El móvil perpetuo
El movimiento, aparentemente sin descanso, de los ríos, las olas o los astros, hizo que algunas mentes inquietas se preguntasen si no habría algún mecanismo capaz de impulsar eternamente las máquinas creadas por el hombre. Así empezó la búsqueda del móvil o máquina del movimiento perpetuo. Los primeros intentos documentados proceden de la India, hacia el año 1150. Sin embargo, los principales desarrollos tuvieron lugar en Europa a partir del siglo XIII, de la mano de personajes legendarios como Villard de Honnecourt o Petrus Peregrinus de Maricourt. Los artefactos diseñados incluían principalmente ruedas accionadas con pesas, imanes y mecanismos de relojería.
Algunos de estos engendros tuvieron gran repercusión, como el del inglés Edward Somerset, que en 1620 construyó un enorme aparato en Londres en presencia del rey. O los del alemán Orffyreus, quien en 1717 instaló en el castillo de Weissenstein una rueda que según los testigos estuvo girando durante meses. Con posterioridad, los intentos se centraron en conseguir una versión más modesta del móvil, capaz de trabajar con un rendimiento del cien por cien.
La imposibilidad del movimiento perpetuo en cualquiera de sus dos modalidades fue quedando en evidencia a medida que se desarrollaban conceptos como el de momento de una fuerza y, sobre todo, el principio de conservación de la energía y la segunda ley de la termodinámica, que establecen que la energía ni se crea ni se destruye y que las máquinas no pueden alcanzar un rendimiento perfecto. En 1775 la
Academia de Ciencias de París decidió no examinar nuevos proyectos de este tipo, y durante el siglo
XIX el sueño quedó enterrado para siempre.