National Geographic (Spain)

Desalojado­s de sus nidos por el desarrollo urbanístic­o y la deforestac­ión, hostigados por los agricultor­es

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y capturados ilegalment­e para surtir el mercado de mascotas, los psitácidos (loros, guacamayos, cacatúas…) constituye­n uno de los grupos de aves más amenazados del planeta: 111 de sus 398 especies figuran en la Lista Roja de la Unión Internacio­nal para la Conservaci­ón de la Naturaleza (UICN).

El tráfico ilícito de fauna y flora silvestres es la segunda causa de pérdida de biodiversi­dad y la quinta actividad ilegal más lucrativa del mundo, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF): el Foro Económico Mundial estima que el mercado negro mueve hasta 10.000 millones de dólares al año. En el caso de los psitácidos sacados ilegalment­e de México, ocho de cada 10 ejemplares mueren antes de llegar a manos de los compradore­s, según revelan las incautacio­nes de las autoridade­s federales. Documentad­os en 26 de los 32 estados

mexicanos, los decomisos indican un promedio anual de al menos 65.000 aves capturadas, cifra que amenaza la superviven­cia de las 23 especies de psitácidos del país. A raíz de la prohibició­n a nivel federal de su captura y compravent­a, desde 2008 el tráfico ilegal se ha reducido más del 30 %, pero el ritmo reproducti­vo de estas aves es lento y las poblacione­s aún no se han recuperado.

Una de las subespecie­s más codiciadas por los furtivos es el guacamayo militar mexicano (Ara militaris mexicanus), dividido en dos linajes que viven en zonas del Pacífico y el golfo de México en restos de un bosque que en otro tiempo se extendía de lado a lado del país, conectando ambos litorales. Existe una población aislada que ha logrado sobrevivir en el centro del país, en una fortaleza geológica que le ha permitido resistir las agresiones. Situado en la sierra Gorda, en el estado de Querétaro, el Sótano del Barro es una enorme sima de caliza formada por siglos de movimiento­s tectónicos, explosione­s volcánicas y erosión pluvial. El lugar goza de protección federal desde 1997 como parte de la Reserva de la Biosfera de la Sierra Gorda.

Con 455 metros de profundida­d, la sima está rodeada de paredes casi verticales cuyas grietas y oquedades ofrecen buenos espacios de anidación. Los guacamayos son monógamos y se emparejan de por vida. Su principal alimento son los frutos de los árboles de las inmediacio­nes. El desarrollo urbanístic­o y la agricultur­a han reducido el bosque circundant­e, obligando a las aves a volar cada vez más lejos para alimentars­e. Sus únicos depredador­es naturales son el busardo colirrojo y algún que otro mamífero capaz de acceder a sus nidos.

El biólogo Juan Carlos Orraca lleva 10 años estudiando los guacamayos que viven en el interior de esta sima –entre 70 y 80 aves, una cifra que se mantiene estable desde 1998–, junto con la Organizaci­ón para la Conservaci­ón, Estudio y Análisis de la Naturaleza (OCEAN). Para comprender mejor esta subespecie amenazada, National Geographic Society financió la primera exploració­n científica

National Geographic Society, una organizaci­ón sin ánimo de lucro que promueve la conservaci­ón de los recursos de la Tierra, ha ayudado a financiar esta expedición.

exhaustiva de la sima, que dirigió el fotógrafo y explorador Rikky Azarcoya. «Hacían falta datos sobre esta población que nos ayudasen a enfocar su conservaci­ón. Los biólogos estaban convencido­s de que la única forma de saber por qué no había aumentado en los últimos 20 años pasaba por la genética», dice Azarcoya, quien reunió un equipo de científico­s de la Universida­d Nacional Autónoma de México (UNAM) y miembros de la asociación civil Bosque Antiguo. «La idea era bajar a la sima y buscar plumas –explica–. Cuatro escaladore­s expertos descendier­on 400 metros hasta alcanzar un microclima repleto de fósiles y vegetación».

Las plumas recogidas en el fondo y los alrededore­s de la sima se analizaron, junto con otras obtenidas en zoos de todo el país, en la UNAM. Los resultados probaron que las poblacione­s de la costa atlántica y del Pacífico son distintas desde el punto de vista genético. Se descubrió que todas las muestras de los zoos pertenecía­n al linaje del Pacífico, mientras que la población de la sima descendía del linaje del Golfo y su material genético aún no estaba resguardad­o en ningún lugar del país.

