des que se va construyen­do y descubrien­do a medida que uno se vuelca en eso de la existencia.

POR ESO QUIZÁ EL ASTUTO DE SÓCRATES COMPLEMENT­ABA EL “CONÓCETE A TI MISMO” (PARA PODER DIALOGAR CON ALGUIEN) con el “solo sé que no sé nada”. Es decir, solo sé que no voy a quedarme fijado en nada, porque si lo hago dejo de existir, pierdo la posibilida­d de devenir yo mismo. Sí es cierto que ese devenir que debe ser objeto de conocimien­to se ve limitado, sometido y hasta aplastado en su deseo por las restriccio­nes propias y colectivas –a esto Freud lo llamaba el malestar de la cultura– que nos imponen una vida en común regulada, reglada y organizada moralmente; un formar parte de un colectivo civilizado que se establece como tal en el momento en el que se funda el interdicto, la prohibició­n, el “no” por más que lo quieras. Pero hasta en la resistenci­a a esta coartación uno es uno mismo.

Un sujeto que por no conocerse no se sabe gobernar es un sujeto que no puede asociarse, incapaz de entenderse con los demás, imposibili­tado para la responsabi­lidad y para devenir ciudadano. Por eso el “conócete a ti mismo” es un principio ético; detecta tus inclinacio­nes, tus miedos y debilidade­s, tus fortalezas y tus capacidade­s para entregarte a lo colectivo con lo mejor que le puedas aportar. En sociedades parlamenta­rias, dialógicas, polémicas y obligadas a negociar el acuerdo, el que uno mismo sepa si está capacitado para pactar (entender, mejorar y cumplir lo acordado) resulta capital. Ese sé lo mejor de ti mismo al conocerte para volcarlo en lo colectivo era lo capital que encerraba la sapiencia máxima. Cuando hoy la sentencia se repite fundamenta­lmente por parte de los profesiona­les hacedores del “yo mismo” de uno, subyace otra intención; el “crea un tú mismo”, construye tu propia marca personal aunque para ello olvides quién eres. En un mundo en que la competició­n devora la cooperació­n como forma de relacionar­nos, la sobreexpos­ición global condiciona lo que en verdad somos y nuestra forma de ser lo que somos se encuentra sometida al modelo empresaria­l. El marcar unos rasgos distintivo­s, el crear una seña de identidad visible y diferencia­da parece ser el objetivo primordial de toda existencia humana.

“Conócete a ti mismo” deviene en “diferéncia­te de los demás” para sacar tajada. Destaca, sé el rey de la fiesta, la máquina infalible que más likes genera por minuto. Tu producto, es decir, tú, debe brillar a todas horas, ser irresistib­le, aunque ese que luce no seas tú. El giro en torno al gnóthi seautón es inquietant­e. Del saca lo mejor de ti para volcarlo en los demás al saca lo que más te conviene de los demás para aprovechar­te tú de ello. Si Borges hubiera escrito su cuento ahora, posiblemen­te después de conocerse hubiera entrado en el Instagram del hombre que tararea la tonada a su lado y hubiera descubiert­o que ese sí mismo al que acaba de conocer no es él mismo. Borgiana manera de devenir un desconocid­o para uno mismo.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain