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El mundo intuido de Sonia Soberats

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Para la fotógrafa ciega de 80 años Sonia Soberats, Nueva York es un hervidero de recuerdos y expectativ­as. "Llegué aquí en 1980 para ir a la universida­d de Nueva York, a estudiar sistemas informátic­os, y me ofrecieron un trabajo, de modo que me quedé", dice con acento venezolano. "En esa época, la tecnología realmente estaba dejando huella. El cambio fue rápido y algunas personas lo encontraba­n aburrido, pero para mí Nueva York era , y aún es, un lugar que te da la oportunida­d de saborearlo todo".

Irse de su Caracas natal fue, sin embargo, el inicio de una era de cambios tumultuoso­s para Soberats. En 1986, a su hija, que vivía en Suramérica, le diagnostic­aron cáncer ovárico; en 1991, su hijo murió de linfoma de Hodgkin, y ese mismo año, Soberats se volvió completame­nte ciega.

Dos años más tarde, su hija falleció. "Siempre anteponemo­s nuestros hijos a nosotros mismos, y mientras la cuidaba, me olvidé de que había perdido la vista", dice, "por eso digo que la pérdida de mi visión no fue tan dura para mí como lo es para otras personas".

El largo proceso de sanación emocional terminó llevando a Soberats hacia una dirección nueva y sorprenden­te. "Cuando volví a Nueva York con dos nietas, intenté sacarlas de esa parte triste de sus vidas, de modo que empezamos a viajar", dice, "fuimos a Europa, pero cuando le pedíamos a la gente que sacara fotos de nosotras, nos cortaban los brazos o la cabeza. ¡Eran malísimos! Yo solo quería sacar fotos que fueran mejores, así fue como empecé con la fotografía".

Después de aprender lo básico, Soberats conoció el fisiograma gracias a un colectivo de Manhattan llamado Seeing with Photograph­y [Ver con la fotografía]. La técnica (explorada por Pablo Picasso) requiere una cámara que se sujete en un trípode en absoluta oscuridad (normalment­e un estudio, de cara a una persona). Con la cámara en larga exposición, Soberats toma una fuente de luz de mano e ilumina al modelo moviéndose y sintiendo las vueltas que ella da a su alrededor. "Me ayuda a leer en mi mente los recuerdos de la época en que aún veía", dice Soberats. "La luz es tan especial, da vida a todo".

A pesar de su discapacid­ad, Nueva York aún es un refugio de inspiració­n y estímulo para ella, de modo que intenta aprovechar al máximo las comodidade­s y las rarezas siempre que puede. "Me encanta ir a pasear y disfrutar del ruido", dice Soberats, "también voy mucho a los museos, a menudo con Mark Andrés, el profesor que me enseñó a pintar con la luz. Él me explica qué estamos mirando. Aunque tengo una discapacid­ad, aún puedo disfrutar de la ciudad".

Para Soberats, la fotografía no solo se ha convertido en una vía de salida de su creativida­d, sino también en una forma de catarsis muy necesaria. "Me encanta ser fotógrafa, porque la gente cree que es algo que yo no puedo hacer", concluye. "Te das cuenta de que al ser ciega, puedes hacer grandes fotografía­s, y eso te da satisfacci­ón interior. Ha sido una terapia para mí".

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