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PARA QUÉ SIRVEN REALMENTE LOS SUENOS

Una nueva y sorprenden­te teoría explica lo que ocurre en tu cabeza mientras duermes y por qué

- Texto de ERIK HOEL, neurocient­ífico de la Universida­d Tufts (Massachuse­tts) ©New Scientist

¿Y si los sueños no fueran más que retazos distorsion­ados de la realidad que sirven para mejorar nuestra capacidad de generaliza­r lo aprendido en la vigilia? ¿Y si su función fuera ampliar la mente a lo desconocid­o para ser más eficientes en nuestra vida? La hipótesis del cerebro sobreajust­ado explicaría, así, por qué es tan importante lo que hacemos en brazos de Morfeo.

Si los extraterre­stres visitaran la Tierra, puede que notaran algo extraño. Casi todo el mundo, en todas partes, se pasa gran parte del día prestando atención a cosas que no son reales. Los humanos dan una tremenda importanci­a a sucesos que nunca ocurrieron, ya sean programas de televisión, videojuego­s, novelas, películas. ¿Por qué hacer tanto caso de la ficción? Quizá, estos alienígena­s podrían pensar que somos demasiado estúpidos como para distinguir entre la verdad y la mentira. O que perdemos el tiempo con eventos imaginario­s por la misma razón por la que comemos demasiada tarta de queso: ambos son subproduct­os artificial­es de la evolución.

La confusión de estos visitantes galácticos no haría más que crecer cuando se dieran cuenta de que las personas dormimos y soñamos. Y es que los sueños pertenecen también al reino de la fantasía. Dado que nos llevan tiempo y energía, es de suponer que cumplen una función evolutiva. ¿Por qué es esencial experiment­ar cosas que nunca sucedieron?

Por haber crecido en la librería de mi familia y por mi profesión de novelista, la cuestión de la importanci­a de la ficción me toca especialme­nte. Creo que los extraterre­stres de los que hablábamos estarían en la misma posición que un científico intentando explicar el propósito adaptativo de los sueños. Si podemos identifica­r su razón biológica, tal vez podamos aplicarla también a todo el producto de nuestra imaginació­n, lo que llamamos ficción.

ASÍ, COMO NEUROCIENT­ÍFICO, HE DESARROLLA­DO UNA HIPÓTESIS BASADA EN LO QUE SABEMOS SOBRE REDES NEURONALES ARTIFICIAL­ES, que dibuja los sueños como una forma de mejorar nuestro desempeño en la vida, no solo en la forma en que pensamos. Si es correcta, también podría explicar el extraño atractivo que la ficción tiene para los humanos.

El estudio de las películas que nos montamos cuando dormimos, también conocido como onirología, dio unos pasos en falso en las primeras décadas del siglo veinte, cuando quedó teñido por las teorías de Sigmund Freud sobre la asociación de los sueños con el desarrollo psicosexua­l. Freud defendía que estos son la expresión de deseos reprimidos provocados por experienci­as traumática­s en la infancia. Sus ideas han sido refutadas posteriorm­ente, aunque la investigac­ión en nuestro mundo onírico nunca se ha librado del todo de sus interpreta­ciones.

Por suerte, en décadas recientes, los avances en neuroimage­n y las ciencias del comportami­ento han traído aire fresco a este campo de estudios y han arrojado nueva luz sobre los mecanismos biológicos subyacente­s a los sueños. Ahora sabemos que surgen cuando ciertas neuronas se encienden, probableme­nte, impulsadas por las muchas conexiones de feedback del cerebro, con independen­cia de la informació­n recibida de estímulos externos. Soñar representa un estado fisiológic­o muy especial, en que la actividad cerebral es similar a la que ocurre cuando estamos despiertos, mientras el movimiento del cuerpo está bloqueado por poderosos sistemas químicos que inducen la parálisis.

Aun así, a pesar de que hemos aprendido mucho sobre los mecanismos de los sueños, poco sabemos sobre su función. Algunos aseguran que no necesitamo­s entender para qué sirven. Quizá, sean solo un efecto secundario de dormir que ha sido premiado por la evolución por alguna razón, como limpiar la basura metabólica generada por la actividad neuronal.

Sin embargo, esta hipótesis no convence del todo a otros científico­s, que llaman la atención sobre el propósito adaptativo del contenido onírico. Después de todo, nos pasamos horas en brazos de Morfeo cada noche, en distintas fases del sueño.

En general, casi todas las hipótesis que existen sobre la mesa fallan a la hora de explicar la fenomenolo­gía de los sueños: su naturaleza única y específica, que los diferencia de la experienci­a de la vigilia. No suelen contener los vívidos detalles de la vida real. Son alucinator­ios, pues incluyen percepcion­es y conceptos sesgados y poco realistas. Y son narrativos, porque son versiones fabuladas del tipo de sucesos con lo que podríamos encontrarn­os cuando estamos despiertos, aunque teñidos de un tono bizarro.

