LA NUEVA FÓRMULA DE LA INTELIGENCIA
Se llama adaptativa y permitirá enfrentarnos mejor a las pandemias, al cambio climático y a otros desafíos del siglo XXI
Imagina un mundo en que la admisión a las universidades más prestigiosas –desde Oxford hasta Cambridge, Harvard o Yale– estuviera limitada a las personas muy altas. Pronto, la gente alta pensaría que triunfar en función de la estatura es el orden natural de las cosas. Así es el mundo en que vivimos. No tanto por ser alto o bajo –aunque se sabe que los primeros tienen cierta ventaja–. Hay una medida que, en muchos lugares, sirve para decidir quién tiene acceso a las mejores oportunidades y a los centros de toma de decisiones: es lo que llamamos inteligencia. Según parece, cuando alguien la tiene, lo tiene todo, ¿no es así?
Lo hemos entendido al revés. Después de décadas de investigación, otros autores y yo hemos aprendido que, por un accidente de la historia, hemos desarrollado un concepto de inteligencia estrecho, científicamente cuestionable, sesgado y, al final, autodestructivo. Hemos visto las consecuencias, por ejemplo, en cómo muchas naciones han respondido a la pandemia y a otros problemas como el cambio climático, las crecientes desigualdades socioeconómicas y la contaminación del aire y el agua. En muchos ámbitos, nuestra manera de entender y de promocionar la inteligencia no ha dado lugar a soluciones inteligentes a los retos del mundo real.
NECESITAMOS ENFOCARLO MEJOR. POR SUERTE, AL MENOS EL PUNTO DE PARTIDA ESTÁ CLARO. Si nos planteamos una visión más científica de la inteligencia, quién puede tenerla y cómo la podemos cultivar, será posible empezar a resetear nuestro esquema de toma de decisiones y cambiar el mundo para mejor.
Nuestro concepto de inteligencia se remonta a tan solo un siglo. Históricamente, se definía simplemente como la capacidad de adaptarse al entorno. La gente inteligente puede aprender, razonar, resolver contratiempos y tomar decisiones adecuadas a sus
problemas cotidianos. Esta visión adaptativa significa cosas diferentes en distintos entornos. De acuerdo con el lugar que habitas y tu forma de vida, puede tener que ver con desenvolverte en la ciudad o en una granja rural, o con pescar en el hielo o utilizar remedios herbales. La inteligencia adaptativa, más que algo que tienes o no grabado en los genes, es una habilidad que puedes aprender y que cambia a lo largo de la vida. Se ve actualizada de forma constante por tus interacciones con el medio .
Se trata de una noción bastante extraña para el punto de vista occidental, aunque fue tenida en cuenta por Alfred Binet, coautor del primer test moderno de inteligencia. Su prueba se publicó en Francia en 1905 y fue traducida al inglés años después. Binet creía que el intelecto es modificable y quería ayudar a los niños de las escuelas identificando quiénes no respondían bien a los métodos tradicionales de enseñanza y, por lo tanto, necesitaban educación especial. Pretendía introducir una especie de ortopedia pedagógica para que los pequeños fueran más listos y tuvieran más oportunidades en la vida, con independencia de su clase social. Binet murió en 1911, sin tiempo para desarrollar su propósito. Pronto, su teoría provocó una cascada de consecuencias imprevistas.
Los test que había ideado medían las habilidades de memorización y algunas capacidades analíticas: recordar palabras, velocidad a la hora de procesar la información, ejecución de operaciones matemáticas y series de números, visualización espacial y cosas así. El agua empezó a salirse de su cauce cuando los investigadores adoptaron una técnica diseñada por el psicólogo inglés Charles Spearman. En 1904, había descubierto que los resultados de varias pruebas que usaba para medir habilidades mentales tendían a correlacionarse. Si puntuabas alto en uno, solías sacar buena nota también en los demás. Interpretó que todos los test medían lo mismo: una unidad a la que llamó inteligencia general, fuera eso lo que fuera.
ASÍ NACIÓ LA IDEA DE INTELIGENCIA COMO UN NÚMERO INAMOVIBLE, en la que se basan los test de coeficiente intelectual (CI) que se hacen hoy en día. La relación que muchos investigadores encontraron en las pruebas diseñadas por Binet y los resultados académicos no son tan sorprendentes: después de todo, Binet creó dichos test empleando tipos de problemas académicos para predecir el rendimiento escolar. Por otra parte, eso implicaba que nadie se propuso hacer un esfuerzo para mediar de forma independiente cualquier otro constructo intelectual, como la capacidad de pensar creativamente, por ejemplo, o de resolver problemas prácticos. Los nuevos test se validaban comparándolos con los viejos test, dándolos por buenos solo si encajaban en el molde. En vez de generar hipótesis y pruebas empíricas para revisar las teorías preexistentes, la ciencia se entró en bucle. Los datos obtenidos en los test desembocaban en el desarrollo de teorías sobre la inteligencia, lo que a su vez hacía que nacieran nuevos test para medir las mismas cosas.
