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LAS OSCURAS RAZONES DE LA VENGANZA

La acción de desquitars­e contra una persona o un grupo como respuesta a un daño sufrido por su causa se presenta como un acto primitivo de reparación de justicia. Sin embargo, algunos estudios recientes han probado que este complejo sentimient­o ligado a l

- Texto de JANIRE RÁMILA

Eran las 14:30 del 29 de junio de 2018 cuando un hombre de 38 años llamado Jarrod Ramos entró en la redacción del periódico Capital Gazette, en Annapolis, la capital de Maryland (EE.UU.). Armado con una pistola, una escopeta y varias granadas de humo empezó a disparar indiscrimi­nadamente contra los presentes. Resultado: cinco muertos y dos heridos. Según informó la policía, el agresor “claramente tenía intención de hacer daño contra el diario y sus trabajador­es”. La investigac­ión descubrió que Ramos había perdido un pleito en 2012 contra el Capital Gazette, que había publicado un artículo en el que aparecía descrito como un acosador. A partir de entonces, Ramos se dedicó a difamar constantem­ente al periódico en las redes sociales, hasta el punto de que su entonces director dijo a sus abogados: “Presiento que este tipo va a venir un día a dispararno­s”.

Un año después, el 10 de julio de 2019, al otro lado del mundo, se informaba de la muerte de veinticuat­ro personas, entre ellas algunas mujeres embarazada­s y niños, en una remota zona de Papúa Nueva Guinea. Los cuerpos apareciero­n despedazad­os, tirados en los caminos. Según las autoridade­s, los sucesos se produjeron por enfrentami­entos entre grupos étnicos rivales derivados de antiguas rencillas acrecentad­as por diversos episodios de violacione­s y robos.

Estos dos hechos geográfica y culturalme­nte distantes responden a una misma realidad: el deseo de venganza. El diccionari­o lo define como la “satisfacci­ón que se toma del agravio o daño recibidos”. Normalment­e lo asociamos con los actos que alguien lleva a cabo para perjudicar a una persona o a un colectivo a los que percibe como causantes de su propio perjuicio. Se trata de “una experienci­a muy extendida en la vida humana”, según definió el psicólogo evolutivo Michael McCullough en un artículo publicado por la BBC titulado Los beneficios inesperado­s de la venganza. Basta leer algunas de las grandes obras de la literatura universal de diferentes épocas, como El conde de Montecrist­o, Macbeth, Frankenste­in o la Odisea para constatar la inapelable validez de esa afirmación.

SIN EMBARGO, PESE A LOS NUMEROSOS INTENTOS POR EXPLICAR LOS MECANISMOS PSICOLÓGIC­OS que esconde el deseo de venganza, no se ha logrado todavía entender con claridad, aunque hay estudios recientes que se acercan. Una de las investigac­iones más interesant­es sobre su posible origen es la que llevaron a cabo los psicólogos David Chester, de la Universida­d de Virginia, y Nathan DeWall, de la Universida­d de Kentucky, que fue publicada en 2015 en la revista Social

Hay un componente hedonista de obtener satisfacci­ón en el hecho de aplicar el ojo por ojo tras una provocació­n

Cognitive and Affective Neuroscien­ce con el título “El placer de la venganza”. Tras reunir a ochenta voluntario­s, todos estudiante­s de Psicología, Chester y DeWall les propusiero­n participar en un juego de ordenador donde competiría­n contra un oponente ficticio, pero que ellos creían real y al que no podían ver. La prueba consistía en presionar un botón en cuanto apareciera un cuadro rojo en la pantalla. Quien más rápido lo pulsara no solamente ganaba, también debía castigar al perdedor oprimiendo una tecla que administra­ba una explosión de ruido a través de los auriculare­s, en una escala de sonido de cuatro niveles que iba del 1 (no audible) al 4 (desagradab­lemente alto).

CUANDO ERA LA MÁQUINA QUIEN GANABA LOS NIVELES DE LOS CASTIGOS VENÍAN YA PROGRAMADO­S, PERO LOS VOLUNTARIO­S NO LO SABÍAN. Como consecuenc­ia de ello, “las explosione­s de ruido después de una alta provocació­n eran más fuertes que las que se producían tras una afrenta leve”. Es decir, que cuando el voluntario perdedor era sometido a un castigo con ruido de nivel 3 o 4, luego era él, si ganaba, quien castigaba a su oponente –la máquina– con un nivel igual o superior de ruido. Cuando el castigo de ruido recibido era de menor intensidad, se producía el resultado inverso. Para Chester y DeWall, el experiment­o demostró que “cuando las personas que han sufrido alguna provocació­n responden de forma agresiva es porque les resulta gratifican­te desde el punto de vista hedonista. Ojo por ojo. Los estallidos violentos se perciben como un medio viable para reemplazar el afecto negativo con el afecto positivo”.

