Muy Interesante

La muerte en el exilio

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La isla de Santa Elena, situada en el océano Atlántico a 1850 kilómetros de la costa continenta­l más cercana (Angola, en África) y con un solo puerto de mar, parecía el mejor destino para el prisionero más incómodo de Europa. Los Cien Días en los que Bonaparte regresó al trono habían producido más de 200 000 muertos en nuevos campos de batalla. Estaba claro que no podía volver a bajarse la guardia con Napoleón y en esta isla permanecer­ía hasta su muerte. Su estancia allí tuvo bastante de plácido retiro. El ardor guerrero parecía haber desapareci­do y se dedicaba a jugar a las cartas, pasear, leer, dictar sus memorias –tan poco fiables como los informes de sus batallas– y escribir un libro sobre Julio César.

Su muerte a los 51 años de edad, el 5 de mayo de 1821, desató todo tipo de rumores. En Europa había muchas personas con poder que le recordaban, temían u odiaban. Cuando a finales del siglo XX se descubrió una alta concentrac­ión de arsénico en uno de sus cabellos, se dispararon las especulaci­ones sobre su posible asesinato por envenenami­ento. Se pasó por alto que los restos de contemporá­neos ilustres, entre ellos la misma Josefina, mostraron índices similares de ese elemento que se usaba entonces en los tintes.

Lo cierto es que el Napoleón que llegó a la isla ya daba muestras de mala salud, que en los años siguientes no hizo sino agravarse: había engordado y su encierro le produjo una profunda depresión. Su dieta constaba sobre todo de carne y apenas frutas y verduras. Abandonó el ejercicio físico. Abundan los indicios de que en 1817 padeció hepatitis, y estaba siempre aquejado de fuertes dolores. En 1818 contrajo el mismo cáncer de estómago que acabó con su padre, aunque tardaron en diagnostic­árselo.

Fue enterrado con todos los honores militares en el cementerio de Torbett’s Spring, hasta que en 1840 su cadáver fue exhumado y repatriado a Francia. El 2 de diciembre, aniversari­o de su coronación y de la batalla de Austerlitz, recibió un funeral de Estado con un millón de franceses acompañand­o su último carruaje hasta el mausoleo de Los Inválidos, en París.

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En esta casa conocida como Longwood House, en la isla atlántica de Santa Elena, pasó Napoleón sus últimos seis años de vida. Allí murió –izquierda– el 5 de mayo de 1821.
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