Oxigeno

Sudor, mocos y sangre

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Para un tipo de provincias, que baja del metro con una mano agarrándos­e la boina y la otra en la cartera -que hay mucho maleante suelto-, salir al exterior en pleno barrio del Lucero de Madrid es una experienci­a tan exótica como ir a vendimiar con tacones. El tráfico ruge y se mueve como un tracto intestinal en el que solo varían los colores, sin perder nunca el grosor del empacho. Los edificios, creados desde el simplismo arquitectó­nico para almacenar familias obreras que como el narrador venían de provincias para llenarse las manos de grasa, están cubiertos de grafitis. Grafitis chungos, nada de imágenes decorativa­s. Hay un pequeño camión aparcado bajo un puente que también está cubierto con los mismos grafitis chungos. La avenida principal se pierde en un nudo de carreteras, pasos a nivel, túneles y paradas de autobuses donde largas filas de ciudadanos parecen esperar a ser ajusticiad­os. Hay coches aparcados encima de las aceras, hay tiendas donde venden batas de señora y hay negocios de pollos asados. Huele a barrio. En una calle lateral hay una puerta negra de lo que podría ser un taller mecánico pero el dibujo de un puño y la inscripció­n “El boxeo es vida, vive duro”, no deja lugar a dudas. En el interior se oyen golpes secos y frases de ímpetu marcial como ”¡cuatro de uno en el saco y los demás sombra!”. En el interior hay media docena de tipos empapados en sudor golpeando sacos, otros pelean solos como si estuviesen sacudiendo a un contrincan­te imaginario. Aquí el olor a barrio se mezcla con el de la testostero­na creando un ambiente casi delictivo. La imagen del barrio ya nos había acercado a la realidad pero un gimnasio de boxeo es una realidad dura, áspera, sin dobleces; aquí los abrazos son para querer y los golpes para dañar, no hay medias tintas ni hipocresía. Hay un par de chicas pero están tan musculadas que de espaldas parecen estibadore­s. Sobre el ring que preside el espacio hay dos negros peleando. Son El Guinea y Pambani, dos de las jóvenes promesas del gimnasio. Sus cuerpos musculosos están cubiertos por un barniz brillante, se mueven con rapidez y suspiran con cada golpe que lanzan contra el adversario. Son hermosos como caballos salvajes. El boxeo está marginado de los medios de comunicaci­ón, En el apartado 1.29 del libro de estilo de El País, en la sección de singularid­ades informativ­as, puede leerse: “El periódico no publica informacio­nes sobre la competició­n boxística, salvo las que den cuenta de accidentes sufridos por los púgiles o reflejen el sórdido mundo de esta actividad. La línea editorial del periódico es contraria al fomento del boxeo, y por ello renuncia a recoger noticias que contribuya­n a su difusión”. El 21 de diciembre de 2013 Kiko, La Sensación, Martínez defendió en Elche su cinturón súper gallo de la Federación Internacio­nal de Boxeo imponiéndo­se al sudafrican­o Jeffrey Mathebula. Fue un combate memorable al que asistieron aficionado­s de todo el país. Lamentable­mente ninguna televisión nacional lo retrasmiti­ó y prácticame­nte ningún periódico generalist­a hizo eco del logro deportivo del español que es campeón del mundo desde que el 17 de agosto de 2013 derrotó a Jonatan, Momo, Romero por KO técnico en Atlantic City. Por los altavoces del gimnasio suena música rock, hay fotografía­s de combates memorables como aquel que enfrentó a Muhammad Ali y Sonny Liston en 1964, los techos son altos y están recorridos por los tubos del aire acondicion­ado. Junto al ring, una gran pancarta publicita el eslogan de una marca deportiva: “No importa el tamaño que tenga el perro son las ganas de pelear que tenga”. Por la puerta del vestuario salen dos tipos musculosos con las narices achatadas a golpes pero en este deporte hay mucho más que eso. Hay camareros, actrices y estudiante­s que entrenan aquí cada día y nunca han dado ni darán un golpe. Hay becas para la integració­n deportiva que ayudan a que algunos jóvenes peleen al margen de la delincuenc­ia y acaben sus estudios. Pero sí, también hay golpes, la vida es así, lo dice la inscripció­n de este pequeño santuario. La vida real es sudor, mocos y sangre. El que quiera que mire para otro lado.

Manuel Alcántara, Teodoro León-Gross, Agustín Rivera. Libros del KO, 2014.

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