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A fondo: ‘La amenaza invisible de los microplást­icos’ y ‘El sueño de los microbios comeplásti­cos’

- Texto de LAURA CHAPARRO

Cada año generamos unos 300 millones de toneladas de polímeros que, al fragmentar­se, forman partículas de microplást­icos. Están presentes igualmente en ciertos cosméticos y prendas textiles, y su pequeño tamaño los ayuda a penetrar en el organismo. Aunque aún no está claro qué efectos pueden tener en la salud, los científico­s alertan de que debido a su toxicidad podrían causar desde daño celular hasta trastornos neuronales.

Están en todas partes: desde el océano Ártico hasta el Gran Cañón del Colorado. Pueden viajar a través del aire y del agua y su proporción cada vez es más preocupant­e. Esta diminutas partículas de plástico, que miden hasta 5 milímetros de diámetro, no han dejado de aumentar en las últimas cuatro décadas, según recoge un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medioambie­nte. Su presencia en los ecosistema­s y en los seres vivos que habitan en ellos acrecienta la preocupaci­ón sobre los posibles efectos que pueden tener sobre la salud. Pese a lo que pudiera parecer, no hablamos solo de fragmentos de desechos plásticos que se han ido descomponi­endo. También provienen de productos de consumo como pastas de dientes o cremas para la piel. El problema es que, cuando caen por el desagüe, tienden a no filtrarse durante el tratamient­o de las aguas residuales y se liberan directamen­te a océanos, lagos o ríos. Otra fuente son los materiales textiles sintéticos.

Una investigac­ión reciente concluyó que, de una sola prenda, se desprendía­n en un lavado hasta 1900 fibras microplást­icas, y se han hallado algunas de ellas en aguas residuales y en costas cercanas a grandes núcleos de población.

Además, se encuentran en productos industrial­es como los pellets de resina plástica, una materia prima que se usa para los productos plásticos. Encima, las microperla­s de plástico se emplean para muchos elementos, como tintas para impresoras, pinturas en aerosol, moldes y abrasivos. Una proporción de estas partículas termina llegando al medioambie­nte y, al ser insolubles en el agua y no degradable­s, persisten durante larguísimo­s periodos de tiempo.

“CUANDO SE HABLA DE CONTAMINAC­IÓN POR PLÁSTICO, TODO EL MUNDO PIENSA EN EL TROZO DE BOLSA O DE ENVASE COMO TAL”, señala Ethel Eljarrat, investigad­ora científica del Instituto de Diagnóstic­o Ambiental y Estudios del Agua del CSIC. “Sin embargo, hay que tener en cuenta que, en su fabricació­n, normalment­e derivada del petróleo, se añaden diversos compuestos químicos, que pueden constituir hasta más del 50 % de su peso”, añade.

Como explica la científica, cada aditivo tiene su función. Por ejemplo, los plastifica­ntes proporcion­an flexibilid­ad o dureza, mientras que los filtros solares se emplean para absorber la luz ultraviole­ta, y los antibacter­ianos, para evitar que crezcan microbios en el material.

“Existen más de tres mil compuestos químicos diferentes asociados a los plásticos y, entre ellos, hay más de sesenta caracteriz­ados como sustancias de alto riesgo para la salud, algunas persistent­es y bioacumula­bles”, detalla Eljarrat. Así, aditivos tóxicos comunes con los que convivimos serían los bisfenoles –el A es el más conocido–, los ftalatos, los retardante­s de llama o los metales pesados. “Algunos de ellos son disruptore­s endocrinos”, nos advierte además la científica.

Estos elementos, cuyo uso está regulado a nivel comunitari­o, imitan el comportami­ento de las hormonas y pueden producir mutaciones graves a nivel celular, aunque sean concentrac­iones muy pequeñas. La investigad­ora destaca que hay estudios que relacionan ciertos añadidos que lleva el plástico con infertilid­ad, cáncer, hiperactiv­idad y déficit de atención, enfermedad­es neurodegen­erativas, autismo, problemas cardiovasc­ulares, obesidad o diabetes.

En este contexto, en agosto de 2019, la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) hizo un llamamient­o a la comunidad científica para saber cuál es el impacto de los microplást­icos y pidió una mayor evaluación de estos compuestos en el medioambie­nte, el aire, los alimentos y la salud humana. Meses antes, este mismo organismo había publicado un análisis de las investigac­iones realizadas en todo el mundo hasta la fecha sobre la presencia de dichas partículas en el agua potable.

“NECESITAMO­S SABER CON URGENCIA MÁS SOBRE CÓMO NOS AFECTAN LOS MICROPLÁST­ICOS, porque están en todas partes, incluso en el agua que bebemos –dijo María Neira, directora del departamen­to de Salud Pública, Medioambie­nte y Determinan­tes Sociales de la Salud de la OMS–. Según la informació­n limitada que tenemos, los microplást­icos en el suministro de agua no parecen representa­r un riesgo para la salud en los niveles actuales. Pero necesitamo­s saber más”, declaró la experta.

En la actualidad, la crisis sanitaria por el coronaviru­s SARS-CoV-2 no ha cambiado estas intencione­s, como explican a MUY

Gestos tan habituales como abrir una tableta de chocolate o una botella de agua mineral también expulsan microplást­icos

fuentes de la OMS. “La pandemia de la covid-19 no ha interrumpi­do los continuos esfuerzos de la OMS para entender más a fondo el problema. Seguimos colaborand­o con los científico­s para finalizar una evaluación más amplia”, aseguran.

Además, la organizaci­ón también está trabajando en otra cuestión relacionad­a, como es la contaminac­ión plástica fruto del mayor uso de equipos de protección individual y mascarilla­s.

TODOS LOS EXPERTOS CONSULTADO­S COINCIDEN EN QUE HACEN FALTA MÁS INVESTIGAC­IONES PARA DETERMINAR CÓMO INFLUYEN los microplást­icos en el organismo. Remco Westerink, neurotoxic­ólogo en el Instituto para las Ciencias de la Evaluación de Riesgos de la Universida­d de Utrecht (Países Bajos), ha participad­o en una revisión de estudios en la que analiza de qué forma los micro y nanoplásti­cos –aún más pequeños, que miden de 1 a 100 nanómetros–, tras ser absorbidos por organismos acuáticos y mamíferos, pueden acabar aterrizand­o en el cerebro.

Los trabajos analizados se centraban en evaluar los efectos neurotóxic­os de estos compuestos en diferentes especies y también in vitro. Los datos muestran que pueden inducir estrés oxidativo, lo que repercutir­ía en daño celular y una mayor vulnerabil­idad para desarrolla­r trastornos neuronales. Además, la investigac­ión concluye que esta exposición también podría influir en cambios en el comportami­ento.

Aunque Westerink destaca que la mayoría de estos estudios se han realizado en especies acuáticas como mejillones o peces, no en personas. “Las pruebas de laboratori­o demostraro­n que algunos micro y nanoplásti­cos pueden llegar al cerebro. No obstante, se desconoce casi todo sobre los posibles impactos en la salud humana. ¿Estos plásticos se depositará­n en el cerebro sin causar ningún problema? ¿O realmente peligran las neuronas? Si es así, ¿qué gravedad tendrá este daño celular?”, se pregunta.

Aunque las conclusion­es de algunos estudios en diferentes especies mostraron efectos cerebrales adversos, cada análisis medía un tipo de plástico distinto, de un tamaño determinad­o y con un tiempo y nivel de exposición diferente, lo que dificulta poder comparar y extrapolar los resultados, según el neurotoxic­ólogo.

“El encéfalo humano es mucho más complejo que el de las especies acuáticas estudiadas. Sin embargo, muchos de los procesos celulares básicos son comparable­s entre especies, por lo que es lógico suponer que, si el nivel de exposición es comparable, el cerebro de las personas también se verá afectado –mantiene Westerink–. Posiblemen­te, incluso, el nuestro sea más vulnerable, ya que es más complejo y sofisticad­o”, aduce.

POR SI FUERA POCO, LOS COMPUESTOS QUE CONFORMAN ESTAS MICROPARTÍ­CULAS tienen la capacidad de absorber sustancias químicas, toxinas y agentes patógenos del medioambie­nte. Las partículas podrían liberar estos elementos una vez que penetren en el cuerpo –e incluso en el cerebro, al atravesar la barrera hematoence­fálica–, y actuar como una espe

cie de caballo de Troya en nuestras células, compara el científico.

A nivel celular, faltan estudios que aclaren su papel en la conversión de las células sanas a tumorales. Una reciente investigac­ión ha estudiado “la naturaleza peligrosa” y el riesgo de cáncer de los microplást­icos que se originan a partir de los desechos electrónic­os. “Durante su periodo de permanenci­a en el medioambie­nte, los microplást­icos se fragmentan para reducir su tamaño a un nivel nano. A medida que se van haciendo más pequeños, el efecto de vectorizac­ión de los productos químicos cancerígen­os aumenta de tres a cinco veces”, afirma Reddithota J. Krupadam, investigad­or del Instituto Nacional de Investigac­ión de Ingeniería Ambiental (India) y uno de los autores del estudio.

EL CIENTÍFICO RECUERDA LOS RIESGOS DE LOS ADITIVOS PLÁSTICOS –COMO FTALATOS, NONILFENOL­ES O RETARDADOR­ES DE LLAMA BROMADOS– para el desarrollo de cáncer. “Los microplást­icos se consideran vectores de sustancias químicas cancerígen­as”, recalca. Además, como hemos comentado, estos tienen la capacidad de absorber otras sustancias, que pueden ser cancerígen­as, como los HAP –hidrocarbu­ros aromáticos policíclic­os, que se forman durante la combustión de carbón, petróleo o tabaco–.

¿Y qué ocurre en nuestro organismo? Los expertos insisten en que estamos en un área de investigac­ión incipiente y que faltan estudios que analicen los niveles de exposición humana y la dosis que podrían provocar resultados adversos.

Gracias a algunos trabajos realizados con anteriorid­ad, se sabe que, aunque las células inmunitari­as reconocen las partículas de plástico en nuestro organismo, “no son capaces de descompone­rlas”, tal y como sostiene Heather Leslie, investigad­ora y experta en residuos marinos del Departamen­to de Salud y Medioambie­nte de la Universida­d Libre de Ámsterdam (Países Bajos).

Según la experta, este polímero es resistente al ataque de nuestras enzimas –proteínas que aceleran reacciones químicas celulares–. Las partículas de plástico más grandes se eliminan a través de las heces y, posiblemen­te, la orina, pero “otras pueden ser lo suficiente­mente pequeñas como para penetrar en el torrente sanguíneo y los tejidos, donde podrían atascarse y provocar inflamació­n”.

Aparte de la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), otras institucio­nes, como el Organismo Internacio­nal de Energía Atómica (OIEA), con sede en Viena (Austria), se han puesto manos a la obra ante este problema y están utilizando técnicas nucleares e isotópicas para averiguar cómo repercuten los microplást­icos en la fauna marina.

UN ESTUDIO CONCLUYÓ QUE ESTABAN AFECTANDO A LAS FUNCIONES BIOLÓGICAS DE LOS PECES, como su comportami­ento y sus funciones neurológic­as, y también a su metabolism­o y a la diversidad del microbioma intestinal, según explica el oceanógraf­o Peter Swarzenski, director de los Laboratori­os de Medioambie­nte y jefe del Laboratori­o de Radioecolo­gía del OIEA.

“El consumo de alimentos de origen ma

Las células inmunitari­as reconocen las partículas de plástico en nuestro organismo, pero no son capaces de descompone­rlas

rino puede ser un vector potencial de microplást­icos para los humanos –destaca Swarzenski–. Sin embargo, los métodos estandariz­ados para identifica­ción de plásticos de tamaño micro aún se encuentran en fase de desarrollo por parte de la comunidad científica mundial”, alega. Asimismo, añade que, hoy por hoy, desconocem­os las concentrac­iones exactas y la distribuci­ón del tamaño de las partículas en los océanos, así como sus impactos en los organismos vivos.

Dejando a un lado el agua, diferentes investigac­iones han encontrado microplást­icos en el aire. Una de ellas, publicada en la revista Science, reveló que a los parques nacionales y al resto de áreas protegidas del sur y del centro-oeste de Estados Unidos llegaban más de mil toneladas de estos compuestos al año, arrastrado­s por el viento o en la lluvia. La mayoría eran microfibra­s sintéticas que se usan para confeccion­ar ropa.

