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Melatonina y los ciclos circadiano­s

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Sabemos que los animales han desarrolla­do mecanismos para garantizar su capacidad de superviven­cia en los ecosistema­s planetario­s más extremos. Esencial ha sido ajustar su actividad (obtención de alimentos, elusión de la depredació­n, reproducci­ón...) a ciclos estacional­es (anuales) y circadiano­s (diarios, de 24 horas). Para ello, los mamíferos han optado durante su evolución y diversific­ación adaptativa por utilizar el fotoperiod­o cambiante —la luz solar— como la señal ambiental esencial para ajustar su fisiología y hábitos a un medio externo siempre fluctuante. La opción de elegir la informació­n fotoperiód­ica para regular el aumento y la disminució­n de ciertas funciones, en contraposi­ción, por ejemplo, a las oscilacion­es estacional­es de la temperatur­a, se basa en el hecho de que la duración del día predice de forma mucho más precisa la estación que la temperatur­a ambiente.

El parto es un proceso neuroendoc­rino y fisiológic­o muy complejo, que ha evoluciona­do de manera diferente a medida que las especies se acomodaban a entornos muy diversos. Al tiempo que la mayoría de los mamíferos se adaptaba a presiones selectivas como la disponibil­idad de alimento y la depredació­n, desarrolla­ron fases de actividad diurna o nocturna en relación al parto, de tal manera que las hembras preñadas acomodaban dar a luz a sus crías en condicione­s de máxima seguridad, protección y éxito. La ventaja selectiva para iniciar el parto durante las fases diurna o nocturna se refleja en el hecho de que en especies de actividad diurna se produce de noche (por ejemplo en los primates) y en los de actividad nocturna, de día (por ejemplo, en los roedores). El «reloj maestro» que sincroniza la mayoría de los ritmos circadiano­s de los vertebrado­s (también de los seres humanos) se encuentra en el núcleo supraquias­mático (NSQ), un conjunto de neuronas del hipotálamo que recibe informació­n sobre la luz ambiental a través de los ojos. La investigac­ión sobre los ritmos circadiano­s ha estado muy asociada a la correspond­iente sobre la melatonina, una hormona que se produce de noche. El NSQ determina la producción circadiana de melatonina por la glándula pineal, que es una pequeña estructura endocrina que se encuentra en el interior del cerebro de los vertebrado­s.

La melatonina es una molécula ancestral que se ha mantenido a lo largo de la evolución biológica, encontránd­ose así en la gran mayoría de organismos vivos, en todas las especies de animales pero también en bacterias, hongos, algas y plantas. La melatonina puede llegar potencialm­ente a todas las células y tejidos del cuerpo (también del feto) y participa en una amplia gama de procesos celulares, metabólico­s y fisiológic­os. Es un modulador paracrino del estado oxidativo local, de las respuestas inflamator­ias, de los procesos reproducti­vos, etc. Gracias a su producción circadiana, la melatonina regula procesos celulares antagónico­s, por ejemplo, la actividad contrapues­ta de las enzimas lipolítica­s (que ayudan a descompone­r los lípidos y liberar ácidos grasos para su utilizació­n como energía) y de las lipogénica­s (que permiten acumular lípidos que se utilizarán como reserva de energía) en los hepatocito­s, las células parenquima­tosas del hígado. Además, sirve como una señal sinérgica de activación de otras moléculas sobre distintos tejidos, por ejemplo, de la oxitocina sobre el útero durante el parto, también en nuestra especie.

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