¡HÁGASE EL FUEGO!
uesta hacerse una idea de lo difícil que era hacer fuego sin las herramientas modernas. De hecho, hasta principios del siglo XIX, el sistema para conseguir que surgiera una llama era prácticamente el mismo que el usado en la Edad Media: golpear con un pedernal un trozo de acero y que prendiera la yesca.
Hay constancia de que en China se conocían las cerillas desde el siglo VI de nuestra era, pero tardaron en llegar casi mil años más. Así, como cuenta Pancracio Celdrán en El gran libro de la historia de las cosas, no fue hasta 1680 cuando un ayudante de Robert Boyle, el físico inglés que había descubierto el fósforo, impregnó de azufre unas astillas de madera que, por fricción, producían una llamita.
El invento no prosperó: aquellas primitivas cerillas eran caras, peligrosas y de ellas emanaban gases venenosos, así que el hallazgo quedó relegado en el olvido hasta 1826. Ese año, y tras diversos avatares, un farmacéutico inglés, John Walker, empezó a vender unos largos palos de madera impregnados en uno de los extremos de una mezcla de clorato potásico, azufre y azúcar, que hacía llama por rozamiento.
CLa innovación tuvo éxito entre sus clientes, pero Walker olvidó patentarlo. De modo que, cuatro años más tarde, en 1830, Samuel Jones puso a la venta unos palillos con fulminante que llamó lucíferos o astillas Lucifer, lo que no debía resultar nada tranquilizador para los usuarios.
Aquellos objetos inflamables seguían siendo peligrosos y desprendían un olor fétido, así que en los años siguientes se empezó a emplear una bolita de fósforo rojo recubierto de una capa de sulfuro de plomo que lo protegía. De ahí surgió uno de los nombres con que se conocerían desde entonces: los fósforos. En 1852 se presentaron los primeros que, en lugar de madera, utilizaban como combustible un trenzado de algodón impregnado en cera, de donde viene la denominación de cerillas.
En España, su fabricación era un monopolio estatal, de modo que cuando aparecieron los primeros encendedores de gasolina, alrededor de 1950, el Ministerio de Hacienda los grabó con altísimos impuestos para disuadir a los fumadores de su uso. Por cierto, que la palabra mechero viene de la mecha que usaban los antiguos chisqueros de chispa que usaban nuestros abuelos.