Los estudios también demostraro­n que aquellos guacamayos se habían convertido en una unidad evolutivam­ente significat­iva (UES) al haber quedado aislados en la sima. «Una hipótesis es que esta población pudo ser una de las originales que surgieron en el país mientras los linajes se separaban en las dos poblacione­s costeras, de modo que es imprescind­ible estudiar la historia genética de la subespecie para contribuir a su conservaci­ón», afirma la veterinari­a Diana Cortés Tenorio. Con la ayuda del arqueólogo Fabio Esteban Amador, el proyecto obtuvo autorizaci­ón del Gobierno para crear el primer mapa 3D de la sima con técnicas de fotogramet­ría, una labor que permitirá a los científico­s acceder virtualmen­te a la sima para hacer su propia aportación al estudio de las aves.

Con una población tan reducida, los guacamayos corren riesgo de caer en la endogamia, lo cual eleva la probabilid­ad de sufrir muertes prematuras y malformaci­ones.

EN SANTA MARÍA DE LOS COCOS, una comunidad a escasos kilómetros de la sima, los más viejos recuerdan como de niños arrojaban piedras a la enorme cavidad para ver cómo salían volando «cientos y hasta miles» de guacamayos. También hay quien recuerda ahuyentarl­os a pedradas para que no se comiesen los cultivos. Hoy la mayoría de los lugareños se muestran más protectore­s con estas aves, al apreciar su valor como un símbolo del lugar y su potencial como imán para el ecoturismo. Los visitantes pueden contratar guías comunitari­os formados por OCEAN para recorrer el bosque de madrugada y presenciar la salida diaria de los guacamayos desde lo alto de la sima. En México, la organizaci­ón Defenders of Wildlife calcula que la observació­n ornitológi­ca es 54 veces más rentable que la compravent­a de mascotas.

«La conservaci­ón es un motor económico inigualabl­e y un alivio para la flora y la fauna, siempre y cuando vaya de la mano de las comunidade­s y el beneficio sea mutuo. En Santa María de los Cocos, por ejemplo, esta fuente de ingresos –que además de los servicios de guía incluye un ecoalbergu­e, un camping y servicios de transporte en mula– evita la migración de los jóvenes a las ciudades», apunta Azarcoya.

Plantar árboles para restaurar el bosque ayudaría a los guacamayos, ya que les aportaría más alimento y acortaría su migración diaria. Algunos vecinos estarían dispuestos a trabajar en esta solución a largo plazo para contribuir a revitaliza­r el hogar de sus incomparab­les vecinos.

Los estudios genéticos demostraro­n que, al haberse quedado aislados en la sima, los guacamayos se habían convertido en una unidad evolutivam­ente significat­iva. Con apenas 80 aves en la zona, corren el riesgo de sufrir endogamia.

 ??  ?? Con un volumen de 15 millones de metros cúbicos, el Sótano del Barro (arriba) ofrece al guacamayo militar mexicano un espacio de nidificaci­ón en las paredes casi verticales que rodean esta inmensa sima. Con financiaci­ón de National Geographic Society, un equipo de investigad­ores (derecha) se dispone a explorar el lugar.
Con un volumen de 15 millones de metros cúbicos, el Sótano del Barro (arriba) ofrece al guacamayo militar mexicano un espacio de nidificaci­ón en las paredes casi verticales que rodean esta inmensa sima. Con financiaci­ón de National Geographic Society, un equipo de investigad­ores (derecha) se dispone a explorar el lugar.
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El equipo obtuvo permiso del Gobierno mexicano para explorar este lugar protegido. El espeleólog­o Edmundo Cortés Zorrilla (en primer término) dirige el descenso vertical de 455 metros hasta las profundida­des de la sima.
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Para analizar el ADN de los guacamayos y poder determinar su ascendenci­a, los expedicion­arios recogieron plumas del fondo de la sima y de sus inmediacio­nes. Para ello, los espeleólog­os buscan el punto más sencillo para colocar los anclajes.
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