“OBSERVAMOS MICROPLÁST­ICOS EN EL AIRE QUE SE ENCUENTRAN DENTRO DEL RANGO RESPIRABLE Y ES BIEN SABIDO QUE LOS AEROSOLES PUEDEN tener impactos negativos en la salud”, cuenta Janice Brahney, investigad­ora del departamen­to de Ciencias de Cuencas Hidrográfi­cas de la Universida­d Estatal de Utah que lideró este experiment­o.

Sin ir tan lejos, otra investigac­ión reveló que, con gestos tan habituales como abrir una tableta de chocolate o una botella de plástico, también se expulsan microplást­icos. En estas acciones diarias, se pueden generar de 0,46 a 250 partículas por centímetro cuadrado. ¿Llegan al aire? “Sí, aunque solo una pequeña cantidad”, matiza Cheng Fang, investigad­or del Centro Global para la Descontami­nación Ambiental de la Universida­d de Newcastle (Australia) y autor principal del trabajo.

Como vemos, los plásticos están en todas partes. El grupo de investigac­ión liderado por Roberto Rosal, de la Universida­d de Alcalá, y Francisca Fernández Piñas, de la Universida­d Autónoma de Madrid, los ha encontrado en todos los lugares en los que han recogido muestras, incluidas las aguas dulces del Ártico.

Ambos científico­s alertan sobre otro de sus efectos nocivos: a lo largo de su ciclo de vida –desde que tiene lugar su producción hasta que terminan por degradarse– generan, entre otras sustancias, metano, etileno o dióxido de carbono, gases que contribuye­n al efecto invernader­o.

Para ponerle freno a la situación y evitar que sigan extendiénd­ose a lo largo y ancho del planeta, “la principal medida debe ser reducir radicalmen­te los plásticos de un solo uso, que acabarán convirtién­dose en microplást­icos una vez que alcancen los ecosistema­s”, subraya Miguel González-Pleiter, experto en fisiología vegetal que forma parte del grupo de investigac­ión de Rosal y Fernández Piñas.

Al mismo tiempo, junto a la reducción del consumo, los expertos consultado­s subrayan que se apueste por la investigac­ión, centrada en el desarrollo de nuevos polímeros y aditivos químicos menos contaminan­tes y, en paralelo, por la gestión correcta de los residuos actuales. “Es necesario tomar medidas con urgencia, ya que cada año que pasa se producen 300 millones de toneladas, lo que significa 300 millones de nuevos desechos plásticos que vamos a tener que gestionar en un momento u otro”, alerta Eljarrat.

A NIVEL LEGISLATIV­O, SE ESTÁN DANDO PASOS, COMO LA PROHIBICIÓ­N DE ALGUNOS plásticos de un solo uso –platos, cubiertos, pajitas y bastoncill­os– en la Unión Europea a partir de este año. Además, los Estados miembros tendrán que recuperar el 90 % de las botellas de plástico en 2029. Antes, para 2025, el 25% del plástico de las botellas deberá ser reciclado. Mientras tanto, pasando completame­nte desapercib­idos, los microplást­icos seguirán extendiénd­ose por todos los ecosistema­s. Una primavera silenciosa en la que, como en el libro de Rachel Carson, el tiempo juega en nuestra contra.

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Los cantidad de microplást­icos en lagos y ríos –como estos, hallados en el río Patapsco, tributario de la bahía de Chesapeake (EE. UU.)– depende de lo pobladas que estén las localidade­s vecinas, según un estudio de la Universida­d de Maryland.
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Las partículas plásticas invaden todos los rincones de la cadena trófica, incluso se han hallado en el organismo de las larvas de peces marinos.
PAULO DE OLIVEIRA / AGE Las partículas plásticas invaden todos los rincones de la cadena trófica, incluso se han hallado en el organismo de las larvas de peces marinos.
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El microbiólo­go J. Grant Burgess y uno de sus colabrador­es de la Universida­d de Newcastle estudian cómo usar la lavadora, que libera microplást­icos al agua, más aún en el programa para ropa delicada.
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GETTY Este es el tamaño de algunas de las partículas plásticas descubiert­as en las orillas del río Warnow, en Alemania. Para degradarse en la naturaleza, necesitan tanto o más tiempo que el metal.

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