AMOR (INMENSO) POR LA TIERRA
Sostenibilidad y conexión con el entorno definen los espacios in & out de esta finca mallorquina, donde tradición y arte actual van de la mano.
A los pies de la sierra de Tramuntana, esta finca mallorquina es ejemplo de sostenibilidad e integración en el entorno. El proyecto refleja el hondo afecto de sus propietarios por la naturaleza de la isla y por su extraordinario acervo cultural.
Infinitos matices pintan el campo de Son Brusque con la apoteosis cromática del atardecer (l’hora baixa). Tan poderoso reclamo atrapó la voluntad de los propietarios de esta finca –con seguridad, una antigua alquería árabe–, que la encontraron en estado de total abandono. Decidieron convertirla en una possessió desde el más absoluto respeto a la tradición constructiva mallorquina. El alma mater del proyecto de rehabilitación y ajardinamiento, Luis Sánchez-Merlo Ruiz, contó para la ejecución de sus distintas fases con los arquitectos Emili Sagristà, José García-Ruiz y Antoni Gomila, y con los paisajistas Gabriel Homar, Joan y Pep Seguí, y Jorge Veliz.
La vivienda mantiene la estructura típica de la isla: la clastra –patio inicial, abierto y empedrado–, ventanas rectangulares con contraventanas encuadradas por sillares de arenisca y alféizares en piedra caliza, puertas de madera de norte viejo, porches, cubiertas con teja árabe... En el interior también se han reproducido elementos arquitectónicos autóctonos. Sin embargo, la distribución es moderna, de estancias grandes y luminosas, y con un mix de muebles actuales y otros de anticuarios y mercadillos. Destaca el gusto por el arte contemporáneo, con una interesante colección de pintura.
El “jardín agrícola” es tan importante como la propia casa. Se hizo una inmensa plantación de olivos, frutales y almendros, y se ha cuidado al máximo la creación de un diseño armonioso. Paseos de glicinias, cenadores con naranjos, patios de almeces, campos de lavanda... un verdadero oasis en el centro de la isla.