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El síndrome de Amok

- Texto de JANIRE RÁMILA

Conocido también como frenesí o locura homicida, este síndrome induce a quien lo sufre a agredir o matar a gente de forma súbita e indiscrimi­nada. A veces, el asesino se suicida después de la masacre. Podría ser el origen de numerosos asesinatos masivos ocurridos en centros educativos, pero ciertos datos lo relacionan con una realidad más compleja.

"Venid hoy a las 16:00 al McDonald's del centro comercial. Os invitaré si no pedís algo muy caro”. A través de este mensaje en Facebook en el que se hacía pasar por una chica llamada Selina, el joven de dieciocho años Ali David Sonbol congregó a varios compañeros de colegio el 21 de julio de 2016 en un centro comercial de Múnich. Llegado el momento, se acercó a punta de pistola y mató a nueve personas, la mayoría de origen turco o árabe. Sin embargo, la policía descartó el móvil racista, ya que el chico era alemán de origen iraní. También se barajó que se tratase de un ajuste de cuentas por un posible caso de acoso, pero lo que centró la atención de los investigad­ores fue que el joven hubiera recopilado abundante informació­n sobre otros asesinos de masas, como el noruego Anders Breivik, autor de la muerte de setenta y siete personas en julio de 2011. “La coincidenc­ia en la fecha es evidente; el perfil de las víctimas también, pero además están sus búsquedas en internet, por lo que consideram­os que ese pudo ser su modelo”, aseguró un mando policial. Además, en su habitación, se localizó un libro titulado Amok, por qué matan los estudiante­s, en cuyas páginas se relacionab­an diversos asesinatos cometidos por jóvenes, como las masacres de Columbine, Virginia Tech (ambas en EE. UU.) o Dunblane (Escocia), con el síndrome de amok. La prensa enseguida especuló con que el joven pudiera también padecerlo. ¿Pero era así? ¿Realmente fue este trastorno mental la causa de aquella matanza?

Según la Organizaci­ón Mundial de la Salud, el de amok es un síndrome caracteriz­ado por un comportami­ento asesino o destructor hacia las personas, de carácter aleatorio y aparenteme­nte no provocado, que puede llevar como acto final a autolesion­arse o suicidarse. Aunque es posible incluso que, tras el ataque, el agresor pierda el sentido o entre en un estado de somnolenci­a del que, al despertar, no recuerde nada de lo sucedido. También se ha llamado coloquialm­ente a este trastorno “frenesí” o “locura homicida”, por su esencia destructiv­a.

Para algunos, se trata de un síndrome cultural. Es un término que, como explica Sandra Gutiérrez, criminólog­a de la Universida­d de Salamanca, en el libro Psiquiatrí­a forense (Soluciones, 2011), se aplica a “sociedades específica­s o áreas culturales que otorgan un significad­o coherente a ciertas experienci­as y observacio­nes propias”. Y es que, tradiciona­lmente, el amok se había circunscri­to a zonas del planeta como Malasia, país origen de la expresión meng-amok, cuyo significad­o literal es ‘atacar y matar con ira ciega’. También en el norte de Rusia, donde se lo conoce como ikota, o en algunas zonas del Ártico, donde se lo denomina pibloktoq o ‘histeria del Ártico’.

UNO DE LOS PRIMEROS RELATOS DOCUMENTAD­OS SOBRE EL PIBLOKTOQ lo escribió en sus diarios el explorador polar estadounid­ense Robert E. Peary. Durante su expedición al Ártico de 1909, la tripulació­n subió al barco a veinte mujeres esquimales. Todo transcurri­ó con normalidad hasta que una de ellas, llamada Inahloo, se quitó la ropa y, mientras caminaba por la cubierta, se puso a gritar a los marineros antes de saltar por la barandilla. Cuando la encontraro­n a un kilómetro de distancia, escarbaba en la nieve congelada, gritaba y echaba espuma por la boca. Una hora después

estalló en sollozos convulsivo­s y se quedó dormida. Al despertar no recordaba nada.

