El más poderoso y preciso de los cinco sentidos
Relegado durante mucho tiempo a un papel secundario frente a la vista o el oído, con el tiempo el olfato ha demostrado ser el sentido más poderoso. Mientras que nuestros ojos pueden distinguir millones de colores diferentes y el oído unos 340 000 tonos distintos, la nariz los supera a ambos a través del epitelio olfativo, que cuenta con unos 400 tipos de receptores diferentes, construidos cada uno de ellos con un gen diferente; además, en esos 400 genes que controlan los receptores de la nariz hay más de 900 000 variaciones. Según Hiroaki Matsunami, profesor asociado de Genética Molecular y Microbiología de la Facultad de Medicina del Instituto Duke de Ciencias del Cerebro, en Durham, Carolina del Norte (EE. UU.), los receptores olfativos no funcionan ni se activan de la misma manera en todos los individuos en función de su genoma, de ahí que un mismo olor pueda resultar repulsivo a una persona mientras encanta a otra.
El olfato es también un mecanismo básico de defensa que nos alerta de un peligro inminente o nos protege a la hora de ingerir, por ejemplo, alimentos en mal estado, siendo fundamental también al alimentarnos, pues si se ve afectado, también se resiente el sentido del gusto. De hecho, en los recién nacidos, donde el olfato está muy desarrollado, este sentido, en coordinación con el del tacto, funcionan como una suerte de radar que ayuda a guiarlos a la lactancia materna y a alejarlos de sustancias que podrían causarles daños. Además, según reveló a finales de 2014 un estudio de la Universidad de Chicago publicado en la revista científica PLOS ONE y comandado por el profesor de cirugía y experto en enfermedades nasales y sinusitis Jayant Pinto, la incapacidad de identificar algunos olores puede ser un indicador precoz de fallecimiento en las personas mayores. Igualmente, una disfunción olfativa en personas de edad avanzada puede ser el anuncio de que padecen demencia. Incluso un estudio del Laboratorio de Neurogenética de la Universidad Rockefeller de Nueva York y publicado en Science, en 2014, acabó por coronar dicho sentido: hasta entonces se pensaba que el hombre era capaz de distinguir 10 000 olores, pero el estudio arrojó que podemos distinguir al menos ¡un billón de olores!
Hay investigaciones fascinantes, como exponer a recién nacidos en una cuna donde se liberan olores para investigar su recuerdo de sabores del líquido amniótico –pues ambos sentidos están estrechamente ligados–. Además, el olfato es el sentido que más memoria posee, pues los recuerdos relacionados con él tienen una carga emocional muy fuerte, porque están en parte procesados por áreas del cerebro donde se ubican las experiencias emocionales. Y es que el olfato va directamente a nuestro sistema límbico, la región del que regula las emociones y la memoria. Por eso, cada vez más marcas usan también el olfato como forma de marketing para captar la atención del público y aumentar sus ventas.
El equipo descubrió que los bálsamos, que se conservan en el Museo August Kestner de la ciudad alemana de Hannover, contenían una mezcla de cera de abeja, aceite vegetal, grasas, betún, resinas de la conífera Pinaceae, una sustancia balsámica y dammar (resina del árbol de Pistacia), ingredientes complejos y diversos (exclusivos de aquella época) que ofrecen «una nueva comprensión de las sofisticadas prácticas de momificación y de las amplias rutas comerciales de Egipto», según el egiptólogo y conservador del museo germano, Christian E. Loeben.
Métodos vanguardistas que también han permitido obtener información crucial sobre los ingredientes del bálsamo, de los que existe escasa información en las crónicas egipcias contemporáneas. Nuevamente el papel capital del olor para obtener una mayor comprensión del pasado a través de nuevas formas de investigación. Cualquiera puede disfrutar del placer de percibir este exótico aroma de hace 3500 años en el Museo Moesgaard de Aarhus, en Dinamarca, hasta agosto de 2024, permitiendo a los turistas y visitantes conectar con el pasado de una forma olfativa única, y posibilitando a su vez a las personas con discapacidad visual participar de forma más plena e inmersiva en la exposición del pasado de Egipto.
EL PERFUME DE CLEOPATRA.
