¿LA EXTINCIÓN DE LA REALIDAD?
EN UNA CIVILIZACIÓN SUMAMENTE AVANZADA LA REALIDAD SE SATURA DE FICCIONES QUE SE CONFUNDEN CON ELLA. ¿SERÁ QUE, COMO EN LOS CUADROS DE VERMEER, AHORA VEMOS EL MUNDO A TRAVÉS DE UNA CÁMARA OSCURA? ¿SABEMOS DISTINGUIR AMBOS MUNDOS?
Me contaba hace unas semanas el escritor Enrique Vila-Matas que desde una institución cultural le habían propuesto ser entrevistado por un bot, una inteligencia artificial que fuese capaz de indagar en el meollo de la creación literaria y, por tanto, de la ficción. Un tiempo más tarde, tal vez después de algunas pruebas, los organizadores del evento decidieron dar un paso atrás y sustituir a la inteligencia artificial por una inteligencia humana. Asocié esta anécdota con el artículo publicado en El País por Jordi Pérez Colomé a propósito del buscador Bing de Microsoft. Como algunos sabrán, Microsoft es el mayor inversor de OpenAI, la compañía encargada de poner a punto ChatGPT. Microsoft ha incorporado los algoritmos de ChatGPT a su buscador Bing. El periodista de El País relata en su crónica una conversación con la IA a medio camino entre lo surrealista y el teatro del absurdo donde Sydney, que es el nombre elegido para esta robot conversacional, discute con Pérez Colomé y trata de convencerlo de que Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno, tiene barba. Sydney no solo se niega a aceptar el hecho incontestable de que nuestro presidente no lleva barba, sino que se empecina en afirmar que sí la tiene e incluso muestra alguna foto de Pedro Sánchez con ella. Sydney no es capaz de diferenciar un fotomontaje de Forocoches de una foto real. La falta de contexto hace que para una inteligencia artificial (para Sydney o para cualquier otra) resulte inviable distinguir entre realidad y ficción. A transitar ese terreno borroso entre una y otra, entre la realidad y la ficción se dedica desde hace décadas uno de nuestros fotógrafos más conspicuos, Joan Fontcuberta. Fontcuberta ha hecho pasar muchos de sus fotomontajes por obras reales nacidas de manos de artistas tan reputados (y estudiados) como Picasso, Miró o Dalí. Pintores reconvertidos, por medio de las técnicas de edición digital, en fotógrafos. Las fotografías de Fontcuberta han logrado engañar a instituciones, museos y medios de comunicación. Fontcuberta, llevando al extremo el fake, ha dado un paso más allá al inventar lo que podríamos llamar un «metafake». Consiste este en aseverar que la fotógrafa Vivian Maier (una niñera que tomó miles de fotografías mientras paseaba a los niños de las familias para las que trabajaba, la mayoría de ellas sin revelar, y que no fue reconocida hasta después de su muerte) no es sino otra de sus invenciones. Si hay algo que a Fontcuberta no le falta es audacia.
LAS RELACIONES ENTRE REALIDAD Y FICCIÓN SIEMPRE FUERON COMPLEJAS.
La linde entre ellas resulta en muchos casos indefinida. Sin embargo, creo que todos estaremos de acuerdo en que en las últimas décadas las interferencias entre eso que llamamos
realidad y eso otro que denominamos ficción, se han agudizado hasta límites insospechados. La prensa, la radio y la televisión eran medios de producción de ficciones/relatos que servían al poder, a su infiltración en el músculo y el cerebro de los ciudadanos. Las nuevas tecnologías vinculadas a internet han acelerado y democratizado este proceso. Cualquiera puede ofrecer su verdad o su versión de los hechos. Son muchos los casos en los que dicha versión se ve recompensada por un éxito fulgurante, independientemente de la veracidad de la información aportada. Podemos decir que hemos pasado de un sistema de manipulación unidireccional a otro multidireccional, más complejo e ingobernable, por tanto. La verdad (la realidad) yace sepultada bajo un cúmulo atosigante de ficciones. ¿Debemos dar por perdida la verdad, entonces, y considerarla tan solo como una media aritmética de sus interpretaciones o una impronta impresionista de esas pinceladas que son los tuits o vídeos de YouTube, o podemos acudir al rescate de ese cuerpo agonizante pero todavía dotado de vida?
