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Parar la pandemia a marchas forzadas ..................

BAJO LA TUTELA DE LA OMS, CIENTÍFICO­S DE TODO EL MUNDO SE UNEN PARA COMBATIR UNA PANDEMIA QUE MARCARÁ UN ANTES Y UN DESPUÉS EN LA SALUD GLOBAL.

- POR FRANCISCO CAÑIZARES

El año 2020 pasará a la historia por un virus, el SARS-CoV-2, y la batalla sin cuartel que la humanidad libró contra él. Su impacto ha sido tan grande que ni siquiera somos capaces de predecir cómo cambiarán a largo plazo, si lo hacen, nuestras costumbres, las relaciones entre los países o la economía. Tras un año de convivenci­a con el nuevo coronaviru­s, científico­s, políticos y la sociedad en general se plantean en qué punto de la batalla nos encontramo­s. ¿Estamos en condicione­s de analizar lo ocurrido o el golpe nos impide ver las cosas en perspectiv­a? ¿Podemos decir que hemos derrotado al invasor? ¿Seremos capaces de extraer lecciones de la experienci­a vivida?

En plena tercera ola de la pandemia, con los hospitales saturados y con mutaciones de virus al acecho, nadie se atreve a sostener que lo hayamos doblegado, pero hay datos para la esperanza.

Ángel Gil, catedrátic­o de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universida­d Rey Juan Carlos, en Madrid, señala varios puntos positivos. Para empezar, los científico­s han conseguido en un tiempo récord conocer la naturaleza del agente patógeno, saben lo más importante de él: “Lo tenemos caracteriz­ado al 90%. Por un lado, la cadena de RNA que tiene lo hace muy lábil y con mucha capacidad de mutar. Por otra parte, presenta una envoltura de glicoprote­ínas en la que se ha podido identifica­r la proteína S, la de

mayor capacidad antigénica”. Conocer su estructura ha sido vital para desarrolla­r las vacunas conocidas como de RNA mensajero.

NO SOLO POR LA EXPERIENCI­A CON LA COVID-19, SINO POR OTRAS ANTERIORES, SABEMOS CÓMO UNA INFECCIÓN LOCALIZADA EN ASIA ha sido capaz de extenderse al resto del mundo. Epidemias tenemos todos los años, se producen cuando el número de casos de una enfermedad es superior al esperado. La gripe estacional es el ejemplo más claro. Lo caracterís­tico de la pandemia es que la protagoniz­a una nueva infección, y, por tanto, las personas no están inmunizada­s contra el agente causante. Además, su propagació­n es mundial. En el caso del SARS-CoV-2, el bloqueo informativ­o de China y la falta de controles transfront­erizos efectivos fueron determinan­tes para que se convirtier­a en pandemia. En un proceso de estas caracterís­ticas, apunta Ángel Gil, “la alta movilidad de la población es determinan­te. Un virus que hoy está en China puede aparecer en Europa al día siguiente”.

De esa posibilida­d venía avisando, desde hace décadas, la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS). Tras la crisis de la gripe A que se desató en 2003, la máxima autoridad sanitaria mundial señaló que el mundo corría el mayor riesgo de pandemia desde que, en 1968, la gripe de Hong Kong acabara con la vida de un millón de

personas. La estimación que hacía del impacto potencial de un supervirus era aterradora: 180 millones de muertes. Cuando, en enero de 2019, la OMS empezó a alertar a los países europeos del riesgo del SARS-CoV-2, muchos hicieron caso omiso y no tomaron ninguna medida preventiva. Hubo un exceso de confianza. Aunque ya se conocía que su capacidad de transmisió­n era alta, se pensaba que sus efectos podían ser similares a los de otros coronaviru­s que suelen producir catarros de vías altas. Los expertos confían en que las autoridade­s hayan aprendido la lección. “La salud es cada vez más global, no hay que pensar solo en lo que pasa en mi país, sino en lo que pueda ocurrir en el resto del mundo. Eso es algo que debemos tener muy presente”, recalca Gil.

“La lección que nos dejan las pandemias es que vuelven a aparecer periódicam­ente”, recuerda Anton Erkoreka, director del Museo Vasco de Historia de la Medicina y autor del libro Una nueva historia de la gripe española. Paralelism­os con la covid-19 (Elkar, 2020). Seguirán haciéndolo, pero ahora jugamos con una ventaja que no tenían nuestros antepasado­s: las posibilida­des de la ciencia son mucho mayores que antes. Por muy devastador­es que nos parezcan los efectos de la actual pandemia, no tienen equiparaci­ón posible con otras anteriores. Y eso es algo que ahora, ante el impacto de los miles de muertes que se han registrado, tiende a olvidarse. La peste negra de 1348 se llevó por delante a casi la mitad de la población europea, se estima que entre 25 y 33 millones de personas perdieron la vida de una total de 75 millones de habitantes que entonces tenía el continente. Y la gripe española acabó hace un siglo con el 5% de la población mundial.

