Parar la pandemia a marchas forzadas ..................
BAJO LA TUTELA DE LA OMS, CIENTÍFICOS DE TODO EL MUNDO SE UNEN PARA COMBATIR UNA PANDEMIA QUE MARCARÁ UN ANTES Y UN DESPUÉS EN LA SALUD GLOBAL.
El año 2020 pasará a la historia por un virus, el SARS-CoV-2, y la batalla sin cuartel que la humanidad libró contra él. Su impacto ha sido tan grande que ni siquiera somos capaces de predecir cómo cambiarán a largo plazo, si lo hacen, nuestras costumbres, las relaciones entre los países o la economía. Tras un año de convivencia con el nuevo coronavirus, científicos, políticos y la sociedad en general se plantean en qué punto de la batalla nos encontramos. ¿Estamos en condiciones de analizar lo ocurrido o el golpe nos impide ver las cosas en perspectiva? ¿Podemos decir que hemos derrotado al invasor? ¿Seremos capaces de extraer lecciones de la experiencia vivida?
En plena tercera ola de la pandemia, con los hospitales saturados y con mutaciones de virus al acecho, nadie se atreve a sostener que lo hayamos doblegado, pero hay datos para la esperanza.
Ángel Gil, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Rey Juan Carlos, en Madrid, señala varios puntos positivos. Para empezar, los científicos han conseguido en un tiempo récord conocer la naturaleza del agente patógeno, saben lo más importante de él: “Lo tenemos caracterizado al 90%. Por un lado, la cadena de RNA que tiene lo hace muy lábil y con mucha capacidad de mutar. Por otra parte, presenta una envoltura de glicoproteínas en la que se ha podido identificar la proteína S, la de
mayor capacidad antigénica”. Conocer su estructura ha sido vital para desarrollar las vacunas conocidas como de RNA mensajero.
NO SOLO POR LA EXPERIENCIA CON LA COVID-19, SINO POR OTRAS ANTERIORES, SABEMOS CÓMO UNA INFECCIÓN LOCALIZADA EN ASIA ha sido capaz de extenderse al resto del mundo. Epidemias tenemos todos los años, se producen cuando el número de casos de una enfermedad es superior al esperado. La gripe estacional es el ejemplo más claro. Lo característico de la pandemia es que la protagoniza una nueva infección, y, por tanto, las personas no están inmunizadas contra el agente causante. Además, su propagación es mundial. En el caso del SARS-CoV-2, el bloqueo informativo de China y la falta de controles transfronterizos efectivos fueron determinantes para que se convirtiera en pandemia. En un proceso de estas características, apunta Ángel Gil, “la alta movilidad de la población es determinante. Un virus que hoy está en China puede aparecer en Europa al día siguiente”.
De esa posibilidad venía avisando, desde hace décadas, la Organización Mundial de la Salud (OMS). Tras la crisis de la gripe A que se desató en 2003, la máxima autoridad sanitaria mundial señaló que el mundo corría el mayor riesgo de pandemia desde que, en 1968, la gripe de Hong Kong acabara con la vida de un millón de
personas. La estimación que hacía del impacto potencial de un supervirus era aterradora: 180 millones de muertes. Cuando, en enero de 2019, la OMS empezó a alertar a los países europeos del riesgo del SARS-CoV-2, muchos hicieron caso omiso y no tomaron ninguna medida preventiva. Hubo un exceso de confianza. Aunque ya se conocía que su capacidad de transmisión era alta, se pensaba que sus efectos podían ser similares a los de otros coronavirus que suelen producir catarros de vías altas. Los expertos confían en que las autoridades hayan aprendido la lección. “La salud es cada vez más global, no hay que pensar solo en lo que pasa en mi país, sino en lo que pueda ocurrir en el resto del mundo. Eso es algo que debemos tener muy presente”, recalca Gil.
“La lección que nos dejan las pandemias es que vuelven a aparecer periódicamente”, recuerda Anton Erkoreka, director del Museo Vasco de Historia de la Medicina y autor del libro Una nueva historia de la gripe española. Paralelismos con la covid-19 (Elkar, 2020). Seguirán haciéndolo, pero ahora jugamos con una ventaja que no tenían nuestros antepasados: las posibilidades de la ciencia son mucho mayores que antes. Por muy devastadores que nos parezcan los efectos de la actual pandemia, no tienen equiparación posible con otras anteriores. Y eso es algo que ahora, ante el impacto de los miles de muertes que se han registrado, tiende a olvidarse. La peste negra de 1348 se llevó por delante a casi la mitad de la población europea, se estima que entre 25 y 33 millones de personas perdieron la vida de una total de 75 millones de habitantes que entonces tenía el continente. Y la gripe española acabó hace un siglo con el 5% de la población mundial.
LA CEPA BRITÁNICA DEL CORONAVIRUS QUE HA COBRADO FUERZA EN LAS ÚLTIMAS SEMANAS recuerda otra característica de las pandemias: los microorganismos que las ocasionan son imprevisibles, y debemos estar preparados para ello. La ciencia no tiene manera de averiguar cómo va a evolucionar el SARS-CoV-2 ni ningún otro virus. Son bichitos caprichosos. La letalidad y la capacidad
para transmitirse entre las personas pueden variar con el tiempo. Incluso, un nuevo virus puede volatilizarse sin que sepamos el motivo y aflorar al cabo de un tiempo. “El H1N1 que ocasionó la gripe de 1918 desapareció de la circulación hasta que hace unas pocas décadas reapareció. En la temporada 2019-2020, era uno de los componentes de la vacuna contra la gripe”, nos recuerda Erkoreka.