El comerciante de Delft Anton van Leeuwenhoek inventa en el siglo xvii un microscopio con el que es capaz de ver por primera vez glóbulos rojos y espermatozoides mientras su coetáneo y casi vecino Vermeer fabrica una cámara oscura que le permite ahondar en el misterio del color. Vermeer plasma en sus pinturas el círculo de confusión o disco de Airy, esas manchas que provienen de la difracción de la luz al atravesar una ranura (la de su cámara oscura). Vermeer no pintaba, por tanto, del natural, sino que copiaba una imagen obtenida a través de un artilugio artificial (cámara oscura). Esta realidad refractada es seguramente uno de los motivos por los que Vermeer nos resulta tan fascinante. No vemos en sus cuadros lo que vería un ojo, sino la realidad distorsionada por la cámara oscura.
CADA HERRAMIENTA TECNOLÓGICA DESBROZA UNA PARCELA DEL MUNDO Y PERMITE ASOMARSE A LO DESCONOCIDO.
¿Qué descubre la fotografía? ¿Qué descubre el cine? ¿Qué revelan las inteligencias artificiales? Podríamos aventurarnos a dar una respuesta en el caso de la fotografía y el cine. En principio pareciera que ambos modos de registro de la imagen permitieran fijar eso que llamamos la realidad, convertirla en un objeto (fotografía, película) perdurable y reproducible ad infinitum. Sin embargo, esos instrumentos que dan testimonio de la realidad (cámaras de fotografía y de vídeo), como la cámara oscura de Vermeer, se convierten rápidamente en herramientas para elaborar esas ficciones que llamamos arte.
Primero, el cine. Más tarde, creadas las técnicas de edición digital, la fotografía. Podríamos aventurarnos a enunciar una ley según la cual cuanto mayor sea el avance en la exploración del mundo, es decir, cuanto mayor sea nuestro desarrollo tecnológico, en mayor medida seremos interpelados por las ficciones que esas mismas herramientas tecnológicas son capaces de desplegar. El descubrimiento o roturación de lo real coincide y se superpone a la acumulación de la ficción, de modo que, paradójicamente, una civilización (como es el caso de la nuestra) sumamente avanzada en términos tecnológicos, se puebla y satura de ficciones que se confunden con lo real. En ese sentido, la inteligencia artificial supone un avance dentro de este proceso. El gradiente del progreso tecnológico se superpone con el de la ficción en un sentido bien definido, en su capacidad para suplantar aquello que entendemos como realidad. Es como si la humanidad en su conjunto caminara progresivamente hacia la indistinción de ambas categorías, con lo que ello implica a un tiempo de inquietante y de fascinante.
Y, SIN EMBARGO, SIGUE HABIENDO UN SUSTRATO IRREMPLAZABLE,
el que conforma la materialidad de eso que seguimos llamando real. La verdad es una construcción discursiva que admite el contraste con la facticidad de los objetos. A no ser, como preconizan ciertas tendencias de evasión tecnoutópica, que prescindamos de esa materialidad para recluirnos en la pura virtualidad. Podemos descender y ascender desde el universo lógico de las interpretaciones hasta la materialidad de los hechos a través de una serie de pasos intermedios para tratar de desenmascarar el engaño o el error. Esa cadena que enlaza los lechos y las interpretaciones es lo que legitima que todavía podamos seguir reclamando eso que llamamos verdad. Para ello resulta imprescindible el acceso a la materialidad a través de los sentidos, pero también de la ciencia. La verdad, como insiste Bruno Latour, es un camino ascendente y descendente hacia la realidad, un proceso inacabable que puede dilatarse a través de una cadena sin fin de escalones. Debemos cuidar que esa cadena (la que une la materialidad de lo real con sus interpretaciones, los signos a sus referentes) no se rompa porque en ese caso, sí, la ficción habría ganado definitivamente la batalla y entonces, como le ocurrió a Sydney, podrán convencernos de que Pedro Sánchez tiene barba. O de algo bastante peor. □
En agosto de 1975 el geofísico estadounidense Wallace Smith Broecker (1931-2019) puso en circulación la expresión «calentamiento global». La prensa nacional (de EE UU) e internacional se hizo eco de un artículo que publicó en la revista Science (Vol. 189, nº 4.201 [8 de agosto de 1975]; pp. 460-463) y cuyo título planteaba una pregunta al lector: Climatic Change: Are We on the Brink of a Pronounced Global Warming («Cambio climático: ¿Estamos al borde de un calentamiento global pronunciado?»).
EN EE. UU., TANTO EN AQUELLA DÉCADA DE 1970 como incluso en la anterior, ya había científicos que apuntaban la posibilidad de que el aumento del efecto invernadero, debido a las emisiones provocadas por la quema de combustibles fósiles, provocaría una subida global de las temperaturas. Curiosamente, aquellos años fueron particularmente fríos, lo que llevó a otros especialistas a especular que podría ser la antesala de una nueva glaciación. Lo cierto es que dentro de la comunidad científica fue ganando peso la idea de que, si no poníamos freno a las emisiones de CO , la temperatura subiría de forma acelerada, tal y como hemos visto que ha ido ocurriendo.
