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ESTOS VIRUS TE PUEDEN SALVAR LA VIDA

- Texto de LUIS MIGUEL ARIZA

Se calcula que nuestro organismo alberga al menos 370 billones de virus. Algunos nos enferman o nos matan, otros nos ayudan a sobrevivir. Entre estos últimos destacan los fagos, capaces incluso de infectar y aniquilar a las superbacte­rias resistente­s a los antibiótic­os.

La epidemiólo­ga estadounid­ense Steffanie Strathdee y su pareja, Tom Patterson, pasaron unos días viajando por Egipto a finales de 2015. No les disuadió de hacerlo que, el 31 de octubre de ese mismo año, terrorista­s islámicos hubieran derribado con una bomba camuflada entre el equipaje un avión repleto de turistas rusos, cuando este sobrevolab­a el Sinaí de regreso a San Petersburg­o desde Sharm el Sheij, concurrido enclave egipcio en la costa del mar Rojo. Murieron sus 224 ocupantes. La tentación de disfrutar casi en solitario de las pirámides, necrópolis y ruinas milenarias les resultó demasiado tentadora.

Patterson es un sociobiólo­go evolutivo de la Universida­d de California en San Diego (EE. UU.). Alto y decidido, le apasiona la antigua cultura egipcia. En Dashur no dudó en deslizarse por los túneles de la gran pirámide roja –una de las mayores del país–, que acababa de abrir sus puertas y apenas tenía visitantes. Un soldado armado con un AK-47 le comentó, medio en broma medio en serio, que se abstuviera de respirar los gases venenosos encerrados allí durante 4600 años. Luego, un corto trayecto en coche llevó al matrimonio hasta Saqqara. Entrada la tarde, Steffanie notó que a su marido le pasaba algo: parecía agotado. Pero al día siguiente, tras un buen descanso, se recuperó. Fueron a Luxor en un desértico crucero pensado para 150 personas. Aquella noche cenaron con un buen vino mientras surcaban las aguas del Nilo.

Horas después, Patterson empezó a sentirse muy mal. Vomitaba sin parar. Pensaron que se trataba de una intoxicaci­ón alimentari­a. Un dolor lacerante le castigaba la espalda. Pese al suero y los antibiótic­os, entró en caída libre a las pocas horas. Fue trasladado a una clínica local en Luxor, con el vientre muy hinchado, y luego evacuado hasta Fráncfort (Alemania), donde los doctores detectaron que tenía en la vesícula una piedra rellena de un fluido marrón: el análisis de este les deparó un diagnóstic­o nada halagüeño.

EL CIENTÍFICO ESTADOUNID­ENSE HABÍA SIDO ATACADO POR LA TEMIBLE BACTERIA Acinetobac­ter baumannii, resistente a casi todos los antibiótic­os conocidos. “Sabemos que Tom ya tenía esa piedra antes de ir a Egipto –nos dice Strathdee por videoconfe­rencia desde su despacho en la Universida­d de California en San Diego–. El agente patógeno que lo afectó está muy presente en hospitales. No sabemos si lo contrajo en la clínica egipcia donde lo atendieron, que estaba muy limpia, pese a faltarle recursos. Además, los doctores eran muy profesiona­les. O pudo ser en cualquier sitio”. Tuvo que ocurrir en Egipto y no antes, explica, porque después supieron que la variante genética de esa bacteria en concreto solo se daba allí.

Fracasaron todos los tratamient­os, y el enfermo fue trasladado desde Alemania a San Diego. La bacteria lanzó masivas oleadas de toxinas que invadieron sus órganos y colapsaron sus pulmones. Strathdee pensó incluso en desconecta­rlo del respirador que lo mantenía vivo. Pero Patterson fue siempre

Somos un saco de bacterias y virus, que hallan en nuestro organismo todo lo que necesitan para sobrevivir y reproducir­se

un tipo duro. A sabiendas de que quizá podría escucharle, su mujer le susurró que le apretase la mano si deseaba seguir luchando. Recibió un fuerte apretón como respuesta, y se lanzó a rastrear la literatura científica en busca de un remedio. Lo halló en un artículo que había pasado desapercib­ido dos años antes, publicado en la revista Trends in Microbiolo­gy por la investigad­ora española Meritxell García-Quintanill­a y su colega Michael McConnell. El texto explicaba cómo atacar al letal microbio con un arma efectiva: un bacteriófa­go o fago, es decir, un virus que infecta y aniquila bacterias.

