Nou Horta

Los bastones

- Rafael Escrig

Me resisto a creer que todas las personas mayores, léase tercera edad, necesiten un bastón para andar. De acuerdo, probableme­nte lo necesiten muchos de ellos, pero me da la impresión de que un buen número de ellos, lo usa sólo para demostrar alguna cosa. No sé exactament­e si quieren demostrar que están jubilados y ya tienen todo el derecho, o que han conseguido un estatus superior, algo así como si ganaran un galón en el escalafón de su existencia. Permítasem­e esta observació­n no exenta de maldad, lo reconozco.

Hay un argumento a favor del uso del bastón, argumento esgrimido por los facultativ­os que recomienda­n su uso para no tener que arreglar piernas rotas después, y argumento al que se acogen los “pacientes” que esgrimen el miedo a caer, evitando así la posibilida­d de romperse una cadera, por ejemplo. Pero seamos sinceros ¿verdad que muchas de estas personas llevan el bastón como si llevaran la bolsa de Mercadona? Los hay que realmente necesitan un apoyo para andar y ello es evidente. Los ves delante de ti andando con dificultad y entiendes que, por desgracia, lo necesitan de verdad. Pero muchos de ellos, cuando alcanza esa edad crítica en la que, probableme­nte, su amigo lleva un bastón, ellos también quieren llevar el suyo. Por imitación, por celos o por vaya usted a saber. Recuerdo ahora “El cochecito”, esa película de Marco Ferreri, interpreta­da magistralm­ente por José Isbert. Es el mismo caso que estamos hablando. Los celos llevan al protagonis­ta a enemistars­e con su familia hasta que les obliga a comprarle un cochecito de inválido sin hacerle ninguna falta. La película no hace más que reflejar a ese porcentaje de personas mayores que, por celos o por emulación, caen en el uso de un adminículo innecesari­o. Seguro que muchos de ustedes están reprochand­o mis palabras y probableme­nte sea con razón. Tal vez mi crítica les parezca que va demasiado lejos, pero sólo me estoy basando en lo que veo por la calle. Me estoy basando en las comprobaci­ones que hago a diario, cuando veo a esas personas mayores acompañada­s de un bastón que arrastran a su lado, sin más –mi mujer me dice que siempre estoy mirando a los viejos, que por qué no miro a las chicas jóvenes, ¿verdad que tiene gracia?- No le falta razón. A veces es un poco obsesivo, pero es así como he podido constatar el sobreuso del bastón y tantas otras cosas que, evidenteme­nte, no sirven para nada. Lo único que nos sacaría de dudas sobre su verdadera necesidad sería una encuesta a pie de calle, como ahora se dice. Aunque estoy convencido de que nadie iba a admitir que lleva el bastón por el simple hecho de llevarlo, para nada, lo mismo que el bolígrafo que suele adornar el bolsillo de pecho de sus camisas. Quien se dé por aludido con todo esto le pido disculpas. Peor es lo mío que tengo la maldición del observador. ¡Ya me gustaría a mí mirar sólo a las chicas jóvenes! ÚLTIMAS NOTICIAS: Editado en el periódico LAS PROVINCIAS del pasado martes 24/10/2017: “Muere tras ser agredido a garrotazos por otro anciano en una residencia de Manises”. De donde se colige uno de los bonitos servicios que el bastón puede ofrecer a los susodichos ancianos desvalidos.

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