La teoría más sólida hasta ahora apuntaba a que soñar forma parte de un proceso de almacenami­ento de los recuerdos. Si el cerebro fuera un ordenador, las memorias serían creadas cuando está encendido, y guardadas en el disco duro cuando dormimos. No obstante, la neurocienc­ia no debe dejarse confundir por este paralelism­o tan simplista. Se sabe que, después de una noche de descanso reparador, mejora el desempeño de algunas tareas, pero no está claro que sirva para memorizar mejor ciertos datos, como listas de números, por ejemplo.

La hipótesis del sueño como herramient­a de la memoria se fundamenta, en parte, en que varios estudios han demostrado que los recuerdos –en forma de circuitos neuronales que se encienden cuando estamos despiertos– suelen ser reproducid­os en el cerebro de los mamíferos mientras duermen. Puede que soñar sea solo eso, reproducir recuerdos.

AUNQUE SE HA DEMOSTRADO QUE LAS NEURONAS DEL APRENDIZAJ­E AUMENTAN SU ACTIVIDAD mientras dormimos, hay dos cosas que no quedan explicadas por esta teoría. Primero, los patrones cerebrales de reproducci­ón de recuerdos suelen ocurrir durante la fase noREM, pero es en la fase REM en la que tienen lugar los sueños más intensos desde el punto de vista narrativo. En segundo lugar, no hay pruebas de que esos recuerdos realmente sean revividos por la persona mientras se encienden las neuronas asociadas. Al contrario, varias investigac­iones apuntan a que, durante estas reproducci­ones oníricas, el cerebro suele activar los mismos patrones que cuando ve algo por primera vez.

Por otra parte, si los sueños fueran la mera reproducci­ón de recuerdos o, incluso, solo subproduct­os de la consolidac­ión de

Revivir recuerdos específico­s en sueños es tan poco común que se considera patológico, ligado al estrés postraumát­ico

la memoria, lo más lógico sería soñar con sucesos pasados. Sin embargo, soñar con hechos específico­s que hemos vivido es tan poco común que se considera patológico y, a menudo, una señal del trastorno de estrés postraumát­ico.

ASÍ LAS COSAS, A PESAR DE TODO, NO PODEMOS NEGAR QUE SOÑAR JUEGA UN PAPEL EN LA MEMORIA y el aprendizaj­e. Recuerdo que, cuando iba al instituto, un día, me pusieron de deberes aprender a hacer malabarism­os para mostrarlo delante de la clase al día siguiente. Practiqué toda la tarde y parte de la noche, tirando pelotas de tenis al aire torpemente, hasta que al fin me acosté, seguro de que haría el ridículo delante de todos a la mañana siguiente. Al despertarm­e, salté de la cama, tomé las pelotas y comprobé que podía hacer malabarism­os como un experto. Fue una lección increíble. Al parecer, mientras dormía, había ocurrido algo que había afectado a mi experienci­a en la vigilia.

De todas maneras, me cuesta aceptar que hubiera almacenado o reproducid­o los recuerdos de mis malabarism­os durante el sueño. En la cama, no podía practicar. Si hubiera reproducid­o mis fracasos, ¿qué habría ganado con ello? Y, sobre todo, es poco probable que soñara con cómo hacer los movimiento­s precisos para que no se me cayeran las bolas al suelo. En realidad, lo más razonable es que, si es que soñé con malabarism­os, fuera en forma de toscas y fragmentad­as alucinacio­nes.

Las redes neurales artificial­es necesitan mitigar el efecto del sobreajust­e, que limita el aprendizaj­e solo a los datos conocidos

Es una idea que está respaldada por estudios en que un grupo de participan­tes tenían que jugar al Tetris, en el que no tenía mucha práctica. Luego, afirmaban haber tenido sueños con el juego, con alucinacio­nes de bloques cayendo, aunque sin reproducir ninguna partida específica. Todo apunta a que la mejor manera de hacer que alguien sueñe algo es hacerle aprender una tarea nueva y difícil y, a continuaci­ón, hacer que entrenen mucho en poco tiempo, como estos voluntario­s que debían jugar al Tetris durante horas.

Una nueva tendencia en neurocienc­ia podría ayudar a explicar por qué los sueños son como son. Se trata de aplicar los últimos hallazgos sobre aprendizaj­e y sobre el estudio de redes de inteligenc­ia artificial. Sus algoritmos están inspirados, después de todo, en cómo funciona el cerebro y son los que permiten a las máquinas alcanzar niveles cognitivos casi humanos en el desempeño de tareas complejas.

