PORT Magazine España

Paranoia entre Lanzarote y Martinica

-

Este director de arte, creador de su propio estudio y ganador de 125 premios de diseño, es un nómada contumaz que surca los mares con su propio barco, el Thor. Ruiz ha querido compartir con nosotros unas jornadas de fértil locura que vivió en plena travesía solitaria por el Atlántico.

del viento y la intensidad con la que sopla. Los grabo, comparo las grabacione­s una y otra vez intentando sacar alguna conclusión, descubrir qué está fallando. Al tercer día, después de una noche de fuerte viento, los ruidos han cesado por completo.

Cruzo los dedos. Creo que el palo está ahora correctame­nte asentado. Parece que, después de los cambios realizados en Lanzarote, aún necesitaba recolocars­e y con la castaña de esta noche por fin lo ha hecho.

Sin embargo, los siguientes días sigo aprensivo y estoy muy atento a cualquier ruido anormal. El palo no ha vuelto a quejarse, pero hay un ruidito que me quita el sueño. Parece que viene del piloto automático, pero no consigo corroborar­lo. Lo examino una y otra vez, lo conecto, lo desconecto. No puedo asegurar que el ruido proceda de aquí, pero me saca de quicio. ¿Y si es la pala del timón? Mal rollo. También me llama la atención un segundo ruido, como un pequeño crujido que puedo asegurar que antes no se producía. Lo oigo de vez en cuando y no coincide con ninguno de los ruidos 'familiares' que tengo registrado­s y que todo buen capitán conoce de su barco. No consigo averiguar de dónde proviene exactament­e, pero es obvio que hay algo que cruje. A medida que pasan las horas voy descubrien­do nuevos ruidos. Incluso los que antes considerab­a normales empiezan a parecerme sospechoso­s. Me obsesiono. No puedo dormir. Los ruidos me tienen atrapado, no puedo dejar de escucharlo­s ni pensar en otra cosa. No dejo de revolverlo todo buscando el origen de cada uno de ellos. Por un momento, pienso que el barco se está desintegra­ndo. La situación empieza a ser insoportab­le. Dos días de pesadilla más tarde, cuando empiezo a estar al límite, un instante de lucidez mental hace que me descubra a mí mismo en una situación que me hará ser consciente de que estoy paranoico.

Estoy en el interior del barco, de rodillas, con la oreja pegada a uno de los mamparos de madera, intentando saber de dónde procederá un leve chirrido que se acaba de añadir a la banda sonora. Por fin, me doy cuenta de que esto no tiene ningún sentido. Tengo que hacer algo. Cobro conciencia de que lo que me ocurre es que, al no poder dormir, mi cerebro está embotado, he entrado en modo zombie y este delirio va a más. Necesito descansar como sea, pero no puedo. Esto va en detrimento de mi propia seguridad. Acabaré desquiciad­o. O tirándome por la borda, como un imbécil.

Se me ocurre poner música a todo trapo para que ahogue cualquier otro tipo de sonido.

Conecto el iPhone. Selecciono mi lista de música disco de los 70 y 80, enchufo dos altavoces, meto el volumen a tope y le doy al play en bucle. Subidón. Trato de dormir. Increíble, con los decibelios a tope, ¡me duermo en el acto!

A partir de este momento y durante el resto de la travesía, vivo simultánea­mente en dos escenarios radicalmen­te distintos. En el exterior, el viento aúlla, las olas rugen. En el interior, Bee Gees, Gloria Gaynor y Suzi Quatro suenan a todo volumen a un ritmo frenético. Por la noche, la luz roja que ilumina el interior y que sirve para no deslumbrar­me hace que esto parezca una especie de puticlub demencial.

Yo estoy eufórico; me he quitado la aprensión de encima. He recuperado mi cerebro y no tengo intención de bajar el volumen de la música. Me siento bien, me siento libre. Rozo la felicidad con la punta de los dedos. Puto friki.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain