Fallas 2018
No seré yo quien de la nota poniéndome en contra de las Fallas. No quiero aguar la fiesta a nadie ni crearme enemigos gratuitamente. La fiesta de las Fallas merecen todos mis respetos, aunque sólo sea por ser mucho más viejas que yo, algo ya de por sí muy respetable. No obstante, no descubro nada nuevo si digo que hace ya tiempo le han salido muchos detractores, así como buenos ciudadanos que, sin estar en contra, aprovechan para irse de Valencia esos días, por aquello de no tener que soportar un par de semanas de incomodidades varias y de ruidos in crescendo. Por mi parte, he de decir que he pasado todos los grados como entusiasta admirador, desde ponerme en la primera línea de la mascletá y disfrutar como el primero de la ofrena, hasta irme a pasar unos días fuera por los mismos motivos que he dicho antes, aunque supongo que no tener ya veinte años también tiene mucho que ver. Pero es precisamente por no tener esos veinte años, por lo que te das cuenta de cosas que antes no veías. Por otra parte, te haces más crítico y más puntilloso, quisieras que todo fuera perfecto, sin embargo, ves todos los aspectos negativos que antes no veías, y ves que la política se va adueñando de las fiestas de manera lenta pero innegable. Las Fallas, nacieron de un impulso popular, eran totalmente proletarias, en el mejor sentido de la palabra, pero como en tantas cosas, lo que produce rentabilidad, se convierte en objeto de deseo, sobre todo para los políticos que ven una oportunidad de oro para sus intereses, aunque sólo sea como escaparate de su imagen. Se me podrá alegar que son los políticos precisamente los que están en el punto de mira de la crítica en todas las Fallas, como siempre ha sido. Sí, es cierto, pero esa crítica es, al mismo tiempo, publicidad y el mismo criticado, si es buen político, sabrá reírse de su propia imagen y eso también se rentabiliza.
Es cierto que la importancia que han alcanzado estas fiestas, hacen necesarias las subvenciones. También es cierto que sin esos apoyos institucionales, no se hubiera conseguido que se declarasen Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, algo que debe honrarnos a todos. Lo que no se puede consentir es que esas ayudas se conviertan en una patente de corso para influir políticamente y para restar a la fiesta sus valores fundamentales de libertad y naturalidad, alejados de toda tendencia y dictamen político. Para muestra los titulares de la prensa diciendo cosas como: “Fallas en femenino” o “Una Crida inclusiva” o como lo que dijo la fallera mayor en su discurso de la Cridà, “reivindicando a la mujer en las fiestas y haciendo una llamada a los valores solidarios”. ¿Es que la fiesta va de hacer discursos político-reivindicativos y de quedar bien con todos? Si esto no es politización y manipulación de unos actos populares, díganme lo que es.