Biodegradables de nacimiento
Desde su puesto de investigadora en el Instituto de Ciencia y Tecnología de Polímeros del CSIC, Rebeca Hernández se propone “aprovechar los polímeros de origen natural para sustituir a los de origen fósil, porque son más biodegradables”. Es decir, se descomponen por la acción del agua o por las bacterias que existen en el medioambiente. Algunos, incluso, son compostables –en un plazo de ocho a doce semanas, acaban convirtiéndose en abono o compost–.
Principalmente, en su laboratorio, emplean polisacáridos, como alginato –que se extrae de algas–, fitosano –de caparazones de crustáceos– o almidón –de origen vegetal–. El primero sirve para fabricar filmes con aplicaciones biomédicas de alto valor añadido, como los parches de liberación controlada y, también, se usa en la ingeniería de tejidos, para la impresión 3D. El fitosano es uno de los materiales que conforman las cápsulas de fármacos que se liberan en un punto concreto del organismo. Y el almidón se combina con otros plásticos para hacer bolsas biodegradables, “como las que vemos en el supermercado”.
Estos envases, advierte la experta, tienen un porcentaje de material orgánico, por lo que se van a degradar más rápido que otros plásticos fósiles, pero, ¡ojo!, eso no significa que podemos tirar las bolsas al campo: hay que seguir desechándolas en el contenedor amarillo.
Una segunda línea de investigación en su laboratorio es recurrir a monómeros de origen natural, como el ácido poliláctico, “que es compostable y forma filmes que podrían ser usados en envases para alimentos”, explica la científica. Una tercera vía son los “poliésteres biodegradables procedentes de síntesis biotecnológica”.
¿Estamos muy lejos de conseguir que el plástico que usamos provenga solo de estos componentes fáciles de digerir por la naturaleza? “Se está haciendo un gran esfuerzo en sustituir los polímeros procedentes del petróleo, aunque se está invirtiendo mucho más dinero en encontrar alternativas al reciclado mecánico”, nos contesta. Se refiere al reciclaje químico, que, como hemos visto, “descompone los polímeros en monómeros en estado puro, con la misma calidad que los monómeros de origen. El objetivo es llegar a darles una vida circular”, apunta.