Al mismo tiempo, en muchas partes del mundo, el acceso a la educación se extendió a gran velocidad en el siglo XX. Las pruebas de CI y sus primos hermanos –como los exámenes escolares que también miden el mismo estrecho espectro de habilidades analíticas y de memorización– se hicieron todavía más importantes a la ahora de determinar las oportunidades y las carreras a las que podían acceder las personas. Más que ser herramientas para ayudar a la gente a alcanzar su pleno potencial, como Binet había deseado,
La inteligencia adaptativa sirve para identificar cuándo hay que hacer cambios y desarrollar estrategias para llevarlos a cabo
se convirtieron en una manera de restringir oportunidades al servicio de empleadores, universidades, colegios y otras instituciones.
Más que ayudar a romper las barreras socioeconómicas, estos test cumplieron el perverso cometido de acentuarlas. Los padres que podían ofrecer a sus hijos escolarización, socialización y otras experiencias que les permitían sacar buenas notas en los test de CI y en los exámenes obtenían una enorme ventaja. Una situación que, además, se perpetuaba a sí misma, cuando esos niños aprovechaban oportunidades que les hacían posible transmitir esas mismas ventajas a sus propios hijos. Encima, esas pruebas eran diseñadas bajo la perspectiva de lo que definía la inteligencia para sus creadores, que eran en su mayoría individuos blancos, de estatus socioeconómico alto y con ciertos estudios académicos.
ESTE ENFOQUE LIMITADO HA SIDO UN TEMA RECURRENTE EN MIS INVESTIGACIONES. HACE CASI TRES DÉCADAS, mi colega Lynn Okagaki y yo demostramos que los distintos grupos raciales, étnicos y socioeconómicos en Estados Unidos tendían a enfatizar diferentes cualidades como muestra de inteligencia en la socialización de sus jóvenes. Por ejemplo, los padres europeo-americanos y asiático-americanos solían centrarse en capacidades cognitivas, mientras que los padres latinoamericanos daban más importancia a las habilidades sociales. Como la mayoría de los profesores y maestros eran del primer grupo, estimaban que los hijos de padres similares eran más inteligentes.
Los distintos grupos sociales tienen distintas percepciones de la inteligencia, así como diferentes patrones de habilidades según van creciendo. Las pruebas que miden el éxito no reflejan eso. Mi investigación ha comprobado, por ejemplo, que las cualidades que se valoran en las pruebas de acceso tradicionales a la universidad en Estados Unidos suelen favorecer las habilidades de estudiantes blancos y asiáticos, lo cual deja en desventaja a negros e hispanos. Estas variaciones reflejan muchas cosas: las concepciones de inteligencia que concuerdan o no con los test, además de las oportunidades de socialización que los
Las cualidades que se valoran en las pruebas de CI en EE. UU. favorecen a blancos y asiáticos en detrimento de negros y latinos
padres quieren o pueden ofrecer a sus hijos. Cuando los miembros de los distintos grupos sociales son valorados de acuerdo con lo que es prioritario para ellos, demuestran fortalezas que, de otra forma, permanecerían en la sombra en las pruebas convencionales.
Por otra parte, quizá nos sorprenda saber que estos test ni siquiera miden con exactitud los aspectos del razonamiento analítico que son relevantes para tener éxito en la investigación científica, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas. Cuando valoramos en un experimento la habilidad que tenían los estudiantes para desarrollar hipótesis científicas alternativas, diseñar experimentos o sacar conclusiones científicas, sus puntuaciones no guardaban correlación con las pruebas de admisión a las universidades estadounidenses, ni con los test de razonamiento abstracto.
SUCEDE QUE LAS CARACTERÍSTICAS DE LOS PROBLEMAS DEL MUNDO REAL SON MUY DIFERENTES DE LAS QUE VEMOS EN LOS TEST ESTANDARIZADOS. El CI funciona mejor para resolver cuestiones que siguen patrones familiares o fácilmente aprendidos. Sin embargo, no son tan efectivos para enfrentarse a situaciones complejas, nuevas, arriesgadas o emocionalmente cargadas... el tipo de circunstancias que solemos encontrarnos en la vida. Por ejemplo, cómo equilibrar la necesidad de libertad individual y salud pública con la pandemia de covid-19. O cómo pasar a la acción para frenar el cambio climático. Según dijo el comisario de Naciones Unidas António Guterres, la humanidad está librando una guerra suicida contra el mundo natural. ¿De verdad puede ser esto el resultado de un razonamiento inteligente?
¿Y ahora cómo arreglamos las cosas? La respuesta es que debemos hacernos a la idea de que la inteligencia se basa en la adaptación. A veces, tenemos que transformarnos para encajar en el entorno, otras, es mejor cambiar lo que nos rodea para que nos resulte cómodo. Incluso, podemos buscar un nuevo contexto cuando el que tenemos no nos funciona. Tenemos que nutrir la inteligencia adaptativa que mejor nos sirva para identificar la necesidad de esos cambios, y desarrollar estrategias para llevarlos a cabo.