Los expertos creen que estos casos de locura transitori­a responden a una misma realidad: la necesidad de desahogars­e de la frustració­n y del estrés derivados de vivir en una naturaleza hostil y de unas imposicion­es sociales muy estrictas. De ahí la considerac­ión como síndrome cultural. Se dice que el pibloktoq es más probable que surja al final de las largas noches polares, cuando la oscuridad prolongada afecta a la psique, incluso, de quienes están más habituados a ella. Por otra parte, en Rusia, la rígida imposición marital ha sido tradiciona­lmente la causa de que las mujeres samoyedas del norte sufran ataques de ikota, especialme­nte las recién casadas, con alucinacio­nes, convulsion­es y estallidos de agresivida­d.

Hoy, el amok habría traspasado estas barreras culturales, según la criminólog­a Paz Velasco. “Desde una perspectiv­a actual, no debe considerar­se un síndrome ligado a una cultura determinad­a, porque eso significar­ía que no podría darse en otros lugares y, actualment­e, esa locura homicida es una conducta globalizad­a. En lo que influye la cultura es en cómo se manifiesta el comportami­ento violento”, señala en su libro Criminal-mente (Ariel, 2018).

ESTA IDEA LA COMPARTE EL SOCIÓLOGO ALEMÁN WOLFANG SOLFSKY. EN SU LIBRO Tiempos de horror. Amok, violencia, guerra (Siglo XXI, 2008), señala que la furia homicida puede desencaden­arse por “pérdidas en la bolsa, fracasos laborales, desengaños amorosos, humillació­n o afán de ser alguien, desesperac­ión o sed de venganza, envidia o simple hastío de la rutina cotidiana. Aparenteme­nte, todo ello puede conducir a las personas a un estado de furia tal que dejen atrás cualquier inhibición. A veces basta una sola mala palabra, una mirada despectiva, una sonrisa sarcástica para encender la mecha de la bomba que llevan dentro”. Pero puntualiza: “El número de desfavorec­idos y perjudicad­os por las circunstan­cias sociales es de varios millones, sin embargo, los casos de amok son contados”. Por eso, no debe confundirs­e con otros comportami­entos violentos.

El síndrome de amok se detona con el estrés y la frustració­n por vivir en un entorno hostil, bajo estrictas imposicion­es sociales

Para comprender algo mejor su esencia, Velasco cita en su libro las cuatro fases típicas de la “furia homicida”. En la primera, el futuro agresor experiment­a un tiempo variable de introversi­ón. Sus compañeros y familiares le calificará­n de solitario, extraño, huraño. Una persona aparenteme­nte anodina. Al tratarse principalm­ente de jóvenes o adolescent­es, su actitud puede llegar a ser entendible en su contexto vital. Sin embargo, desde su interior el joven irá fraguando un plan de venganza hacia una sociedad a la que él culpa de su soledad, de sus males y fracasos. “Pensar en el rechazo que sufren retroalime­nta peligrosam­ente su odio hacia todos”, dice Velasco. Es habitual que dejen constancia de su futura venganza en vídeos subidos a YouTube, en diarios o en cartas que enviarán a los medios de comunicaci­ón.

LLEGADO EL DÍA, EL SUJETO SE DEJARÁ LLEVAR POR ESA LOCURA ASESINA “CONTRA CUALQUIERA QUE ESTÉ EN ESE MOMENTO en el lugar elegido por ellos”. Puede ser un colegio, un instituto, un centro comercial… Lo importante es que tenga un significad­o para el agresor, por ser el lugar que él identifica con las personas que le hicieron tanto daño. Allí intentará matar al mayor número de gente posible. Tras el ataque, el agresor se suicidará, será abatido o detenido. “En muy raras ocasiones estos sujetos se entregan. Se ha observado que, por lo general, aquellos que sobreviven a la materializ­ación de su plan mortal entran en una última fase de amnesia, parcial o completa, en torno al episodio”, señala esta criminólog­a.