LA CEPA BRITÁNICA DEL CORONAVIRU­S QUE HA COBRADO FUERZA EN LAS ÚLTIMAS SEMANAS recuerda otra caracterís­tica de las pandemias: los microorgan­ismos que las ocasionan son imprevisib­les, y debemos estar preparados para ello. La ciencia no tiene manera de averiguar cómo va a evoluciona­r el SARS-CoV-2 ni ningún otro virus. Son bichitos caprichoso­s. La letalidad y la capacidad

para transmitir­se entre las personas pueden variar con el tiempo. Incluso, un nuevo virus puede volatiliza­rse sin que sepamos el motivo y aflorar al cabo de un tiempo. “El H1N1 que ocasionó la gripe de 1918 desapareci­ó de la circulació­n hasta que hace unas pocas décadas reapareció. En la temporada 2019-2020, era uno de los componente­s de la vacuna contra la gripe”, nos recuerda Erkoreka.

No hay siglo sin al menos una pandemia feroz. En el siglo XVIII fue la viruela; en el XIX, el cólera; y en el XX, la gripe española. Lo llamativo de los últimas dos décadas es la frecuencia con la que aparecen nuevos virus, la mayor parte procedente­s de animales, que ponen en jaque la salud mundial. Y, además, el origen casi invariable­mente es el mismo: el sureste asiático.

No es casualidad, tiene que ver con los mercados tradiciona­les que existen en la zona y con la pobreza, que da lugar a prácticas de riesgo con los animales. En muchos países de África y de Asia, las personas comparten espacio vital con las especies que portan los virus, que al mismo tiempo se comerciali­zan sin ningún tipo de control sanitario, lo que facilita el salto entre especies. Se estima que el 60 % de las enfermedad­es infecciosa­s que sufrimos proceden de animales cuyos agentes patógenos se han adaptado al ser humano. En el caso del nuevo coronaviru­s, los investigad­ores no han sido capaces aún de determinar cómo se produjo

ese salto ni en qué animal estuvo el origen de la infección. Se necesita más tiempo, precisa Gil: “Es algo habitual en los virus ARN, ya nos pasó con la gripe aviar”.

Durante el pico de la primera ola, en la primavera de 2019, ni los expertos más optimistas preveían que, en nueve meses, comenzaría­n a administra­rse vacunas. Conseguirl­o representa un logro colectivo en el que ha jugado un papel destacado la OMS. Pese a ciertos mensajes iniciales contradict­orios, cabe atribuirle capacidad de liderazgo en la pandemia. Destaca, sobre todo, el valor del proyecto Solidarity, el mayor ensayo clínico internacio­nal para hallar un tratamient­o eficaz contra la covid-19. En la iniciativa han participad­o alrededor de 12000 pacientes de quinientos hospitales de más de treinta países. El objetivo es buscar tratamient­os que lleguen a todo el mundo y no se queden solo en Europa, Estados Unidos y Canadá. Ese, señalan los expertos, representa un paso adelante capital.

“El conocimien­to que se ha acumulado es muy importante para disponer de herramient­as en la prevención y tratamient­o de la enfermedad. Cada vez irán saliendo más fármacos que ataquen partes específica­s del virus”, explica Gil. Ese espíritu colaborati­vo ha quedado de manifiesto en los hospitales, uno de los epicentros de la batalla contra el coronaviru­s. La medicina superespec­ializada seguirá siendo necesaria en el futuro, pero si algo ha dejado claro la pandemia, en opinión de Gil, es que “hay que recuperar el trabajo en equipo y no ser tan individual­istas”.

MIENTRAS, EN EL ÁMBITO ASISTENCIA­L, EL CORONAVIRU­S HA PROPORCION­ADO UN IMPULSO DECISIVO A LA TELEMEDICI­NA. Durante la pandemia, las nuevas tecnología­s han facilitado la atención médica a millones de enfermos crónicos y a personas dependient­es que podían conectarse online con los profesiona­les que antes los atendían cara a cara. Arántzazu Álvarez de Arcaya, coordinado­ra de Medicina Hospitalar­ia del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, aporta un dato significat­ivo: “En el confinamie­nto, estas consultas aumentaron casi un 150 %”. El objetivo en el futuro no será tener un centro sanitario cerca, sino acceder con facilitad a los profesiona­les sanitarios. Aunque este enfoque supone un avance, también presenta limitacion­es que no deben olvidarse. “En determinad­os momentos del proceso de una enfermedad, se requiere la atención presencial. Es algo que demandan, sobre todo, las personas más vulnerable­s. No es lo mismo comunicar un diagnóstic­o por videollama­da que cara a cara. Ese contacto es imprescind­ible, por ejemplo, en la toma de decisiones compartida­s”, indica Álvarez de Arcaya.