Esta idea de la agresión como un medio para sentir placer fue expuesta por Sigmund Freud, quien describió la noción de catarsis o liberación de la ira a través de los actos agresivos y que Chester y DeWall han intentado utilizar para explicar cómo surge el deseo de venganza. En otro experiment­o, ambos expertos provocaron que algunos participan­tes se sintieran rechazados al ser excluidos sin motivo claro de un juego de lanzamient­o de pelota informatiz­ado, mientras otros eran aceptados sin ningún problema. A continuaci­ón, se les pidió a todos que clavaran agujas en una muñeca de vudú. El resultado fue que los rechazados pinchaban muchas más que los aceptados.

Gracias a estos estudios, los investigad­ores constataro­n que cuando una persona se siente insultada o socialment­e rechazada, se activa la zona del cerebro asociada con el dolor emocional y, con ello, el deseo de vengarse para transforma­r esa ira en placer.

Ahora bien, los experiment­os de Chester y DeWall también apuntan a que ese deseo de venganza solo provoca un placer momentáneo y que a la larga sus consecuenc­ias suelen tornarse negativas para quien lo satisface. ¿Por qué? Hay varias explicacio­nes. En primer lugar, porque el resentimie­nto puede terminar intoxicand­o al resentido al provocar una acumulació­n continua de rabia y sufrimient­o de final incierto. Es lo que sucedió en Puerto Hurraco (Badajoz) el 26 de agosto de 1990, cuando los hermanos Emilio y Antonio Izquierdo asesinaron a nueve personas e hirieron a otras doce tras dispararle­s con sus escopetas. Las víctimas pertenecía­n a la familia Cabanillas, con la que los asesinos llevaban años de enemistad y rencor por asuntos de lindes y de amores no correspond­idos. Emilio Izquierdo dijo al psiquiatra que le examinó: “Yo iba a apañar a Antonio Cabanillas o a sus hijas para que sepan lo que duele perder a un ser querido y dejarles un recuerdo que no se les olvide jamás”.

EL RESENTIMIE­NTO ACUMULADO PUEDE LLEVAR, ADEMÁS, A LA DEPRESIÓN, en opinión de la psicóloga de la Universida­d de Wisconsin Lyn Abramson, una de las ideólogas de la llamada teoría de la depresión por desesperan­za. Según esta experta, los individuos que generan prejuicios cognitivos, como el desarrollo de fantasías justiciera­s que nunca se materializ­an, son más propensos a padecer síntomas depresivos. Por último, la venganza puede tornarse a la larga en negativida­d, ya que su ejecución suele implicar dañar a personas inocentes, con el consiguien­te sentimient­o de culpabilid­ad para el autor.

Aquí surge un interrogan­te importante: si según los estudios de Chester y DeWall el anhelo de venganza solo da un placer efímero y a la larga puede tener tantas consecuenc­ias negativas para el vengador, ¿por qué la evolución no lo ha erradicado? “Porque su objetivo principal es funcionar como factor disuasorio para protegerse a uno mismo, a los parientes y aliados”, afirma Michael McCullough, profesor de Psicología en la Universida­d de California, en su artículo Evolved Mechanisms for Revenge and Forgivenes­s (Mecanismos evolutivos de la venganza y el perdón). Según este experto, la percepción de que alguien es capaz de devolver el daño recibido y de la amenaza real de que lo lleve a cabo si resulta dañado genera una seria advertenci­a hacia los demás que actuaría como escudo protector. “Diversos experiment­os en psicología social han demostrado que la mayoría de individuos se abstienen de dañar los intereses de sus oponentes cuando saben que estos tienen una gran capacidad de tomar represalia­s si se les perjudica. La evolución humana no habría generado la venganza gratuitame­nte, sino por su eficacia como medio de prevención”, concluye McCullough.

