UNA PANTERA ANDA SUELTA
LAS VISIONES DE GRANDES FELINOS SON, DESDE LOS AÑOS 60, ALGO HABITUAL EN EL REINO UNIDO Y, DESDE PRINCIPIOS DE ESTE SIGLO, SE REGISTRAN TAMBIÉN EN LA PENÍNSULA IBÉRICA.
na pantera hurtó protagonismo al coronavirus en los telediarios del pasado mes de septiembre: rondaba Ventas de Huelma, un pueblo de la provincia de Granada. La alarma la dio el Ayuntamiento en su página de Facebook en la madrugada del día 12. Dijo que unos vecinos habían visto al felino la tarde anterior y pidió a la gente “extremar la precaución”. Así empezó la caza de la fiera. Agentes del Seprona la buscaron por tierra y aire durante una semana,
Uhasta que descartaron su existencia. La pantera fantasma había vuelto a hacer de las suyas y, tras disfrutar de la atención entusiasta de los medios, se esfumó, quién sabe hasta cuándo.
SU PRIMERA APARICIÓN EN NUESTRO PAÍS SE REMONTA A AGOSTO DE 2002, en la serranía de Ronda. “Era un animal extraño, como un gato enorme, de color pardo, y pesaría alrededor de los cincuenta kilos”, aseguró un conductor sobre la criatura, que una noche apareció delante de su coche. Al puma de Ronda, como se lo bautizó, hasta le achacaron ataques a ganado. Sin embargo, las batidas para dar con el supuesto depredador resultaron inútiles. Y, del mismo modo que apareció, desapareció.
Quizá regresó a Vizcaya, donde en abril de 2003 varias personas dijeron haberse encontrado con una pantera en Lemoiz. Una mujer contó, por ejemplo, que una mañana la vio desperezarse bajo un árbol. Siete días de búsqueda, con trampas incluidas, no dieron resultados. Dos años después se repitió la historia en la cercana Gorliz, donde un vecino dijo haber visto un
gran felino a solo cinco metros. “Volvió la cabeza y nos miró muy fijamente. Le brillaban los ojos como a un demonio. Después salió corriendo y se introdujo en el pinar”, contó a los periodistas. Alertada la Ertzaintza, un agente se metió en el pinar y disparó contra algo que se movía detrás de unos matorrales. Creía que era la pantera, pero no se halló sangre ni ningún otro resto biológico, ni ese día ni los siguientes.
Panteras, jaguares, pumas y leones fantasma son algo relativamente nuevo en España, pero en el Reino Unido el fenómeno tiene hasta su propio nombre: alien big cats (‘grandes felinos extraños’, por no decir “no autóctonos”) o ABC. Las primeras apariciones datan de los 60 y desde entonces siguen siempre un patrón: alguien de fiar ve lo que cree que es una fiera, alerta a las autoridades, se monta una operación de busca y captura y, después de varios días, se descarta su existencia. Tras costosos rastreos, no se encuentran ni pelaje ni heces ni orina del depredador, y tampoco restos de sus presas; como mucho, alguna huella en principio atribuida al supuesto animal y que al final se identifica como de una especie autóctona, silvestre o doméstica.
VARIOS FELINOS AVISTADOS EN INGLATERRA Y ESTADOS UNIDOS RESULTARON SER PELUCHES
CASI SIEMPRE HAY UNA FOTO QUE AUMENTA EL ECO MEDIÁTICO. En Vizcaya en 2003, era un fotograma de un vídeo en el que se ve un felino negro en mitad del bosque. Sin referencias que permitan calcular su tamaño, el retratado bien podía ser un gato. En Ventas de Huelma el pasado septiembre, sabemos que lo era porque, horas después de publicarse la primera imagen de la criatura, un fotógrafo profesional la captó con su cámara y se identificó como un gato negro.
Cuando por fin se atrapa a uno de estos ejemplares, tampoco suele haber mucho misterio que resolver. En enero de 2018, agentes del Seprona capturaron en Guadalajara a la pantera de Jadraque. Llevaba meses dando que hablar y había fotos que parecían confirmar su felinidad y grandes dimensiones. Resultó ser un perro asilvestrado. Y, aunque parezca increíble, en ocasiones las supuestas fieras ni siquiera están vivas: la pantera de Peterborough (Estados Unidos) de enero de 2013 era un peluche de grandes dimensiones, como lo fueron la de julio pasado del pueblo inglés de Steyning y un presunto tigre enjaulado en Exeter un año antes.
