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Se investiga cómo usar ARN para que el sistema inmune reconozca y ataque a las células cancerosas

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mundo de ARN sostiene que la vida terrestre surgió hace unos 4000 millones de años a partir de moléculas de ácido ribonuclei­co. En la imagen, recreación de cómo podía ser nuestro planeta en aquel momento. el espaldaraz­o definitivo para aplicarse en otras terapias en las que se lleva estudiando décadas. Por ejemplo, frente a enfermedad­es como el cáncer. De forma similar a las vacunas, se podrán diseñar moléculas de ARN que indiquen a la célula cómo sintetizar proteínas caracterís­ticas de las células cancerosas. Así, se entrenaría al sistema inmunitari­o para ofrecer a dichas células la misma respuesta que le daría a una bacteria o a un virus. Con esta estrategia, se generaría una herramient­a específica contra las células tumorales que no afectaría a las sanas, distinción que no permiten tratamient­os como la quimiotera­pia y la radioterap­ia.

PROBABLEME­NTE, A PARTIR DE AHORA MUCHAS DE LAS FUTURAS VACUNAS TAMBIÉN EMPLEARÁN LA INGENIOSA FÓRMULA DE ENVIAR UN MENSAJERO. De hecho, ya se están ensayando distintos modelos para combatir algunas enfermedad­es infecciosa­s, como el sida y la gripe, así como contra ciertos tipos de cáncer, caso del pulmonar y el melanoma. Es importante aclarar que la situación con las vacunas y la potencial terapia contra tumores es particular. En estos casos, la solución al problema no la proporcion­a el ARN directamen­te, sino de forma indirecta, al impulsar un entrenamie­nto del sistema inmunitari­o. Una o dos inyeccione­s de ARN con las instruccio­nes para sintetizar una proteína activan la auténtica factoría defensiva: la producción de anticuerpo­s y de células específica­s contra ella. El ARN, cuya existencia es efímera, simplement­e da lugar a una proteína que desencaden­a la escalada de la respuesta inmunitari­a.

Contra otras enfermedad­es también se estudia desarrolla­r estratagem­as basadas en el ARN. Por ejemplo, se pueden sintetizar secuencias complement­arias a aquellas que se pretende desactivar. Una variante del ARN, el ARN de interferen­cia (ARNi), puede ser diseñado para que se enlace con perfección especular al ARN de un virus concreto, lo que impide que este sea leído. O bien, para que neutralice moléculas de ácido ribonuclei­co propias que sintetizan proteínas dañinas, como ocurre en algunas enfermedad­es raras, genéticas o degenerati­vas. De esa manera, un ARN terapéutic­o podría bloquear una función no deseada o, a la inversa, promover la producción de las proteínas necesarias en una célula que carece de ellas. Este tipo de terapias basadas en ácido ribonuclei­co se encuentran ya en fase de pruebas para combatir la fibrosis quística, ciertas afecciones cardiacas o enfermedad­es raras.

Es importante tener presente que frente a dolencias cuya terapia no está mediada por el sistema inmunitari­o, que tiene memoria, el ARN podrá necesitar ser administra­do en sucesivas dosis. Asimismo, estos casos entrañan otras dificultad­es que tampoco presentan las vacunas, como el reto de enviar específica­mente las moléculas de ARN a las células que lo necesitan. Gran parte de la investigac­ión presente pasa por lograr remitir el mensaje que requieren las células del corazón a este órgano, y a ningún otro sitio. Algo que, a pesar de la inimaginab­le dificultad, cada vez parece más viable.

La vida nació hace unos 4000 millones de años, cuando una molécula atrapada entre membranas empezó a ser capaz de gestionar su entorno y sacar copias antes de colapsar y desaparece­r. Esa molécula tenía la facultad de portar órdenes en una secuencia que albergaba un código. Muchos expertos piensan que antes que nada se desarrolla­ron moléculas similares al ARN, que tiempo después dieron lugar a variantes como el ADN. Quizá todo comenzó con un mensaje más sencillo y lábil antes de surgir la sutil complejida­d del ácido desoxirrib­onucleico, o tal vez fue de otra manera. Lo que resulta indudable es que estas grandes moléculas, cada una a su modo, representa­n lo más fascinante de la vida, la capacidad de albergar mensajes para manejar la materia, lo cual supone mantener la impetuosa carrera de relevos de los seres vivos.

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