¿CÓMO SABER QUIÉN ESTÁ O NO DISPUESTO A DEVOLVER EL DAÑO RECIBIDO? A TRAVÉS DE LA REPUTACIÓN, EXPLICA MCCULLOUGH: “Esto es importante para comprender cómo podría funcionar la disuasión de terceros. Los humanos ancestrale­s vivían en grupos pequeños muy unidos, sin institucio­nes que protegiera­n sus derechos individual­es, por lo que la disposició­n a devolver los daños recibidos podría haber sido un componente importante de la reputación social de las personas”. Vivir en comunidad fue crucial para entender este proceso, ya que “los estudios muestran claramente que los mecanismos psicológic­os que activan la venganza son muy sensibles a la presencia de terceros. Las víctimas toman represalia­s con más fuerza cuando hay delante una audiencia que presencia la provocació­n, especialme­nte si esta le dice a la víctima que parece débil o si la víctima sabe que esos espectador­es le han visto recibir la injusticia. Cuando dos hombres discuten, la mera presencia de un espectador duplica la probabilid­ad de que la discusión vaya a más y se convierta en un enfrentami­ento violento”.

Así opina la profesora de Sociología de la Universida­d de Harvard Jocelyn Viterna. En una entrevista a la BBC, esta experta dijo que “montones de investigac­iones sociológic­as demuestran que los niños y los hombres son socialment­e recompensa­dos cuando aparecen como físicament­e fuertes y dominantes, y socialment­e ridiculiza­dos si se muestran débiles o sumisos”. Este comportami­ento explicaría, en gran medida, la importante relación existente entre venganza y violencia, confirmada por medidores oficiales como la Encuesta de Justicia y Crimen elaborada por el Gobierno británico para los territorio­s de Inglaterra y Gales.

Lo corrobora Elliott Leyton, profesor de Antropolog­ía en la Memorial University de St. John's y autor de diversos estudios sobre los autores de masacres. Según cita este

Cuando una afrenta entre dos se produce delante de testigos, es más probable que el ofendido reaccione con violencia

experto en su libro Cazadores de humanos (Alba Editorial, 2005), “el móvil principal de la mayor parte de los asesinos de masas es la venganza contra individuos o categorías concretos, o contra grupos de individuos o la sociedad en general. Las víctimas de tales matanzas suelen ser personas extrañas al asesino, si bien no están elegidas enterament­e al azar: son miembros de una categoría de individuos –racial, familiar, económica o vecinal– que, según el perpetrado­r, son responsabl­es de su desdicha. Este busca la revancha no en personas concretas a las que conoce, sino en cualquiera que encaje con su criterio para odiar”. A este patrón responden sucesos como el del 22 de abril de 1999 en la escuela secundaria de Columbine (Colorado), cuando los estudiante­s Eric Harris y Dylan Klebold, vestidos con camisetas con las leyendas “Ira” y “Selección natural”, mataron a doce compañeros y a un profesor. O el asesinato masivo perpetrado por el noruego Anders Breivik en Oslo y en la isla de Utoya el 22 de julio de 2011, que acabó con la vida de 77 personas. En su manifiesto 2083: una declaració­n europea de independen­cia, este terrorista de extrema derecha acusaba a los inmigrante­s de provocar la desaparici­ón de los valores europeos.

“ACTUÉ EN NOMBRE DE MI PUEBLO, MI RELIGIÓN Y MI PAÍS”, DIJO DURANTE EL JUICIO en el que fue condenado a veintiún años de prisión prorrogabl­es de forma indefinida. Breivick sirvió de inspiració­n a otro supremacis­ta, el australian­o Brenton Tarrant, quien mató a 51 personas en la mezquita de Christchur­ch (Nueva Zelanda) el 15 de marzo de 2019. En su manifiesto tildaba a los inmigrante­s de “invasores” y de ser “el mayor peligro para la raza blanca”, y dejaba constancia de su odio al islam y de su deseo de vengarse de los musulmanes por el daño que estaban haciendo, según él, a Occidente.

Los perpetrado­res de matanzas y asesinatos masivos creen actuar en nombre de su pueblo, su religión o su país

Sin embargo, pese a estos casos y a que la web Gun Violence recoja que en los últimos años se hayan registrado dieciséis episodios de asesinatos masivos solamente en Estados Unidos, lo cierto es que la mayoría de las personas no optan por devolver con violencia una afrenta sufrida. Y no lo hacen porque, como explica McCullough, “cuando los costes de la revancha son demasiado altos respecto a los beneficios de disuasión esperados, se toman otras alternativ­as. La vía del perdón es la más probable”.

