LAS NUEVAS VIGILANCIAS
Según los conspiradores, poco antes de que Dirmad se hiciera independiente, se sucedieron una serie de acontecimientos que el tiempo y el recelo han borrado de la memoria colectiva. Suelen escucharse estos rumores, convertidos en historias legendarias, siempre en las bocas de los disidentes y siempre en las zonas periféricas, a altas horas de la noche. Yo, que soy vigilante estatal y no estoy sujeto a las estrecheces que imponen los toques de queda, frecuento esos parajes, unas veces por obligación y otras, lo reconozco, por mero placer. El bienestar y la sensación de pertenencia que experimento en esas ocasiones se relaciona, creo, con mi fascinación por la mentira y el deseo de reconocerla en sus variaciones más inverosímiles. Me siento, entonces, como un niño, poco antes del sueño, que espera a que uno de sus progenitores le cuente su historia predilecta para martirizarle después a preguntas.
ESOS SERES, HACIA LOS QUE SIENTO UN EMBELESO IRRACIONAL, cuentan que el Ministerio Interior publicaba una convocatoria de carácter anual para que algunos ciudadanos pudiesen engrosar los cuerpos de vigilancia no estatal. Dichos cuerpos resultaban independientes de las fuerzas de seguridad oficiales (la policía y el ejército) y no tenían categoría funcionarial —o, al menos, no reconocida— pues su cometido era únicamente el de vigilar, no el de vigilar y castigar, potestad exclusiva de los cuerpos funcionariales. Tales convocatorias publicadas por el Ministerio Interior gozaban de una excelente acogida entre la ciudadanía, debido a que no se necesitaba titulación alguna. Siempre se recibían millares de solicitudes, aunque las plazas ofertadas por la administración jamás superasen la centena. Realizado el escrutinio, se llevaba a cabo la selección —que obedecía a criterios secretos— y se procedía a ejecutar el Plan de Formación Experimental de Vigilancia (PFEV). Este consistía, según los rumores de los fantasiosos, en el seguimiento estricto de una serie de preceptos. El primero de ellos se denominaba Imperativo de Aislamiento y Silencio (IAS), cuya duración era de cuatro semanas. Como el propio nombre indica, en este periodo los opositores convivían en silencio sin poder dirigir la palabra a sus compañeros ni a los funcionarios que les vigilaban. Dicha imposición, de no ser respetada, implicaba fuertes sanciones pecuniarias e incapacitaciones laborales de por vida. Si los aspirantes superaban la primera fase se les conducía a la siguiente, denominada Imperativo de Negación Transitoria de Identidad (INTI), de idéntica duración y semejantes efectos coercitivos.
Durante ese periodo de ocho semanas en que se ejecutaban los imperativos IAS e INTI, los candidatos permanecían agrupados en barracones, sin distinción de sexo o edad y vestían uniformados del mismo modo. A lo largo de mis años como funcionario siempre me ha llamado la atención que los disidentes describan ambas fases de manera tan detallada.
SI LA PRECISIÓN DE LOS DISPOSITIVOS A LOS QUE SE REFIEREN FUESE CIERTA, ¿cómo entonces habría podido llegar hasta ellos dicha información? Son únicamente fruto de una fantasía insana y pervertida. No obstante, la parte de su relato que más me fascina es la que describe el segundo tramo del Plan de Formación Experimental de Vigilancia. Los subversivos dicen que, superadas las ocho semanas iniciales, los aspirantes eran aislados y diseminados en laboratorios clandestinos financiados por el Gobierno, con ánimo de detectar en ellos la existencia de un sexto sentido. La fantasía es tal en este punto que atribuyen al Ministerio Interior una serie de actuaciones en relación a una hipotética premisa denominada Hipótesis Preliminar al Desplazamiento Acumulativo (HPDA). Esta investigaba si una vez suprimido alguno de los sentidos en los seres humanos se produciría un implemento equivalente en los restantes para equilibrar la percepción general. Además, dicha supresión ayudaría a detectar la localización y funcionamiento del sexto sentido en los opositores y futuros vigilantes.
Hablan, por tanto, de la eliminación progresiva del sentido de la vista, el oído, el olfato y el tacto. Algunos de esos agitadores son capaces de imaginar con todo tipo de detalles aquellos acontecimientos ficticios. Incluso se atreven a poner cifras sobre la mesa al subrayar que solo un 10 % de los seleccionados sobrevivía (no aclaran si se trata de la cifra inicial de participantes o de los que habían superado los imperativos IAS e INTI) y que los cuerpos del resto de opositores se enterraban en fosas comunes alejadas de la ciudad. Dicen estos lunáticos que las convocatorias se prorrogaron a lo largo de una década con carácter bianual, y que todos los seleccionados corrieron la misma suerte: ninguno pudo sobrevivir tras la eliminación de sus facultades perceptivas. Su fantasía es de tal magnitud que corroboran su delirio mencionando una nota adherida a un informe extraoficial del Ministerio Interior, donde se podría leer que, en caso de existencia del sexto sentido, este se deriva de la relación y combinación de todos los anteriores, y no como una entidad pura y autónoma, resultando indisociable del resto. Anoche mismo, cuando una de esas criaturas de la periferia relataba a otros disidentes su desvarío, se refirió a ese hecho como: «Una relación idéntica a la que mantiene el Estado con las entidades que lo conforman: la suma de todas sus partes resulta inferior a la que aglutina al conjunto.»
POCO DESPUÉS YO MISMO LO DETUVE. Respecto a las desapariciones ciudadanas, como el detenido declaró posteriormente en nuestra jefatura, los grupúsculos rumorean que el propio Ministerio Interior, con ánimo de proteger sus actuaciones, propagaba noticias falsas sobre amenazas terroristas, secuestros y sabotajes por parte de los enemigos del pueblo. Así, no solo justificaba sus crímenes, sino que se garantizaba el éxito en las nuevas convocatorias debido al patriotismo creciente y al clima de crispación que él mismo provocaba. A mí, como distinguido funcionario de los cuerpos de seguridad del Estado, me hacen mucha gracia todas esas elucubraciones, ya que las cosas, en el fondo, siempre se han hecho del mismo modo. Hay que salir a la calle, encontrar a un candidato joven, fuerte y sin familia y trasladarlo —voluntariamente o a la fuerza— al Ministerio Interior para convertirlo en uno de los nuestros, en caso de que posea la resistencia y la inteligencia suficientes mientras se le aplican los protocolos de siempre. Estos nada tienen que ver con el PFEV, los imperativos IAS e INTI, ni con la hipótesis HDPA que a veces se escuchan en la periferia pasada la medianoche, sino con algo mucho más sencillo y eficaz: la supresión del alma. □