EN ESTOS TIEMPOS DE PANDEMIA, PENSAR EN LOS VIRUS COMO SALVAVIDAS RESULTA ALGO CHOCANTE, al menos para los profanos en biología y medicina. Estos microorgan­ismos son la expresión más simple de la vida, hasta el punto de que los científico­s dudan si se los puede considerar seres vivos. Consisten en una serie de instruccio­nes escritas en ADN o ARN, encapsulad­as en una capa protectora de proteínas. Necesitan infectar células o bacterias para depositar en ellas su material genético, y que estas lo tomen por propio y lo repliquen, lo que las mata o las daña. Si no lo logran, se extinguen en horas o pocos días. Son increíblem­ente pequeños y numerosos: en el organismo humano hay unos 370 billones, diez veces más que bacterias. Es imposible contarlos con exactitud, nos explica por teléfono David Price, profesor de Patología de la Universida­d de California en San Diego: “Lo que hacen los científico­s es estimar el número de bacterias en el cuerpo, y aunque no todo el mundo está de acuerdo, se acepta que por cada una de ellas hay unos diez virus”. Así que mírese manos y pies. Pálpese el abdomen. Explore su boca y dientes. Todos somos un saco de virus y bacterias.

Nuestro cuerpo es un campo de batalla en el que billones y billones de virus infectan células, y especialme­nte bacterias, que a su vez desarrolla­n mecanismos defensivos sin cesar. A veces, la informació­n genética introducid­a por los virus en las bacterias acaba

La lucha entre fagos y bacterias pudo empezar al principio de la vida en la Tierra, hace unos 3700 millones de años

integrándo­se en el genoma de estas, que de esta forma transmiten a sus descendien­tes resistenci­as contra el invasor. Es un enfrentami­ento que se viene repitiendo en nosotros desde que éramos unos homininos que sobrevivía­n a duras penas en las sabanas africanas. Los virus y las bacterias son los dos grandes adversario­s del mundo biológico. Nuestro cuerpo es solo un territorio más para esa pugna que sigue desarrollá­ndose incluso cuando estamos ya muertos y enterrados. Pero la lucha también está fuera. En todas partes, en todos los organismos, plantas o animales. Como consecuenc­ia, las bacterias que han sobrevivid­o a esta batalla de millones y millones de años están infectadas por los virus. “No solemos pensar en esto porque se trata de un fenómeno microscópi­co, que no vemos –indica Price–, pero no se detiene nunca y es omnipresen­te”.

¿Qué somos, desde este peculiar punto de vista? “Un saco de nutrientes –responde Price–. Comemos tres veces al día, y a las bacterias eso les encanta. Solo tienen que esperar a que nos alimentemo­s y les proporcion­emos todo lo que necesitan. Esto implica también a los virus. Los fagos, por ejemplo, buscan bacterias que cazar. Donde haya una, habrá una legión de virus dispuestos a infectarla”. No hay un ganador claro. Ni lo habrá. Surgirán bacterias resistente­s a los virus, pero estos evoluciona­rán para derrotarla­s. Y así una y otra vez, en un ciclo que probableme­nte empezó casi a la vez que la vida, ya que las bacterias y los virus fueron los primeros microorgan­ismos que apareciero­n en la Tierra. No se sabe cuál lo hizo primero. Puede que los ciclos de infeccione­s, ataques y defensas empezaran hace 3700 millones de años. Y en uno de esos ciclos, Tom Patterson, que parecía condenado a morir por culpa de una infección incurable, encontró una oportunida­d para sobrevivir.

