YURI GAGARIN, PRIMER COSMONAUTA
EL VUELO DE ESTE PILOTO RUSO, EL PRIMER HUMANO QUE ALCANZÓ EL ESPACIO Y COMPLETÓ UNA ÓRBITA ALREDEDOR DE LA TIERRA, IMPULSÓ LA CARRERA ESPACIAL ENTRE EE. UU. Y LA URSS.
La ascensión al cielo no es cosa fácil. Dejando a un lado los sistemas de propulsión necesarios para ello, nos encontramos con ciertos problemas para los animales que tenemos por costumbre vivir con los pies en la tierra: descenso de temperatura, disminución de la presión atmosférica y de la cantidad de oxígeno disponible, aumento de la radiación cósmica... Las primeras ascensiones notables se hicieron en globos, y a comienzos del siglo XX, cuando aún no se habían superado los 10 km de altura, ya algunos intrépidos investigadores habían fallecido en la barquilla por falta de O2.
El físico Auguste Piccard fue el primero, hace un siglo, que usó una cámara presurizada para estudiar las variaciones de temperatura y presión en la estratosfera. Piccard subió a 16 km. Hoy, el récord de ascensión en globo tripulado está en unos 41 km, desde donde puede verse la curvatura de la Tierra y observar las estrellas sobre un cielo negro, incluso de día.
Se considera que el espacio propiamente dicho comienza a una altura tal que la atmósfera es tan ligera que un avión no puede sustentarse de modo aerodinámico. Esa altura, denominada línea de Kármán, está fijada por la Federación Aeronáutica Internacional a 100 km de la superficie. Cualquier vuelo por debajo de ella no se considera espacial. Los cohetes demostraron que al espacio se podía llegar, pero ignorábamos los efectos que aquel entorno tendría en nuestro organismo. A los antes mencionados habría que añadir los propios de la ingravidez, que ahora sabemos que causa náuseas, dolor de cabeza y, a largo plazo, atrofia muscular y deterioro óseo.
HABÍA TAMBIÉN DUDAS SOBRE LA VELOCIDAD QUE PODRÍA SOPORTAR UN SER HUMANO. Por eso se probó con animales, con lo que se trató de estudiar también los efectos de la radiación cósmica y la citada ingravidez. Los primeros lanzados al espacio iban en cápsulas incorporadas a cohetes. La idea era tratar de recuperarlos luego con dispositivos dotados de paracaídas. Se comenzó con moscas de la fruta, que sobrevivieron, pero luego viajaron monos y ratones que, en general, tuvieron escasa suerte, excepto dos proyectos americanos: el protagonizado por las monitas Able y Baker, que en mayo de 1959 realizaron un viaje de ida y vuelta en un misil a 500 km de altura en un cuarto de hora, y el del chimpancé Ham, que dos años después hizo otro a 253 km de altura.
En la URSS preferían utilizar perros, pues son más manejables y soportan bien la inactividad. Escogían canes vagabundos, acostumbrados a una vida dura, y hembras, porque tienen menos exigencias para orinar. Así, las primeras que alcanzaron el espacio fueron, en julio de 1951, las perritas Dezik y Tsygan, que llegaron a 110 km de altura e hicieron el final del regreso en paracaídas.
En noviembre de 1957, el Sputnik 2 llevó a otra, llamada Laika, a 1600 km; para ello hubo de soportar los 28800 km/h que alcanzó el cohete R-7. Tras entrar en órbita, falleció, oficialmente por agotarse el oxígeno a las 5 horas de vuelo, pero probablemente por un fallo en la regulación térmica. Laika pasó a ser protagonista de primera plana en periódicos de todo el mundo. En agosto de 1960, la URSS realizó con éxito otra misión que incluía a las perras Belka y Strelka, un conejo, 42 ratones, dos ratas, moscas de la fruta, hongos y plantas. Fue la primera vez que tras un auténtico viaje espacial los animales regresaban vivos. Con ello, los soviéticos iniciaron el proceso para elegir a los primeros cosmonautas. El seleccionado fue Yuri A. Gagarin (1934-1968), un piloto sonriente y bajito (1,57 m).
ENCAJADO EN LA NAVE ESPACIAL VOSTOK 1, CUANDO ESCUCHÓ EL FINAL DE LA CUENTA que ponía en marcha su lanzamiento desde el cosmódromo de Baikonur, el 12 de abril de 1961, exclamó: “Poyéjali!” –“¡Vamos!”–. Aquel día, Gagarin se convirtió en el primer ser humano en orbitar alrededor de la Tierra. Dio una sola vuelta, a 315 km de altura, durante 108 minutos. La nave estaba dotada de radio, televisión y los medios necesarios para transmitir información, pero el control del vuelo estaba automatizado. Tras la reentrada en la atmósfera, a siete kilómetros del suelo se accionó el asiento eyectable y Gagarin abrió el paracaídas que facilitaría su descenso. Este detalle fue ocultado por la URSS, porque algunos reconocimientos internacionales exigían que el piloto había de regresar en la misma nave. Cayó cerca del pueblo de Smelovka. Las primeras personas que lo vieron, todavía con su llamativo traje, fueron dos campesinas, a las que tuvo que explicar que venía del espacio.