Los amantes. René Magritte

Estamos en el París de 1928 y el surrealismo se ha hecho fuerte como movimiento artístico pero también como intento de explicación del sentido último de la fascinante condición humana. Es tiempo de primacía del inconsciente, de los azares objetivos, de los estados de trance como única forma de asomarse a la verdad, de cadáveres exquisitos. El pintor belga René Magritte (1898-1967) emplaza el beso de

Los amantes sobre lo que parece un simple papel pintado, un trampantojo, una salida que no es más que la simulación de una salida. Lo que en Munch era la distancia inexistente en Magritte es la distancia infinita. Los amantes se besan, sí, pero sus rostros cubiertos con una tela les impiden la carnalidad. El tacto y el sabor de cada uno no traspasa el tejido pegado a sus caras. Están muy cerca uno del otro pero la distancia es insalvable. Ninguno podrá experimentar nunca lo que experimenta el otro. Más que compartir el aliento vital, los amantes se enfrentan a la asfixia propia, la que padeció la madre del pintor cuando siendo él un niño se arrojó al río y apareció en los márgenes con el rostro cubierto por sus empapadas ropas, como estos amantes que intentan el beso imposible.

En 1928, Magritte también pintó una de las obras que más han dado que hablar en el arte contemporáneo: bajo una pipa meticulosamente trazada, el rótulo Ceci n’est pas une pipe (Esto no es una pipa). Como bajo el beso de estos amantes podría figurar Ceci n’est pas un baiser (Esto no es un beso).