Siempre entra dentro de lo posible, claro, que el animal sea una mascota liberada por un irresponsable o que se le haya escapado. Un colega me decía en 2005 que eso era lo que había pasado en Vizcaya: que a alguien de la comarca donde se vio la pantera se le había escapado su exótico animal de compañía un par de veces y que algún día saldría la verdad a la luz y me tendría que tragar mi incredulidad. Es un argumento común entre quienes creen que detrás de algunas de estas visiones hay un gran felino real, de carne y hueso. Podría ocurrir. Sin embargo, la experiencia en el Reino Unido, donde nos llevan décadas de ventaja, apunta a que esa no sería la explicación del fenómeno.
“Ningún felino extraño ha sido capturado o muerto, aparte de un puma domesticado en Escocia en 1980 y un pequeño gato de los pantanos atropellado en la isla de Hayling (Hampshire) en 1988”,
Alo largo de miles y miles de años, las llanuras sudamericanas fueron el hogar de decenas de especies animales tan enormes que, en conjunto, se ganaron el nombre de megafauna. Sin embargo, dichas especies titánicas fueron desapareciendo a lo largo de los siglos, hasta que las últimas se esfumaron hace apenas 10000años. Nadie está completamente seguro de qué lo propició, ni de por qué solo lo hicieron las más grandes, mientras que otras muchas perduraron. Para poder desentrañar este enigma paleontológico, tenemos que echar la vista atrás y, literalmente, mover continentes, hasta un tiempo en que esta región era una isla gigantesca y el océano cubría el istmo de Panamá.
Hace unos 65 millones de años tuvo lugar la extinción masiva que terminó con el reinado de los dinosaurios, sin duda, uno de los momentos claves de la historia de la vida en la Tierra. Una roca espacial de unos 11 km se estrelló en lo que hoy es Yucatán, en México. El choque dejó un cráter de más de 180 km de diámetro y, además de arrasar parte de la superficie y originar inmensos tsunamis, desencadenó abruptos cambios climáticos que se prolongarían cientos de años. Cerca del 75 % de los géneros biológicos del planeta perecieron por ello.
En algún lugar de la Patagonia, hace entre 2,6 millones y 11 700 años, unas macrauquenias, no muy distintas de las llamas, se han acercado a un río, al igual que una pareja de tigres de dientes de sable. Uno observa a una manada de hippidiones. A su lado, un megaterio se ha alzado sobre sus patas traseras. Su tamaño rivaliza con el de los estegomastodontes que se ven al fondo y empequeñece el de un solitario un armadillo de casi cuatro metros.
MARTÍN CAGLIANI
No obstante, cada vez que ha tenido lugar uno de estos cataclismos —a lo largo de la historia de la vida en la Tierra se han dado cinco de tales mortandades en masa—, algunas de las especies supervivientes acaban apropiándose de los nichos ecológicos que dominaban las que desaparecieron; asimismo, surgen otras nuevas. De este modo, el vacío dejado por los dinosaurios en los ecosistemas terrestres fue rápidamente ocupado por los mamíferos.
ESTA TOMA DE PODER OCURRIÓ DE UNA FORMA MUY PECULIAR EN AMÉRICA DEL SUR, QUE HABÍA PERMANECIDO separada de otras masas continentales durante mucho tiempo, desde que comenzó a alejarse de África, hace entre 150 y 120 millones de años. En ese espléndido aislamiento, tal como lo denominan algunos expertos, la evolución fue moldeando algunas especies animales sorprendentes, exclusivas de aquella zona del mundo.
Entre los mamíferos, nos encontramos, por ejemplo, con los edentados o xenartros, hoy representados por los armadillos, los osos hormigueros y los perezosos. También aparecieron distintas variedades de marsupiales, entre ellos, los antecesores de las actuales zarigüeyas.
Los marsupiales son sobre todo conocidos por los originarios de Australia, como los canguros o los koalas. Se trata de mamíferos, pero con la particularidad de que las crías, tras el nacimiento, terminan su desarrollo fuera del vientre materno, en una bolsa o marsupio. Pues bien, la evolución de estos animales en Sudamérica es tan o más fascinante que la que se dio en la mencionada Australia. Fueron muy diversos, y entre ellos se cuentan desde especies pequeñas, no muy distintas de las ratas canguro, hasta notables depredadores, como los borhiénidos, que vivieron en el Mioceno, hace entre 24 y 16 millones de años; y los tilacosmílidos, que desaparecieron durante el Plioceno, hace aproximadamente 3 millones de años. Estos contaban con unos colmillos tan largos como los de los tigres de dientes de sable.