ES PARTICULARMENTE REVELADOR LO QUE CUENTA RICH NATHANIEL EN SU LIBRO
Perdiendo la Tierra. La década en que podríamos haber detenido el cambio climático (Capitán Swing, 2020), cuya lectura les recomiendo. Los políticos estadounidenses y el lobby de la industria del petróleo hicieron oídos sordos a las advertencias de los científicos que allí, en EE. UU., alertaron de las consecuencias que tendría seguir quemando carbón y petróleo. No hace mucho salió a la luz el informe interno de la petrolera Exxon que durante décadas quedó en un cajón, en el que la evolución prevista de la temperatura se ajusta bastante bien al ascenso experimentado en los últimos cincuenta años.
WALLACE S. BROECKER
incluyó en su artículo tanto la expresión «cambio climático» como «calentamiento global». Metidos ya en los años 80, los medios de comunicación comenzaron a difundir ambas y se fueron popularizando. Al principio, los científicos
se referían más al calentamiento global, ya que en aquellos años la subida de las temperaturas empezó a marcar tendencia, impulsada, en parte, por el extraordinario evento de El Niño de 1982-83. A finales de la década, con la fundación del IPCC (en 1988) y la publicación de su primer Informe de Evaluación del Cambio Climático (1990) se empezaba a hablar cada vez más del «cambio climático».
EL IMPULSO DEFINITIVO A ESA DENOMINACIÓN
se produjo durante la presidencia de George W. Bush en EE UU, entre los años 2001 y 2009. Defensor a ultranza de los intereses de la industria del petróleo —contraria a la descarbonización sugerida por la comunidad científica— utilizó su posición de poder para forzar a instituciones como Naciones Unidas a utilizar solo el término «cambio climático» en sus informes y documentos, en lugar de «calentamiento global». Conviene recordar que a principios del presente siglo EE. UU. era el principal emisor de CO a la atmósfera, hasta ser superado por China.
AL HABLAR DE CAMBIO CLIMÁTICO QUEDABA CAMUFLADA
la responsabilidad humana del fenómeno, ya que se trataba del último de una larga serie de cambios en el clima que han sucedido en la Tierra. Este golpe de efecto, a nivel de comunicación, logró diluir algo el hecho —inequívoco a los ojos de la ciencia— de que el cambio climático actual es, en gran medida, antropogénico y, por tanto, podemos, sobre el papel, frenarlo.
LAS FORMAS DE REFERIRNOS AL CAMBIO CLIMÁTICO
no han terminado ahí. La entrada en escena de la joven activista sueca Greta Thunberg, en 2018, y el movimiento estudiantil y social que lideró, junto a la cada vez mayor magnitud de los impactos del calentamiento global, ha hecho que comencemos a referirnos a la emergencia o crisis climática. Algunos de los medios de comunicación más influyentes del mundo lo han integrado en su libro de estilo. La expresión «emergencia climática» se lee y escucha más que «crisis climática»; sin embargo, soy más partidario de usar la segunda, tal y como paso a argumentar.
UNA EMERGENCIA ES ALGO QUE EXIGE ESTAR PERMANENTEMENTE EN ALERTA,
lo que no resulta fácil. Cuando estamos mucho tiempo en un estado de alarma sin ver una amenaza directa sobre nuestra propia vida, antes o después llega la relajación, lo que termina culminando en la desconexión del hecho que ha causado la emergencia (el cambio climático en el caso que nos ocupa).
En mi opinión, es más apropiada la idea de que estamos en una crisis climática a escala global, al margen de otras crisis que nos está tocando vivir en los últimos tiempos.
CON INDEPENDENCIA DE LA EXPRESIÓN QUE USEMOS,
lo que está fuera de toda duda es la singularidad del comportamiento que está teniendo el clima terrestre desde que los seres humanos comenzamos a quemar combustibles fósiles a mansalva. Para revertir esa situación no queda otra que iniciar una rápida descarbonización, de la mano de una «transición energética». Esta última expresión también se ha popularizado, pero tal y como apunta certeramente el físico Jordi Mazón en un reciente artículo ( Mètode, diciembre de 2022), es más apropiado hablar de un cambio energético. En conclusión, en estas cuestiones dialécticas, cualquier expresión, por muy asentada que esté, es susceptible de ser cambiada. □
EL CAMBIO CLIMÁTICO ACTUAL ES, EN GRAN MEDIDA, ANTROPOGÉNICO, Y PODEMOS, SOBRE EL PAPEL, FRENARLO