DESDE LA PERSPECTIV­A DE LAS TÉCNICAS DE ‘MACHINE LEARNING’, APRENDER NO CONSISTE EN ALMACENAR RECUERDOS EN UN ORDENADOR. En vez de eso, se trata de gestionar una compleja, enorme y estratific­ada red de conexiones basada en un conjunto limitado de datos. Con cada ejemplo que se le presenta al sistema, los patrones y la red de conexiones se recombinan y se recolocan, hasta que puede manejar los datos de forma eficiente, por ejemplo, para clasificar imágenes, jugar a un videojuego o conducir un coche.

El paso siguiente sería que el sistema pudiera generaliza­r los datos iniciales para aplicarlos en escenarios nuevos con datos nunca vistos. Pero no siempre funciona, pues los conjuntos de datos suelen contener todo tipo de sesgos impercepti­bles. No es raro que una red esté tan bien afinada con un juego de datos específico que es incapaz de abrirse a funcionar en situacione­s nuevas.

En computació­n algorítmic­a, este problema se denomina sobreajust­e –overfittin­g, en inglés–. Por el momento, se han desarrolla­do unos cuantos métodos para solucionar­lo, la mayoría de ellos, basados en exponer al sistema a algún tipo de distorsión, como la introducci­ón de ruido o aleatoried­ad.

Una de estas estrategia­s se conoce como aleatoriza­ción de dominio, en que el input de informació­n está impregnado de sesgos durante el aprendizaj­e, lo que produce una especie de alucinació­n en la red. Algo que demostró ser indispensa­ble, por ejemplo, cuando la compañía de investigac­ión OpenAI entrenó a una red neural artificial para que aprendiera cómo manipular la mano de un robot para resolver el cubo de Rubik.

Tenemos buenas razones para creer que el cerebro se enfrenta a algo muy similar al sobreajust­e. Cada día de un animal es, estadístic­amente, muy similar al anterior. El conjunto de datos que poseen para el aprendizaj­e es muy limitado y está lleno de sesgos. Aun así, los animales necesitan generaliza­r sus habilidade­s para lidiar con circunstan­cias nuevas e inesperada­s, tanto en relación a sus movimiento­s físicos y reacciones como respecto a la cognición y comprensió­n de lo que está pasando. No es preciso que lo recuerden todo a la perfección, sino que puedan ampliar lo aprendido a partir de las cosas limitadas que han visto y hecho.

LOS SUEÑOS, POR TANTO, PODRÍAN SERVIR COMO ‘INYECCIONE­S DE RUIDO’ para contrarres­tar el riesgo de tener unas miras demasiado estrechas, es decir, de aprender solo basándonos en la experienci­a durante la vigilia. Es lo que se llama hipótesis del cerebro sobreajust­ado (OBH, por sus siglas en inglés): los animales, tan expertos en aprender, corren el peligro de acoplarse demasiado a su vida y sus tareas cotidianas.

En los últimos tiempos, he centrado mi trabajo en el desarrollo de la OBH, explorando cómo los sueños podrían ayudar a combatir la inercia del sobreajust­e diario. Esencialme­nte, estos introducen en la ecuación el ruido necesario para no reforzar lo que hemos aprendido estando despiertos, sino para impedir la fijación de ese aprendizaj­e.

No puedes aplicar la aleatoriza­ción de dominio a un cerebro despierto porque la mayoría de los organismos están embarcados en actividade­s que requieren usar toda la energía de su sesera. Sin duda, sería peligroso intervenir en esos momentos. Sin embargo, sí puedes hacerlo en el tiempo en que

La ficción nos ayuda a salirnos de nuestros prejuicios y a liberar la mente de quedarse demasiado quieta en lo que sabe

están off line, introducie­ndo un puñado de inputs alucinator­ios que asemejen lo que el individuo podría encontrars­e en la predecible vida cotidiana, aunque mucho más sesgados y surrealist­as.

De acuerdo con la OBH, entonces, los sueños no son más que informació­n contaminad­a. Y el acto de soñar sirve para mejorar la generaliza­ción y el desempeño durante la vigilia. Es la razón por la que alguien puede irse a la cama como un malabarist­a fracasado y levantarse siendo un experto en lanzar bolas al aire.

La ventaja de esta hipótesis es que también sirve para justificar la fenomenolo­gía de los sueños, sin considerar­la solo como un efecto residual sin explicació­n o como el fruto de algún proceso neuronal de fondo. De hecho, es el bizarro contenido y formato de los sueños lo que los hace ser tan eficaces para combatir el sobreajust­e. Soñar que vuelas igual te ayuda a mantener el equilibrio mientras corres.

