Nuestras Fallas
La redacción de este periódico me sugiere que escriba un artículo relacionado con las Fallas. Me parece la mar de pertinente por dos motivos, primero porque ésta es una edición especial dedicada a la Fallas y segundo, porque recientemente las han declarado Patrimonio de la Humanidad. Pero escribir un artículo sobre las Fallas es todo un reto si se pretende escribir algo que no se haya dicho antes, algo que no conozcamos ya sobradamente. Ardua tarea y difícil dilema entre repetir lo que todo el mundo sabe o decir algo original, si es que hoy en día queda algo original por decir.
Con la brevedad de este artículo solo voy a decir que las Fallas, como todas las fiestas populares, tienen sus defensores y sus detractores, de hecho, la Unesco, antes de concederles el reconocimiento como Patrimonio de la Humanidad, ha tenido que sopesar algunos aspectos negativos como el rechazo del colectivo antitaurino (el festival taurino que se celebra en Fallas está considerado parte de la fiesta) y las protestas de diferentes entidades vecinales. Y es que todas las fiestas populares provocan problemas y quejas entre los ciudadanos por el simple motivo de que se celebran en la calle (este año se espera que lleguen más de un millón y medio de visitantes): los decibelios se disparan, las basuras que se generan en la vía pública y los destrozos en mobiliario y en jardinería representan un importante gasto para las arcas municipales, los problemas de tráfico y de movilidad son insoportables y las personas que tienen que trabajar o que tienen que descansar, lo tienen harto complicado. ¿Qué ocurre en estos casos? que las opi- niones se dividen y, aunque todos, de mejor o peor grado, aceptamos y disfrutamos estas fiestas tal como son, hemos de reconocer que cada año los inconvenientes se multiplican, y cada año son más los valencianos que salen de Valencia buscando la tranquilidad y el sosiego que en sus casas les es arrebatado. Nadie pensaba hace treinta o cuarenta años en irse de Valencia durante las Fallas. ¿A qué se debe ahora ese fenómeno? ¿Nos hemos cansado y preferimos otras cosas? ¿Nos ha cambiado el gusto? ¿No nos importan tanto las tradiciones? ¿Y qué se puede hacer para evitarlo? Creo que no podemos hacer nada. La fiesta seguirá como hasta ahora, con sus cosas positivas y negativas todas por el mismo precio. Y sí, muchos ciudadanos seguirán saliendo de Valencia en estas fechas para no tener que soportar todo eso que hemos dicho, y a su regreso, como si hubieran disfrutado de un largo sueño, encontrarán la ciudad completamente limpia y ordenada, con todas las cosas en su sitio como si nada hubiera pasado.
Ojalá ese título conseguido de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, sirva para corregir todo lo negativo y encauzar la fiesta para que se mantenga tal como ha de ser. Lo que no se va a conseguir es retener a ese éxodo de cientos de valencianos huyendo de la vorágine festera. Ellos solamente verán a su regreso, el triste espectáculo de las banderitas de plástico colgadas de balcón a balcón que, como testigos mudos, permanecerán en su lugar hasta que la lluvia, el viento y el sol las vaya desgarrando.