Verde, que te quiero
Cactus altos, variedades de hojas largas y esbeltas, incluso árboles... Hoy no hay interiorismo interesante que deje de recurrir a las plantas. Me acuerdo de cuánto estaban infravaloradas hace dos décadas; yo llegué a oír que eran” la decoración de los pobres” (uyyy, qué incorrecto suena leer esto), quizás porque no se sabía mucho entonces sobre cómo estas deben participar en la estética de un espacio. Pues bien, han vuelto al podio y es nuestro deber promulgar que no todo vale, cada época decorativa ha tenido sus favoritas y sus porqués. Fue a finales del siglo XIX cuando Inglaterra –siempre pionera en la decoración de las casas–, influida por el clima tropical de las colonias, incorporó las kentias y palmáceas a sus salones, reafirmando los ambientes exóticos. Otro ejemplo, la monstera: los años 50 la adoptaron como compañera del mueble de diseño norteuropeo, y el auge actual de este estilo mid-century la incluye en el paquete. Por no hablar del poto, ¡ahí va, el poto!, no conozco una planta más denostada. Es cierto que no faltaba en los pisos hippies de los sesenta, chicos y chicas melenudos llevando esta variedad a su experiencia libre. ¿Era porque se expandía rápido, vivía con poco y se compartía con un simple esqueje? Si lo analizas, encuentras también su sentido en ese momento social. ¿Y ahora? Ahora estamos ante dos tendencias: por un lado, la planta grande –arbórea o cactus, como mencionaba–, única, escultural y protagonista, y por otro, las agrupaciones de crasas de tamaño pequeño o medio, que apenas demandan riego y juntas se ayudan a crecer. ¿Será cuestión de una nueva mirada a la naturaleza?, ¿de los límites de espacio? Saquemos conclusiones.