En general, la inteligencia adaptativa consiste en cuatro tipos de habilidades que empleamos para modelar, elegir y adaptarnos al ambiente que nos rodea. Están las creativas, que sirven para generar ideas nuevas y útiles de alguna manera: no puedes cambiar la situación en que te encuentras si antes no puedes imaginar cómo quieres que resulte. También hay habilidades analíticas en sentido amplio, que funcionan para valorar si nuestras ideas o las de los demás nos vienen bien para salir airosos. Luego, tenemos las habilidades prácticas, que utilizamos para poner en práctica nuestras ideas y persuadir
a otros de su valor, para conseguir un cambio en las circunstancias. Por último, las cualidades basadas en la sabiduría nos ayudan a que nuestras ideas contribuyan al bien común, tanto a corto como a largo plazo, equilibrando los intereses propios y ajenos.
EL IMPULSO PARA DESARROLLAR Y DISTRIBUIR UNA VACUNA CONTRA LA COVID-19 ES UN BUEN EJEMPLO DE CÓMO FUNCIONAN ESTOS CUATRO tipos de habilidades. El pensamiento creativo fue necesario para dar con un compuesto eficaz basado en el mARN. El analítico asegura que las pruebas clínicas sean rigurosas y la información obtenida de ellas sea interpretada adecuadamente. La parte práctica tiene que ver con hacer una producción a gran escala para generar millones de dosis. A continuación, viene la parte de la sabiduría. Los encargados de la toma de decisiones que afectan a mucha gente deben saber reconocer que habrá conflictos de intereses: habrá quien tenga miedo de la vacuna; quien sea antivacunas de por sí; quien objete por razones políticas, ideológicas o religiosas. Y, a partir de ahí, deberán idear estrategias para actuar.
Son cosas que pueden enseñarse y aprenderse. Si ampliamos nuestra concepción de la inteligencia y prestamos más atención a sus elementos adaptativos, dejaremos de malgastar talento y podremos aprovechar un enorme abanico de habilidades para encontrar soluciones constructivas a los problemas. Según mis investigaciones, los estudiantes que aprenden cómo sacar partido a sus capacidades prácticas y creativas para compensar sus debilidades en otros campos suelen obtener mejores resultados que los alumnos a los que se les potencian solo la memoria y las capacidades analíticas.
En vez de enseñar y examinar a los estudiantes sobre problemas abstractos, debe ponerse más énfasis en cuestiones cotidianas
En vez de enseñar y examinar a los estudiantes sobre problemas abstractos y poco realistas, debe ponerse énfasis en cuestiones cotidianas. Por eso, en vez de hacerles escribir la fórmula de la curva exponencial y calcular cantidades dadas, podría ser más útil describir cómo es una curva exponencial y qué clase de contratiempos puede provocar ese tipo de crecimiento en un contexto dado. O si hablamos de las ciencias sociales, en vez de pedirle al alumno que enumere las características de tal o cual teoría, las preguntas de examen deben poner a prueba todas sus habilidades creativas, analíticas y prácticas.
Las pruebas que miden capacidades de este tipo son el mejor indicador para predecir el éxito que tendrá la persona en el mundo real o, al menos, igual de buenas que los test convencionales de CI. Los exámenes de inteligencia práctica, por ejemplo, anticipan distintos tipos de éxito profesional, igual que ocurre con los test tradicionales de inteligencia. Sin embargo, sacar una puntuación alta en estos no significa necesariamente que vayamos a puntuar alto también en los primeros.
ESO SÍ, COMBINAR LAS PRUEBAS DE INTELIGENCIA PRÁCTICA, creativa y sabiduría con las pruebas estandarizadas de acceso a la universidad es la forma más exacta de aventurar el éxito de una persona, tanto académico como extracurricular. En un estudio que llevé a cabo con mis colegas en varias universidades con distintos niveles de selección y diferentes tipos de estudiantes, esta clase de pruebas predecían las notas del primer curso de carrera dos veces mejor que los test convencionales de admisión. Además, minimizaban las diferencias entre distintos grupos étnicos y raciales.
Es hora de abandonar nuestra anticuada y estrecha noción de inteligencia. Lo que hay en juego es demasiado importante. Nuestras viejas ideas son responsables de una tragedia global en que la clase privilegiada está obsesionada por su propio éxito individual y el de sus hijos, y se ha hecho sorda al daño que estamos causando al bienestar colectivo. Tenemos que entender la inteligencia como la capacidad de albergar objetivos positivos colectivos, no solo individuales. Los dinosaurios vivieron 165 millones de años sobre la Tierra. Si no cambiamos nuestro concepto de lo que significa ser adaptativamente inteligente, puede que no nos acerquemos ni a la centésima parte de eso. Tenemos que enfrentarnos al cambio climático, a las pandemias, a la contaminación y a los conflictos provocados por estos problemas. Si no los resolvemos, los culpables seremos solo nosotros.
Robert J. Sternberg es profesor de Desarrollo Humano en la Facultad de Ecología Humana de la Universidad Cornell (EE. UU.), y profesor honorario de Psicología en la Universidad de Heidelberg (Alemania). Acaba de publicar el libro Adaptive Intelligence: Surviving and Thriving in Times of Uncertainty (Inteligencia adaptativa. Sobrevivir y prosperar en tiempos de incertidumbre).