Nuevo Estilo

El concurso de mesas de Navidad. Beatriz Satrústegu­i narra sus vivencias como jurado.

O cómo algunas personas se enzarzan en batallas furibundas ante el fallo del jurado.

- Por BEATRIZ SATRÚSTEGU­I Beatriz Satrústegu­i es la impulsora de la tienda online Société de la Table, especializ­ada en menaje y decoración de mesas. www.societedel­atable.com

En el colegio de mi sobrino convocan anualmente un concurso de figuritas de plastilina para el Belén navideño que elaboran todos menos los propios niños. Durante un lustro, mi adorado sobrino ha invertido esfuerzo y horas en la creación de pastorcill­os varios, que ya el último año tenían cordones en las abarcas, botones en la camisa y hasta una brizna de paja en la boca. Inútil todo. En su clase hay un niño hijo de un ingeniero que se toma muy a pecho los concursos y que producía charcas con agua de verdad donde los patos de plastilina graznaban, árboles con hojas que se movían al viento y un portal de Belén casi ya con videoporte­ro y placas fotosolare­s para el jacuzzi.

Ser competitiv­o es bueno. Ser competitiv­o es lo que te saca del garaje de Silicon Valley y te coloca en la lista Forbes, pero todo tiene un límite. Mi amiga Mana, dueña de una de las mejores tiendas de loza de Madrid, convoca por estas fechas un concurso de decoración de mesas de Navidad vía Instagram. El premio es una vajilla de loza, pero cualquiera diría que es el cuponazo de la ONCE aderezado con un palacio en la Toscana, una beca para tu niño en Harvard y una cena à deux con Andrés Velencoso.

El "arte de la mesa" (expresión cursi donde las haya) está de moda. Y levanta pasiones. En la última edición navideña, las fotos sometidas a la considerac­ión del jurado fueron más de mil y los concursant­es procedían de cuatro continente­s distintos. Es un concurso divertido que busca animar el mundo de la mesa, fomentar la imaginació­n y el esmero, y pasar un rato agradable. Sin más. Pero hete aquí que, en comparació­n con el concurso de Mana, las elecciones presidenci­ales americanas son un retiro budista. Por la virulencia de los comentario­s y la ferocidad de las críticas recibidas parece que se estuviera fallando el premio Planeta.

He sido miembro del jurado del concurso desde sus inicios hace ya cuatro años, pero en su última convocator­ia veraniega dimití. Lo confieso. Me di mus y, cual rata cobarde que soy, abandoné a mis colegas de veredicto a las fauces de los leones. El concurso levanta pasiones. En concreto, bajas pasiones. En anteriores ediciones me han tachado de choriza, homófoba, corrupta, tramposa, cegata y cursi –conste que de los dos últimos cargos me declaro culpable–. Recibí quejas, comentario­s amenazante­s, furibundos y lacrimógen­os, y fui advertida, por una amiga querida, de que debía abandonar el jurado porque «estás poniendo en peligro tu buen nombre» –me alegró saber que lo tengo–. Otro miembro recibió un SMS que decía: «Anda la que habéis liado con las mesitas. Os van a dar el Nobel de la Paz».

Este año, Mana vuelve a celebrar el concurso, el sufrido jurado os anima a que participéi­s, los concursant­es planchan los manteles y yo, como las misses, desde aquí hago un sentido llamamient­o a la paz mundial.

El premio es una vajilla de loza, pero cualquiera diría que es el cuponazo de la ONCE

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