Y precisamente en relación con la misma zona en la Antigüedad, en septiembre de 2023 supimos que dos arqueólogos de la Universidad de Hawái — Robert Littman y Jay Silverstein— habían superado algo que parecía imposible en relación con los olores perdidos: recuperar el perfume que pudo haber usado Cleopatra vii, la última faraona de Egipto.
Al igual que Huber y Loeven utilizaron los residuos de bálsamo que contenían dos vasos canopos del proceso de momificación de Senetnay, Littman y Silverstein usaron para la recuperación de aquel aroma un par de vasijas que en la actualidad contuvieron dos de los más famosos perfumes del mundo antiguo, conocidos como mendesio y metopion, que se encontraban en la antigua ciudad egipcia de Thmuis –hoy Tell el-Timai–, en el Valle del Nilo, urbe que vivió su auge durante la etapa ptolemaica.
Aunque pueda parecernos extraño para una sociedad de hace milenios, los perfumes eran un elemento básico del cuidado de hombres y mujeres del antiguo Egipto, guardados, al igual que hoy, en frascos especiales elaborados con diversos materiales, como fino alabastro, una suerte de loza azulada brillante conocida como fayenza y vidrio decorado con líneas de colores, preferiblemente sobre un fondo azul oscuro para que la incidencia de la luz no alterase los aceites aromáticos que contenían.
Los perfumes eran un signo de estatus social y también se les atribuían propiedades higiénicas, servían para disipar los malos olores e incluso creían que tenían propiedades curativas, al purificar el aire y alejar las enfermedades, como sucedería en el siglo xiv de nuestra era con los célebres pomanders. El mendesio, muy especiado, era un perfume fabricado en la ciudad de Mendes, en el Delta del Nilo, que, según Dioscórides: «Se preparaba con aceite de 3 bellotas, de mirra, de casia y de resina. Algunos añaden, inútilmente, después del peso de estos productos, un poco de cinamomo, pues las cosas que no son cocidas juntamente no dan de sí su virtud». Igualmente, el médico y botánico griego explicó en sus escritos cómo los egipcios elaboraban el metopion, que contenía resinas de gálbano, almendras amargas, omphacium, cardamomo, junco oloroso, cálamo aromático, miel, vino, mirra, caro bálsamo y resina.
Volviendo a la investigación sobre Cleopatra, dichos residuos odoríficos se encontraron en 2012 durante la excavación en Thmuis de la casa de un comerciante de perfumes y ungüentos. De las ánforas y botellas de vidrio con restos se realizaron análisis químicos que revelaron algunos de los ingredientes que se emplearon para elaborar las dos esencias citadas, que Littman y Silverstein recrearon siguiendo las fórmulas contenidas en textos históricos como los citados de Dioscórides.
Su base era la mirra, a la que añadieron otros elementos como el cardamomo, el aceite de oliva y la canela. El perfume que obtuvieron es mucho más oleoso y espeso que los actuales, y posee un aroma «fuerte, picante y ligeramente almizclado» que perdura más en la piel que cualquier perfume de nuestros días –algo que las marcas de cosmética deberían tener muy en cuenta–.
Sin duda, se ha usado el nombre de Cleopatra para dar una mayor promoción al estudio, pero no se sabe a ciencia cierta si la exótica reina egipcia llegaría a usarlo, pues poseía su propia fábrica de perfumes donde diversos especialistas crearon fragancias específicas para ella (quizá la misma con la que cautivó al romano Marco Antonio), según explica la perfumista estadounidense Mandy Aftel, que ha escrito cinco libros centrados en las fragancias y reproduce en su estudio en Berkeley, California, aromas provenientes de todo el mundo.
Sea o no el perfume que usaba la faraona, no cabe duda de que gracias a iniciativas como estas podremos conocer mejor cómo eran nuestros ancestros, aspectos íntimos como su higiene o salud, otros generales como los usos sociales o los intercambios comerciales, y, en última instancia, revivir a través del olfato civilizaciones y culturas que se creían perdidas para siempre. Como señaló Inger Leemans: «Los estímulos olfativos pueden servir como un medio vital para conectar a las personas con su pasado y con otras culturas». □