Entre los citados edentados florecieron tres grupos de animales bastante diferentes entre sí. Se trata de los osos hormigueros, con largos hocicos adaptados para alimentarse de insectos; los armadillos, provistos de una armadura en el lomo; y los perezosos. A lo largo de sus 60 millones de años de historia evolutiva, surgieron muchas variedades, algunas de ellas enormes, ciertamente representativas de esa megafauna sudamericana.
Así, entre los parientes extintos de los actuales armadillos, que no suelen superar los 75 centímetros, nos topamos con los gliptodontes, que alcanzaban los tres metros de largo y superaban el metro y medio de altura. Estos descomunales herbívoros de cerca de dos toneladas contaban con una sólida armadura que los protegía de los depredadores. Se cree que pastaban en manadas.
TAMBIÉN SORPRENDEN POR SU LLAMATIVO TAMAÑO LOS MEGATERIOS, unos perezosos terrestres de tres toneladas y más de seis metros de largo, y los milodontes, emparentados con los anteriores, que medían más de dos metros hasta la cruz. Al igual que los primeros, podían alzarse sobre sus patas traseras y contaban con imponentes garras, que empleaban, sobre todo, para cavar en busca de alimento. De hecho, estas eran tan grandes que les impedían apoyar por completo las extremidades en el suelo. Se trataba, pues, de animales lentos.
Pero el aislamiento espléndido llegó a su
cuando se completó un proceso geológico que comenzó en el norte de Sudamérica hace unos 20 millones de años. El puntapié inicial fue un movimiento de placas tectónicas que derivaría en la creación de un arco volcánico en la actual Panamá. Los volcanes se hicieron islas y surgieron puentes terrestres entre ellas, hasta que hace unos 3 millones de años se formó un istmo de no más de 60 kilómetros. Este acabaría conectando la gran masa de tierra meridional con el continente situado más al norte y dando origen a los océanos Atlántico y Pacífico.
“El istmo de Panamá facilitó que muchas especies que estaban separadas entraran en contacto, en un fenómeno conocido como gran intercambio biótico americano —explica el biólogo evolutivo Juan Carrillo, del Museo Nacional de Historia Natural, en París (Francia). Y añade—: Fue un proceso que ocurrió durante un largo periodo de tiempo, en el que se dieron diferentes pulsos migratorios. Ello sugiere que tales desplazamientos no se deben únicamente a la aparición de una conexión terrestre, sino que también influyeron las alteraciones ambientales”.
TAL INTERCAMBIO, SEGÚN ESTE EXPERTO, ES CONSIDERADO UN GRAN EXPERIMENTO NATURAL. “El registro fósil nos muestra que, aunque al principio las cosas se sucedieron de forma balanceada, el resultado final fue asimétrico. Esto es, a Sudamérica llegaron numerosos animales procedentes del norte, mientras que fueron relativamente pocos los que se desplazaron hasta allí desde el sur. Queríamos entender mejor a qué se había debido, y encontramos que en ello jugó un papel clave la mayor proporción de extinciones que se dio entre los mamíferos sudamericanos”, indica Carrillo, que, junto a un equipo de científicos de distintas instituciones internacionales, ha publicado un estudio sobre este asunto en la revista PNAS.
“En nuestro trabajo planteamos que esa relativa alta extinción de esos mamíferos aconteció hace entre 5,3 y 2,6 millones de años, durante el Plioceno —asegura Carrillo—. En el continente, la mayor cantidad de fósiles en ese periodo provienen del sur, especialmente de la región de la Pampa, en Argentina. De ello podemos suponer que muy posiblemente esta alta pérdida de especies ocurrió en esa zona. Aún no sabemos con certeza cuál fue la causa de las citadas extinciones, aunque lo más probable es que en ellas intervinieran varios factores”.
No es fácil determinar por qué desaparecieron los mamíferos gigantes sudamericanos. A diferencia de lo sucedido tras la colisión que terminó con los dinosaurios y en
otras extinciones masivas, en este caso solo perecieron los animales de mayor tamaño. Unas setenta especies se fueron y solo dejaron sus fósiles.
“En ese momento, las temperaturas estaban descendiendo en todo el mundo y en la zona meridional de Sudamérica se habían expandido los pastizales; fue un tiempo de cambios ambientales importantes —señala Carrillo—. Además, los animales procedentes de Norteamérica pudieron tener un rol importante en todo ello. Hasta el sur llegaron nuevos depredadores, quizá más eficientes y especializados, y, con ellos, parásitos y enfermedades desconocidos, ante los cuales los sureños estarían indefensos. A todo ello pofin