No hay siglo sin al menos una pandemia feroz. En el siglo XVIII fue la viruela; en el XIX, el cólera; y en el XX, la gripe española. Lo llamativo de los últimas dos décadas es la frecuencia con la que aparecen nuevos virus, la mayor parte procedentes de animales, que ponen en jaque la salud mundial. Y, además, el origen casi invariablemente es el mismo: el sureste asiático.
No es casualidad, tiene que ver con los mercados tradicionales que existen en la zona y con la pobreza, que da lugar a prácticas de riesgo con los animales. En muchos países de África y de Asia, las personas comparten espacio vital con las especies que portan los virus, que al mismo tiempo se comercializan sin ningún tipo de control sanitario, lo que facilita el salto entre especies. Se estima que el 60 % de las enfermedades infecciosas que sufrimos proceden de animales cuyos agentes patógenos se han adaptado al ser humano. En el caso del nuevo coronavirus, los investigadores no han sido capaces aún de determinar cómo se produjo
ese salto ni en qué animal estuvo el origen de la infección. Se necesita más tiempo, precisa Gil: “Es algo habitual en los virus ARN, ya nos pasó con la gripe aviar”.
Durante el pico de la primera ola, en la primavera de 2019, ni los expertos más optimistas preveían que, en nueve meses, comenzarían a administrarse vacunas. Conseguirlo representa un logro colectivo en el que ha jugado un papel destacado la OMS. Pese a ciertos mensajes iniciales contradictorios, cabe atribuirle capacidad de liderazgo en la pandemia. Destaca, sobre todo, el valor del proyecto Solidarity, el mayor ensayo clínico internacional para hallar un tratamiento eficaz contra la covid-19. En la iniciativa han participado alrededor de 12000 pacientes de quinientos hospitales de más de treinta países. El objetivo es buscar tratamientos que lleguen a todo el mundo y no se queden solo en Europa, Estados Unidos y Canadá. Ese, señalan los expertos, representa un paso adelante capital.
“El conocimiento que se ha acumulado es muy importante para disponer de herramientas en la prevención y tratamiento de la enfermedad. Cada vez irán saliendo más fármacos que ataquen partes específicas del virus”, explica Gil. Ese espíritu colaborativo ha quedado de manifiesto en los hospitales, uno de los epicentros de la batalla contra el coronavirus. La medicina superespecializada seguirá siendo necesaria en el futuro, pero si algo ha dejado claro la pandemia, en opinión de Gil, es que “hay que recuperar el trabajo en equipo y no ser tan individualistas”.
MIENTRAS, EN EL ÁMBITO ASISTENCIAL, EL CORONAVIRUS HA PROPORCIONADO UN IMPULSO DECISIVO A LA TELEMEDICINA. Durante la pandemia, las nuevas tecnologías han facilitado la atención médica a millones de enfermos crónicos y a personas dependientes que podían conectarse online con los profesionales que antes los atendían cara a cara. Arántzazu Álvarez de Arcaya, coordinadora de Medicina Hospitalaria del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, aporta un dato significativo: “En el confinamiento, estas consultas aumentaron casi un 150 %”. El objetivo en el futuro no será tener un centro sanitario cerca, sino acceder con facilitad a los profesionales sanitarios. Aunque este enfoque supone un avance, también presenta limitaciones que no deben olvidarse. “En determinados momentos del proceso de una enfermedad, se requiere la atención presencial. Es algo que demandan, sobre todo, las personas más vulnerables. No es lo mismo comunicar un diagnóstico por videollamada que cara a cara. Ese contacto es imprescindible, por ejemplo, en la toma de decisiones compartidas”, indica Álvarez de Arcaya.
Así las cosas, a pesar de las lecciones positivas que nos ha proporcionado la pandemia, el miedo al futuro prevalece en la sociedad, al menos, de momento, según reflejan los estudios sociológicos. El temor se extiende como un derrame de aceite que lo impregna todo. Vivimos una crisis de confianza, sobre todo, en los Gobiernos, que son los encargados de garantizar la salud pública.
“Es una situación de mucha incertidumbre, donde han quebrado algunas de las certezas que teníamos. Eso suele ocurrir en las grandes catástrofes, como un terremoto o una guerra. Los poderes públicos no son capaces de resolver la situación”, sostiene José Ángel Bergua, catedrático de Sociología de la Universidad de Zaragoza. El grupo de investigación del que forma parte, Sociedad Creatividad e Incertidumbre, ha analizado el impacto de la actual crisis sanitaria en la vida cotidiana y el resultado arroja conclusiones bastante grises. El estudio señala que más de la mitad de los encuestados creen que la sociedad, su situación personal y, en el ámbito político, las relaciones con China y la Unión Europea van a ir a peor. No obstante, Bergua también percibe algunos signos positivos: “La covid-19 ha demostrado que la gente está preocupada por la salud, un valor prematerialista. Incluso algunos serían partidarios de medidas de confinamiento más estrictas. Eso es lo novedoso”.
EN MEDIO DE LA INCERTIDUMBRE, SIN EMBARGO, SE PERCIBE UN ATISBO DE ESPERANZA, como los arcoíris que dibujaban los niños durante el confinamiento. A pesar de la desconfianza inicial, “la realidad demuestra que el 95% de las personas a las que se les ha ofrecido vacunarse ha aceptado”, recuerda Gil. Según un estudio reciente publicado en New England Journal of Medicine, la mortalidad ya ha bajado un 72 % en Israel, el país del mundo donde se han puesto más vacunas per cápita. En la vida, tras el impacto de la covid-19, también hay certezas.