El flogisto
Si hay un misterio que ha intrigado a la humanidad es el del fuego, catalogado por Aristóteles como uno de los cuatro elementos que conformaban el mundo. En línea con esa idea, en el siglo XVII el físico alemán Johann Becher propuso la existencia de un principio de inflamabilidad que haría que las cosas se quemasen. Georg Ernst Stahl llamó a este principio flogisto (del griego flegma, ‘llama’), una sustancia sin peso que se desprendería en forma de llamas durante la combustión y dejaría solo un residuo. Según Stahl, bastaba añadir el flogisto de vuelta para recomponer la sustancia original.
La teoría del flogisto estuvo de moda hasta finales del siglo XVIII, ya que explicaba muchas de las propiedades de la combustión. En sus experimentos con gases, el científico británico Joseph Priestley, denominó aire flogisticado a la mezcla que queda después de la combustión, y desflogisticado a la parte del aire que en realidad se consume; le engañaba el error de considerar que el residuo de una combustión parecía contener menos masa que el material original.
Fue el genial francés Antoine Lavoisier (1743-1794) quien desenredó la madeja. En una serie de célebres experimentos, el considerado padre de la química moderna demostró que, en realidad, los cuerpos al quemarse ganan peso, porque se combinan con el aire desflogisticado de Priestley, que no era otra cosa que un nuevo elemento químico: el oxígeno. En suma, el flogisto no existe, y la combustión no es más que una veloz oxidación acompañada de un gran desprendimiento de luz y calor. El secreto del fuego quedaba por fin plenamente esclarecido.