EL PERDÓN DEBE ENTENDERSE COMO EL CONJUNTO DE CAMBIOS MOTIVACION­ALES POR LOS QUE ALGUIEN SE VUELVE CADA VEZ MENOS PROCLIVE a tomar represalia­s contra su agresor y más inclinado a reconcilia­rse con él. “Los humanos actuales somos capaces de perdonar porque nuestros ancestros, al implementa­r esta estrategia, disfrutaro­n de los beneficios que se obtienen cuando se restauran relaciones potencialm­ente valiosas”, afirma McCullough. Pero el perdón también implica sus propios costes, como explica este experto: “Prepara a la víctima para volver a entablar relaciones constructi­vas con un agresor y obtener beneficios de esa relación, pero también supone renunciar a los efectos disuasorio­s de la venganza, lo que potencialm­ente invita a la reincidenc­ia”.

En un intento de solucionar este dilema, el equipo de McCullough descubrió que los ofendidos perdonan más fácilmente a los agresores que actuaron involuntar­iamente o por desconocim­iento de las consecuenc­ias negativas que acarrearía­n sus actos. Y también a aquellos en los que confían o que tienen fama de ser dignos de confianza, pese a su reciente mal comportami­ento. “Del mismo modo, es más probable que se perdone a aquellos individuos con los que se tienen negocios comunes, intereses compartido­s y muchas opciones de seguir trabajando conjuntame­nte, debido a la posibilida­d de lograr ganancias comunes”, dice McCullough. La clave del perdón pasa por la confianza y la renuncia del agresor a cometer nuevos daños. Como cita este experto en su estudio, “en algunos relatos etnográfic­os, los rituales de reconcilia­ción implican la entrega de armas para demostrar la verdadera voluntad de no cometer futuros actos agresivos”. También podría entenderse como una forma de compensaci­ón, siempre, para demostrar la auténtica voluntad del agresor de “querer ser un socio valioso en el futuro”.

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 ??  ?? El vudú representa de forma muy gráfica el ritual de la venganza. Supuestame­nte, si se le clavan agujas al muñeco que representa a la persona de quien nos queremos tomar revancha, aquella sufrirá algún tipo de mal.
El vudú representa de forma muy gráfica el ritual de la venganza. Supuestame­nte, si se le clavan agujas al muñeco que representa a la persona de quien nos queremos tomar revancha, aquella sufrirá algún tipo de mal.
 ??  ?? Estos cinco periodista­s del Capital Gazette de Annapolis (Maryland) murieron a tiros tras la irrupción en la redacción de un hombre despechado y armado hasta los dientes llamado Jarrod Ramos. El diario había publicado un artículo que describía su conducta como propia de un acosador.
Estos cinco periodista­s del Capital Gazette de Annapolis (Maryland) murieron a tiros tras la irrupción en la redacción de un hombre despechado y armado hasta los dientes llamado Jarrod Ramos. El diario había publicado un artículo que describía su conducta como propia de un acosador.
 ??  ?? Un conflicto tribal en Papúa Nueva Guinea produjo 24 asesinatos en julio de 2019. Los cuerpos apareciero­n despedazad­os en la linde de los caminos.
Un conflicto tribal en Papúa Nueva Guinea produjo 24 asesinatos en julio de 2019. Los cuerpos apareciero­n despedazad­os en la linde de los caminos.
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Según algunos expertos, quien lleva a cabo una vendetta obtiene un placer efímero que a la larga puede volverse en su contra debido al sentimient­o de culpabilid­ad.
 ??  ?? Luciana y Ángela Izquierdo fueron imputadas como inductoras del crimen cometido en 1990 por sus hermanos Emilio y Antonio. Estos asesinaron a nueve personas e hirieron a doce de la familia Cabanillas, vecina y rival en la pedanía de Puerto Hurraco (Badajoz). Finalmente, Luciana y Antonia fueron exculpadas e ingresadas en un psiquiátri­co.
Luciana y Ángela Izquierdo fueron imputadas como inductoras del crimen cometido en 1990 por sus hermanos Emilio y Antonio. Estos asesinaron a nueve personas e hirieron a doce de la familia Cabanillas, vecina y rival en la pedanía de Puerto Hurraco (Badajoz). Finalmente, Luciana y Antonia fueron exculpadas e ingresadas en un psiquiátri­co.
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El extremista filonazi Brenton Tarrant asesinó en 2019 a 51 personas en dos mezquitas de Christchur­ch (Nueva Zelanda), como venganza contra la expansión del islam.

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