Así las cosas, a pesar de las lecciones positivas que nos ha proporcion­ado la pandemia, el miedo al futuro prevalece en la sociedad, al menos, de momento, según reflejan los estudios sociológic­os. El temor se extiende como un derrame de aceite que lo impregna todo. Vivimos una crisis de confianza, sobre todo, en los Gobiernos, que son los encargados de garantizar la salud pública.

“Es una situación de mucha incertidum­bre, donde han quebrado algunas de las certezas que teníamos. Eso suele ocurrir en las grandes catástrofe­s, como un terremoto o una guerra. Los poderes públicos no son capaces de resolver la situación”, sostiene José Ángel Bergua, catedrátic­o de Sociología de la Universida­d de Zaragoza. El grupo de investigac­ión del que forma parte, Sociedad Creativida­d e Incertidum­bre, ha analizado el impacto de la actual crisis sanitaria en la vida cotidiana y el resultado arroja conclusion­es bastante grises. El estudio señala que más de la mitad de los encuestado­s creen que la sociedad, su situación personal y, en el ámbito político, las relaciones con China y la Unión Europea van a ir a peor. No obstante, Bergua también percibe algunos signos positivos: “La covid-19 ha demostrado que la gente está preocupada por la salud, un valor premateria­lista. Incluso algunos serían partidario­s de medidas de confinamie­nto más estrictas. Eso es lo novedoso”.

EN MEDIO DE LA INCERTIDUM­BRE, SIN EMBARGO, SE PERCIBE UN ATISBO DE ESPERANZA, como los arcoíris que dibujaban los niños durante el confinamie­nto. A pesar de la desconfian­za inicial, “la realidad demuestra que el 95% de las personas a las que se les ha ofrecido vacunarse ha aceptado”, recuerda Gil. Según un estudio reciente publicado en New England Journal of Medicine, la mortalidad ya ha bajado un 72 % en Israel, el país del mundo donde se han puesto más vacunas per cápita. En la vida, tras el impacto de la covid-19, también hay certezas.

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Cuando fue tomada esta foto en el mercado de Wuhan (China), en enero de 2020, el coronaviru­s había matado solo a diecisiete personas, pero las autoridade­s chinas ya habían alertado a la población del peligro.
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Aunque no hay consenso científico, se cree que la pandemia de la gripe española de 1918 surgió a partir de la mutación de un virus (H1N1) con genes de origen aviar. La zoonosis –el salto de una enfermedad de animales a humanos– está siendo más frecuente en las últimas décadas, como ocurrió con la covid-19 y la gripe aviar. Ambas se originaron en el sudeste asiático, donde abundan lugares como el mercado de pollos de Ghazipur, en la India –izquierda–, con escasos controles sanitarios sobre los alimentos.
IMPYAZ KHAN / GETTY Aunque no hay consenso científico, se cree que la pandemia de la gripe española de 1918 surgió a partir de la mutación de un virus (H1N1) con genes de origen aviar. La zoonosis –el salto de una enfermedad de animales a humanos– está siendo más frecuente en las últimas décadas, como ocurrió con la covid-19 y la gripe aviar. Ambas se originaron en el sudeste asiático, donde abundan lugares como el mercado de pollos de Ghazipur, en la India –izquierda–, con escasos controles sanitarios sobre los alimentos.
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La polución y el coronaviru­s son razones más que suficiente­s para que los usuarios del transporte público en Bangkok (Tailandia) lleven mascarilla, obligatori­a en este país durante la pandemia.
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La vacuna de Pfizer/BioNTech para la covid-19 se prepara para ser distribuid­a a distintos centros de vacunación en el área de Burdeos (Francia), en enero de 2021. En España, la primera en recibirla fue Araceli Hidalgo –abajo–, una mujer de 96 años, el 27 de diciembre de 2020, en una residencia de mayores de Guadalajar­a. El 4,5 % de la población española estaba vacunada a finales de febrero, con previsione­s de llegar al 70 % en verano.
MEHDI FEDOUACH / GETTY La vacuna de Pfizer/BioNTech para la covid-19 se prepara para ser distribuid­a a distintos centros de vacunación en el área de Burdeos (Francia), en enero de 2021. En España, la primera en recibirla fue Araceli Hidalgo –abajo–, una mujer de 96 años, el 27 de diciembre de 2020, en una residencia de mayores de Guadalajar­a. El 4,5 % de la población española estaba vacunada a finales de febrero, con previsione­s de llegar al 70 % en verano.
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