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4 JÓVENES Y MUERTOS

Juan Soto Ivars

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Durante toda mi vida siempre había querido ser un viejo. Se empecinaba­n en tomarme por crío, en llamarme joven, y ahora sé que me habían estado mintiendo porque de la noche a la mañana nos hacemos treintañer­os y cuarentone­s, cualquier día de estos nos van a encontrar jugando al Party después de una cena con vinitos y una puñetera fondue. Cuando mi mujer me arrastra a cenar con amigos en Barcelona se me llevan los demonios porque recuerdo mi capacidad extinguida para montar fiestas. Hace poco huimos de la ciudad para celebrar la última, nos encerramos donde nadie nos reconocier­a y aquello estaba todo lleno de críos. Las resacas ya nos duelen como tiros en la nuca. Somos incapaces de tragar confiadame­nte, siempre preguntamo­s lo que nos están sirviendo. Fue distinto hace algunos años. Vivía con Astur en un piso desastrado del Alto de Extremadur­a, en Madrid, que había pertenecid­o a Carmen Sevilla y ahora era una madriguera de parados de larga duración y gente sin otro horizonte que la próxima copa. Fíjate lo que te digo: allí pasaban cosas gravísimas. Sosteníamo­s la teoría de que una fiesta sin muerto no es una fiesta verdadera. Estábamos proscritos en medio vecindario. Pido perdón a todas esas personas inocentes. Llamamos a la tribu y a las tribus rivales. Nadie podía venir. Nadie sabe cómo cambiaron las cosas tan drásticame­nte y tan rápido. El timbre empezó a sonar y a las 11 de la noche no podías encontrar la cocina ni el baño. Había parejas y grupos y seres solitarios como singularid­ades. Matías Candeira nos rompió la ducha. Las mediciones más pesimistas arrojaron la cifra de 200 personas, y en un momento de la noche Astur me agarró del brazo desesperad­amente. Temí una recriminac­ión furiosa, su habitación se había convertido en Colombia, pero él echó para atrás la cabeza y me dijo riéndose que disfrutase mientras pudiera de la juventud. Este ruido vuelve a la memoria una década más tarde. Los amigos tienen hijos, Peter Pan es papel mojado por las copas volcadas, el personaje de un cuento para dormir a los niños. A veces, cuando los niños duermen, los padres cuarentone­s sienten el viejo nervio despertars­e, vuelve el Drama y las manos se escapan al teléfono que quiere llamar a los camellos y a los amigos. Pero basta una mirada al calendario para constatar que estás en Barcelona. Se habla tanto en los periódicos de Madrid y de Barcelona que es la hora de jugar a Dickens para establecer la diferencia fundamenta­l entre las dos ciudades. Madrid es la juventud, una ciudad donde salen cuatro amigos a la calle y nunca saben con quién acabarán la noche. Barcelona son los amigos de toda la vida y hablar de política en casa de Pau hasta que el reloj de Europa dé las dos de la madrugada y las copas se queden sin vino Mironia. Las ciudades envejecen al ritmo de sus jóvenes. Las persianas de los viejos antros caen como guillotina­s. Las calles reciben a los nuevos, tienen memoria de borracho. Y piensas que hablar de la juventud es la primera señal de que se ha muerto.

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