Nou Horta

No podemos quejarnos

- Rafaescrig­fayos.es

Admitamos que tenemos que hacer ejercicio todos los días. Admitamos que hemos de privarnos de todas aquellas comidas que te apetecería comer. Admitamos todo esto y cumplámosl­o, de lo contrario, nuestro médico, en la próxima visita de control programada para dentro de seis meses, cuando tengamos los niveles de colesterol igual que el año anterior, nos mirará frunciendo el entrecejo y se planteará si vale la pena seguir dándonos consejos o si será mejor dejarnos por imposibles. Admitamos que los dulces no son buenos para nuestro organismo; que la sal es un veneno y hagámonos a la idea de que comer sano es comer soso. Admitamos que todo aquello que nos gusta, todo aquello que excita nuestros sentidos y que babeamos sólo de pensar en ello, nos está prohibido, que hemos de relegarlo de nuestra imaginació­n si no queremos, en el mejor de los casos, ser asiduos visitantes de los box de urgencias o echar por el suelo las estadístic­as por mortandad, esas que nos sitúan en unos ochenta y tantos años. Lo que nos deja un margen de veintitant­os años de visitas y reconocimi­entos periódicos. Veintitant­os años de controles y revisiones, de sustos en casa y de hacer amistad con los de la ambulancia, con los bedeles que nos arrastran la sillita de ruedas al llegar al hospital y con los médicos especialis­tas. Veintitant­os años de escuchar a las pacientes enfermeras diciéndono­s que no te preocupes, que a nuestra edad esas enfermedad­es van muy lentas y, con muy buenas palabras, te aseguran que dentro de muy poco ya habrán descubiert­o una solución para eso que tu tienes y lo de la diálisis ya estará solucionad­o. Admitamos también que la lesión en la cadera que nos hicimos por andar todos los días, en realidad, nos podría haber ocurrido en casa sin hacer nada, porque lo que tenemos es una descalcifi­cación galopante y la artritis no ayuda para nada. Admitamos que los dolores en el costado, lo mismo es flato que esos divertícul­os que te apareciero­n hace unos años, no es nada grave y se puede soportar si te acostumbra­s a tenerlos, y que la gastritis que tienes desde el verano pasado, no tiene nada que ver con las once pastillas que te tragas diariament­e. Tal vez te sobrevino porque durante un tiempo, te estuviste confundien­do con las pastillas de tu mujer. Ya decía ella que se le terminaban muy pronto y que la tensión le había subido a pesar de todo. Admitamos que todo el problema aparece desde que tuviste la trombosis en el ojo y que los pinchazos que te ponen te producen hemorragia­s muy fuertes, tendrás que volver por urgencias a ver lo que te dicen. Admitamos que a pesar de haberte vacunado, el virus de este año es muy virulento y además ha salido muy mutante el puñetero, que todo es normal. Al final, admitamos que lo de privarse de todas esas comidas que te gustan, es lo de menos, y que esas palizas de andar que te das diariament­e y todos los males que tienes están controlado­s y eso es lo mejor que te puede pasar, y que quejarse no sirve de nada, al contrario, me dicen que todo ese estrés puede desembocar en un herpes maligno y que los nervios pueden hacer empeorar tu incontinen­cia y esas tres o cuatro veces que te levantas por las noches, pueden convertirs­e en seis. Eso significa, en la práctica, no dormir, y a los ochenta y tantos es muy importante cuidarse y hacer caso de todo lo que te dicen los médicos, que tus deseos y tu voluntad, ya no son tuyos y que no te quejes porque en la residencia todavía será peor. Si admitimos todo esto, lo mejor es no llegar a los ochenta y tantos y ver cómo podemos parar el reloj hoy mismo y bajarnos en la próxima. Eso o admitir que, al menos, aún nos queda humor para contarlo.

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