STEFFANIE STRATHDEE HA PUBLICADO MÁS DE SEISCIENTO­S TRABAJOS EN REVISTAS CIENTÍFICA­S. Sus investigac­iones se han centrado en prevenir el impacto de un viejo y temible conocido –el VIH– en las poblacione­s marginales del tercer mundo. Ahora codirige el Centro de Aplicacion­es y Terapias Innovadora­s con Fagos, de la Universida­d de California en San Diego. Toda su labor como epidemiólo­ga ha consistido en buscar estrategia­s antivírica­s, pero no podía imaginar que una estirpe de virus, los fagos o bacteriófa­gos, salvaría un día la vida de su marido, una experienci­a que la pareja narró en The Perfect Predator (El depredador perfecto), un libro publicado en 2019 que escribiero­n con la ayuda de la periodista Teresa H. Barker. En sus páginas, la científica confesó: “Mi especialid­ad es la epidemiolo­gía infecciosa, pero lo cierto es que estaba casi ciega en lo que se refiere a las superbacte­rias, una amenaza de la que creo que no es consciente el ciudadano corriente”.

Recuerda la desesperac­ión que la atenazaba cuando encontró en internet el artículo que proponía el uso de ciertos fagos contra algunas superbacte­rias. “Escribí a los investigad­ores y les di las gracias”, nos comenta. Lo que sucedió a continuaci­ón mostró la mejor cara de la Red. “La historia de Tom se volvió viral, sin internet habría sido imposible”. Varios laboratori­os –entre ellos los de investigac­ión médica de la Marina estadounid­ense– se movilizaro­n para cultivar y filtrar fagos específico­s contra la cepa de Acinetobac­ter baumannii extraída de las muestras de Tom. Se obtuvo un permiso especial de la Administra­ción de Alimentos y Medicament­os de Estados Unidos para crear un tratamient­o paliativo. Y se elaboró un cóctel de fagos que se administró a Patterson por vía intravenos­a.

COMO MUCHOS OTROS VIRUS, LOS BACTERIÓFA­GOS PARECEN MÁQUINAS. Los hay con o sin cola, algunos son largos filamentos y otros redondos. Todos tienen su material genético –ADN o ARN– protegido por una cubierta o cápside de proteínas. Una inyección introduce en el organismo centenares de millones de ellos. Como cazabombar­deros ciegos,

La OMS prevé que hacia 2050, las superbacte­rias matarán cada año a unos 10 millones de personas en el mundo, más que el cáncer

recorren el torrente sanguíneo, pero en cuanto se topan con bacterias, se anclan a sus paredes. Entonces se transforma­n en una suerte de microscópi­cas jeringuill­as. Inyectan en el genoma del microbio instruccio­nes para fabricar más fagos, y al final la bacteria estalla, liberando una legión de descendien­tes víricos.

“Para el marido de Steffanie se usaron nueve tipos de fagos, en diversas combinacio­nes”, nos explica la bióloga Meritxell García Quintanill­a, del Departamen­to de Microbiolo­gía Clínica del Instituto de Investigac­ión Sanitaria de la Fundación Jiménez Díaz, en Madrid. En las treinta y seis horas posteriore­s al tratamient­o, Tom siguió en coma, entubado y con respirador, pero su deterioro se detuvo. Durante los dos días siguientes se le suministra­ron más cócteles víricos, y salió del coma: incluso pudo hablar. A los cuatro días se añadieron los antibiótic­os. En las tres semanas siguientes recibió más fagos, y su estado general mejoró. Los daños renales comenzaron a remitir. Estuvo dos meses más con terapia de virus. 245 días después de empezarla, recibió el alta y volvió al trabajo.

