No podemos quejarnos
Admitamos que tenemos que hacer ejercicio todos los días. Admitamos que hemos de privarnos de todas aquellas comidas que te apetecería comer. Admitamos todo esto y cumplámoslo, de lo contrario, nuestro médico, en la próxima visita de control programada para dentro de seis meses, cuando tengamos los niveles de colesterol igual que el año anterior, nos mirará frunciendo el entrecejo y se planteará si vale la pena seguir dándonos consejos o si será mejor dejarnos por imposibles. Admitamos que los dulces no son buenos para nuestro organismo; que la sal es un veneno y hagámonos a la idea de que comer sano es comer soso. Admitamos que todo aquello que nos gusta, todo aquello que excita nuestros sentidos y que babeamos sólo de pensar en ello, nos está prohibido, que hemos de relegarlo de nuestra imaginación si no queremos, en el mejor de los casos, ser asiduos visitantes de los box de urgencias o echar por el suelo las estadísticas por mortandad, esas que nos sitúan en unos ochenta y tantos años. Lo que nos deja un margen de veintitantos años de visitas y reconocimientos periódicos. Veintitantos años de controles y revisiones, de sustos en casa y de hacer amistad con los de la ambulancia, con los bedeles que nos arrastran la sillita de ruedas al llegar al hospital y con los médicos especialistas. Veintitantos años de escuchar a las pacientes enfermeras diciéndonos que no te preocupes, que a nuestra edad esas enfermedades van muy lentas y, con muy buenas palabras, te aseguran que dentro de muy poco ya habrán descubierto una solución para eso que tu tienes y lo de la diálisis ya estará solucionado. Admitamos también que la lesión en la cadera que nos hicimos por andar todos los días, en realidad, nos podría haber ocurrido en casa sin hacer nada, porque lo que tenemos es una descalcificación galopante y la artritis no ayuda para nada. Admitamos que los dolores en el costado, lo mismo es flato que esos divertículos que te aparecieron hace unos años, no es nada grave y se puede soportar si te acostumbras a tenerlos, y que la gastritis que tienes desde el verano pasado, no tiene nada que ver con las once pastillas que te tragas diariamente. Tal vez te sobrevino porque durante un tiempo, te estuviste confundiendo con las pastillas de tu mujer. Ya decía ella que se le terminaban muy pronto y que la tensión le había subido a pesar de todo. Admitamos que todo el problema aparece desde que tuviste la trombosis en el ojo y que los pinchazos que te ponen te producen hemorragias muy fuertes, tendrás que volver por urgencias a ver lo que te dicen. Admitamos que a pesar de haberte vacunado, el virus de este año es muy virulento y además ha salido muy mutante el puñetero, que todo es normal. Al final, admitamos que lo de privarse de todas esas comidas que te gustan, es lo de menos, y que esas palizas de andar que te das diariamente y todos los males que tienes están controlados y eso es lo mejor que te puede pasar, y que quejarse no sirve de nada, al contrario, me dicen que todo ese estrés puede desembocar en un herpes maligno y que los nervios pueden hacer empeorar tu incontinencia y esas tres o cuatro veces que te levantas por las noches, pueden convertirse en seis. Eso significa, en la práctica, no dormir, y a los ochenta y tantos es muy importante cuidarse y hacer caso de todo lo que te dicen los médicos, que tus deseos y tu voluntad, ya no son tuyos y que no te quejes porque en la residencia todavía será peor. Si admitimos todo esto, lo mejor es no llegar a los ochenta y tantos y ver cómo podemos parar el reloj hoy mismo y bajarnos en la próxima. Eso o admitir que, al menos, aún nos queda humor para contarlo.