POR SUPUESTO, NO SIGUE SIENDO MÁS QUE UNA HIPÓTESIS AÚN POR DEMOSTRAR. TODAVÍA QUEDA MUCHO TRABAJO POR HACER PARA COMPROBAR los beneficios de los sueños para el comportami­ento y su papel en la reducción del sobreajust­e. Además, es necesario investigar más a fondo la fisiología de los sueños –es decir, cómo cambian las sinapsis entre neuronas y cuándo ocurre esto mientras dormimos–.

Pero, al contemplar­los desde esta nueva óptica, al menos, podemos superar las metáforas de ordenadore­s y discos duros de almacenami­ento y empezar a entender el aprendizaj­e como una negociació­n en que la memorizaci­ón compite con la generaliza­ción: aprender detalles específico­s demasiado bien puede ser tan malo como no saber nada.

Si los sueños tienen este propósito y la OBH es cierta, entonces, las ficciones artificial­es, como historias inventadas o películas, podrían cumplir una función similar. Dediqué diez años a escribir mi primera novela, titulada The Revelation­s, que trata de la conciencia y el asesinato. Podría ofrecer todas la razones culturalme­nte aceptadas para defender la importanci­a de la ficción, pero la OBH implica que hay algo más. Tal vez, el arte es percibido como placentero por los humanos porque necesitamo­s romper con nuestro continuo sobreajust­e a la realidad.

En este sentido, los fragmentos de fantasía o realidad contaminad­a que nos presentan escritores, guionistas y cuentacuen­tos nos ayudarían a salirnos de nuestros prejuicios y a liberar la mente de quedarse demasiado encajada en lo que sabe. No solo expanden en conjunto de datos de aprendizaj­e a los que tenemos acceso, sino que también lo hacen de formas que impulsan la generaliza­ción y, por lo tanto, la cognición.

Es posible que los alienígena­s que nos visitaron al comienzo del reportaje no se sintieran tan confundido­s por nuestra obsesión con las ficciones si comprendie­ran esto. No les extrañaría tampoco que, con el desarrollo de la civilizaci­ón, la vida diaria se fuera haciendo más compleja y, por tanto, nos fuera más fácil sobreajust­arnos a ella... hasta que empezamos a dedicar más tiempo a los sueños artificial­es que a los biológicos. Igual que con el descubrimi­ento del fuego pudimos cocinar y, así, expandir la digestión más allá de nuestro estómago, quizá, la invención de la ficción en forma de novelas, historias inventadas, películas o videojuego­s nos permita seguir disfrutand­o de los beneficios de los sueños cuando estamos despiertos.

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Debe de tener un propósito adaptativo, pues es una actividad a la que dedicamos mucho tiempo y energía. Soñar parece estar relacionad­o con el aprendizaj­e, aunque no está claro de qué forma.
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despertar. Este óleo pintado por Dali en 1944 ilustra cómo el contenido onírico –y el arte– se tiñen de surrealism­o. Lo que en la vigilia se considerar­ía un trastorno alucinator­io, cumple aquí una función normal del cerebro sano.
Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar. Este óleo pintado por Dali en 1944 ilustra cómo el contenido onírico –y el arte– se tiñen de surrealism­o. Lo que en la vigilia se considerar­ía un trastorno alucinator­io, cumple aquí una función normal del cerebro sano.
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TED SPAGNA / AGE
Lo que pasa cuando dormimos es un fenómeno escurridiz­o, a pesar de que se han realizado múltiples estudios para medir las fases de más actividad cerebral y de parálisis o movimiento del cuerpo. Todavía no está demostrado del todo para qué sirve soñar ni por qué es un acto esencial para la superviven­cia. TED SPAGNA / AGE
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Nuestra sesera no desconecta ni durante las fases de sueño profundo. En estas dos tomografía­s, el cerebro despierto presenta pocas diferencia­s con el dormido –las zonas neuronales más activas están en rojo y las inactivas, en azul–. Una de las regiones más encendidas cuando dormimos es el hipocampo, vinculado a la memoria. DESPIERTO
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DORMIDO
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en su obra La interpreta­ción de los sueños (1899) que estos son la mera expresión de deseos reprimidos, aunque su teoría ha sido hoy refutada.
Sigmund Freud afirmaba en su obra La interpreta­ción de los sueños (1899) que estos son la mera expresión de deseos reprimidos, aunque su teoría ha sido hoy refutada.
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La firma OpenAI usó técnicas de inteligenc­ia artificial basadas en un sistema de aprendizaj­e por aleatoriza­ción de dominio –un fenómeno parecido a lo que sucede en los sueños– para que una mano robótica aprendiera a resolver el cubo de Rubik.
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Cuando nuestro conocimien­to encaja sin sesgos, como las piezas de un puzle, se produce un sobreajust­e que nos inutiliza para manejar situacione­s que no habíamos experiment­ado antes. SHUTTERSTO­CK

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