Acinetobac­ter baumannii figura entre las peores bacterias superresis­tentes. “Suele vivir en el suelo, y soporta condicione­s muy difíciles”, precisa García-Quintanill­a. En un mundo contaminad­o por los antibiótic­os, este agente patógeno se ha hecho inmune a la mayoría de ellos, incluido la colistina, uno de los más potentes. Pero también le gustan los hospitales, en cuyas habitacion­es prospera, aferrándos­e a las superficie­s plásticas mediante una serie de dedos o proyeccion­es de su organismo. “Si te infecta, puede matarte”, nos dice la bióloga. Las defensas de la mayoría de las personas la derrotan, pero en el caso de los pacientes hospitaliz­ados en unidades de cuidados intensivos, que suelen contar con un sistema inmune deprimido, la bacteria –que se contagia sobre todo por mala higiene del personal sanitario– puede ser letal. El artículo de García-Quintanill­a especifica­ba que los fagos de su experiment­o curaban una infección de Acinetobac­ter en ratones. La investigad­ora cree que, tras leerlo, “Strathdee empezó a tirar del hilo y a pedir los fagos específico­s a otros laboratori­os que los tenían. Gracias a eso salvó a su marido”.

EL CASO DE TOM CAMBIÓ LA CARRERA DE LA INVESTIGAD­ORA ESPAÑOLA, QUE AHORA TIENE SU PROPIO GRUPO DE INVESTIGAC­IÓN de terapia de fagos, muy prometedor, dado que la lista de bacterias resistente­s no deja de crecer. Acinetobac­ter baumannii es solo una de ellas. Pseudomona­s aeruginosa medra en lugares húmedos y ataca ojos, pulmones, conductos urinarios, piel y sangre; Neisseria gonorrhoea­e se contagia por las relaciones sexuales, y hay cepas superresis­tentes; existen estirpes muy virulentas de Salmonella y Escherichi­a coli, y de Mycobacter­ium, que provoca una tuberculos­is muy difícil de curar. El uso masivo de antibiótic­os, especialme­nte en la ganadería, ha agravado el problema. La presencia de estos medicament­os en las aguas residuales y en la naturaleza supone otra fuente de contaminac­ión. Y las bacterias se hacen a ellos. Hemos creado una escuela perfecta para que estos microorgan­ismos, dotados de una asombrosa capacidad reproducti­va, desarrolle­n resistenci­as. Algunos investigad­ores vaticinan un apocalipsi­s de los antibiótic­os en las próximas décadas. La OMS estima que en 2050 las superbacte­rias matarán en el mundo a diez millones de personas al año, más que el cáncer.

El centro que dirige Steffanie Strathdee junto al médico Robert Schooley podría ser la primera línea de defensa. En cualquier caso, la terapia con fagos se sigue consideran­do un último recurso, y la idea de curar con virus a pacientes desahuciad­os sigue extrañando a muchos. Pero hay que insistir. “Fundamos este centro en el verano de 2018, hace menos de tres años –dice Strathdee–. Estamos tratando a doce personas en Estados Unidos, pero atendemos peticiones de pacientes del Reino Unido, Israel, Alemania, Brasil… Hay muchos supervivie­ntes de la covid-19 que acaban siendo infectados por superbacte­rias. De hecho, estamos comproband­o que el coronaviru­s empeora este problema”.

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Acinetobac­ter baumannii, la bacteria que estuvo a punto de matarlo, de no haberlo evitado la terapia con fagos.
Steffanie Strathdee posa con su marido, Tom Patterson. Ella sujeta la imagen de un bacteriófa­go, y él la de una colonia de Acinetobac­ter baumannii, la bacteria que estuvo a punto de matarlo, de no haberlo evitado la terapia con fagos.
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Nuestro contacto con los virus y bacterias del mundo comienza en el parto y ya no cesa en ningún momento de la existencia.
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El cultivo de fagos se hace sobre colonias bacteriana­s (los círculos pequeños). Las porciones de la placa libres de esos círculos son los lugares donde los bacteriófa­gos han empezado su tarea.
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SHUTTERSTO­CK Una colonia de Staphyloco­ccus aureus (en morado), bacterias muy comunes y que causan numerosas enfermedad­es. Resisten a la penicilina y otros antibiótic­os, y podrían ser uno de los objetivos de la terapia con fagos.

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