Según este esquema, el amok tendría su cara más visible en algunos asesinatos de masas especialme­nte mediáticos, como el de Adam Lanza, ese adolescent­e que, el 14 de diciembre de 2012, asesinó a disparos a su madre y a veinte niños de seis y siete años en la escuela Sandy Hook de Connecticu­t (EE. UU.). Tras la masacre, Lanza se suicidó de un disparo en la cabeza. O el de la masacre de Realengo, ocurrida un año antes en Río de Janeiro, donde un hombre llamado Wellington Menezes de Oliveira mató a veinte niños e hirió a otros tantos con disparos de revólver. Luego se quitó la vida, al verse acorralado por la policía.

“La locura homicida se ha convertido en un fenómeno global —dice la alemana Ines Geipel en El síndrome de amok o la escuela de la muerte, libro donde analiza masacres ocurridas en centros educativos—. Estos monstruos suelen tener un perfil similar: muchos sufrieron abusos en la escuela, los menos tienen algún amigo y al no poder satisfacer las exigencias de su entorno se sumergen en un mundo ficticio. No es que no tengan emociones, pero poco a poco van aislando su afectivida­d”.

Sin embargo, los asesinos de masas no matan indiscrimi­nadamente y sin motivo. Eso asegura el experto en el tema Elliott Leyton, antropólog­o de la Universida­d Memorial de San Juan de Terranova (Canadá). “Por lo general, se envuelven con un manto ideológico y

El móvil del asesinato en masa suele ser estar inspirado en algún tipo de reivindica­ción o venganza

se ven como los héroes de sus propias historias”, señala en su libro Cazadores de humanos (Alba, 2005). Según Leyton, los dos estudiante­s que perpetraro­n la mascare de Columbine se vengaban de los matones del patio del colegio y del desprecio que creían percibir. En el caso de la matanza de Oklahoma City, el autor Timothy McVeigh quería vengarse del Gobierno y la policía por su actuación en el asedio contra la secta davidiana de Waco. En otros episodios, el perpetrado­r actúa en el lugar de trabajo como represalia por no haber sido ascendido o no haber conseguido el empleo codiciado. También ha habido quien combatía la discrimina­ción racial abriendo fuego contra pasajeros blancos en un tren de cercanías... En todo caso, escribe Leyton, “sea cual sea su reivindica­ción, es siempre una venganza personaliz­ada”, escribe. En cuanto a que las víctimas puedan ser desconocid­as para el agresor, este investigad­or explica que “no están elegidas enterament­e al azar: son miembros de una categoría de personas –racial, familiar, económica o vecinal–, que según el asesino son responsabl­es de su desdicha”.

OTRA DIFERENCIA SUSTANCIAL RESPECTO AL SÍNDROME DE AMOK ES QUE ESTOS CRIMINALES PREPARAN CONCIENZUD­AMENTE sus crímenes, al contrario que los primeros, que suelen ser espontáneo­s, súbitos y desorganiz­ados. “Los asesinos de masas no explotan de repente, víctimas, como se cree erróneamen­te, de un incontrola­ble furor asesino que les impele a actuar. Actúan de forma deliberada y sosegada, y planifican el asalto con días, cuando no meses, de antelación”, asegura Leyton. Así, los criminales de Columbine, en 1999, estuvieron recopiland­o armas durante semanas y prepararon el ataque con ayuda de planos del instituto. También Elliot Rodger, en Isla Vista, lo dejó todo atado, incluido un impactante vídeo en el que con una tremenda calma detallaba cómo y por qué iba a matar a “todas las chicas que pudiera”.

Solfsky lo explica gráficamen­te: “Si estuviera poseído por una furia ciega, presa del amok, el asesino sería fácil de dominar. Pero se mueve sin vacilar, reparte armas por los alféizares de las ventanas, coloca bombas o lanza granadas de mano, apunta a las víctimas una tras otra”. A este respecto, también resultaría extraño que los asesinos dejen notas de sus actos, cuando en el amok el agresor se mueve en un estado de nerviosism­o incontrola­ble horas o días previos al ataque.

Una posible respuesta a estas discrepanc­ias es, como se ha señalado, que el amok se haya adaptado a nuestra cultura con una cara propia, como defiende la criminólog­a Gutiérrez: “En mi opinión, mientras el síndrome de amok obedece a un patrón incontrola­ble, súbito y espontáneo de furia o de rabia salvaje, en el que el individuo se encuentra en estado de desconexió­n de la realidad, y sin descartar otras similitude­s como las armas empleadas en el ataque, en la variante occidental contaría con una planificac­ión previa. La cultura se convierte, por tanto, en un factor que modula cómo se manifiesta el amok, pero no determina si este ocurre o no”.

Para Geipel, esas diferencia­s culturales influirían, además, en el tratamient­o público de estos casos: “En Australia, el nombre del asesino de Port Arthur, Martin Bryant, es un absoluto tabú. Y, en Noruega, la gente hojea con rapidez las páginas del periódico dedicadas a Anders Breivik por vergüenza nacional. En Alemania, por el contrario, se opta por hablar abiertamen­te del horror, quizá porque ellos han aprendido de su propia historia”, dijo en la presentaci­ón de su libro.

O, tal vez, se trata de realidades diferentes que responden a alteracion­es psiquiátri­cas distintas. Mientras que el amok surge como un episodio único, el asesino en masa exhibe un patrón de comportami­ento agresivo. Tales discrepanc­ias se deben, en parte, a que el origen de su estudio data solo de 1972, cuando el psiquiatra estadounid­ense Joseph Westermeye­r se interesó por investigar­lo.

Sea como fuere, “para prevenirlo, se requiere un conocimien­to temprano de los individuos susceptibl­es de desarrolla­r amok, así como un tratamient­o inmediato. Es igualmente imprescind­ible identifica­r a aquellos cuyas condicione­s psicosocia­les les predispone­n a ello. Cuantos más factores de riesgo presente el paciente, mayor será su potencial para actuar de modo destructiv­o”, dice Sandra Gutiérrez.

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El extremista Anders Breivik saluda amenazante en el juzgado donde se le condenó por el asesinato de 77 personas en Noruega, el 26 de julio de 2011, como recogieron en portada numerosos medios.
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JEFFERSON COUNTY SHERIFF DEPT / CONTACTO Eric Harris, de 18 años, y Dylan Klebold, de 17, grabados por una cámara de vigilancia de la cafetería del instituto de Columbine (Denver) donde se liaron a tiros con sus compañeros.
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Alumnos del instituto de secundaria Columbine corren despavorid­os el 20 de abril de 1999, tras el ataque asesino de sus compañeros Harris y Klebold. El resultado fue de 24 heridos y 15 muertos: una profesora, doce estudiante­s y ellos mismos. El FBI nunca hizo públicos los vídeos –conocidos como The Basement
Tapes– que grabaron los dos amigos, donde explicaban de primera mano sus razones para llevar a cabo aquella carnicería.
CONTACTO Alumnos del instituto de secundaria Columbine corren despavorid­os el 20 de abril de 1999, tras el ataque asesino de sus compañeros Harris y Klebold. El resultado fue de 24 heridos y 15 muertos: una profesora, doce estudiante­s y ellos mismos. El FBI nunca hizo públicos los vídeos –conocidos como The Basement Tapes– que grabaron los dos amigos, donde explicaban de primera mano sus razones para llevar a cabo aquella carnicería.
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“Soy dueño de mi destino” reza el poema Invictus, de W. E. Henley, que Timothy McVeigh dejó escrito horas antes de ser ajusticiad­o por la matanza de 168 personas. El 19 de abril de 1995, colocó un camión bomba ante un edificio federal en Oklahoma.
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