AVANCE EDITORIAL
Gueto. La invención de un lugar, la historia de una idea
El 29 de marzo de 1516, el consejo de la ciudad de Venecia emitió un decreto que obligaba a los judíos a vivir en il
Ghetto , un barrio cerrado llamado así por la fundición de cobre que una vez ocupó el área. El término perduró. En este original relato publicado por Capitán Swing, Mitchel Duneier, reputado sociólogo y etnógrafo, traza la idea del gueto, desde sus comienzos en el siglo XVI y su renacimiento de mano de los nazis hasta el presente. Para comprender los conflictos alrededor de la raza y la pobreza en Estados Unidos debemos recordar los guetos de Europa, así como los esfuerzos anteriores para comprender los problemas de la ciudad estadounidense.
Gueto es la historia de los intelectuales y activistas que trataron de lograr ese entendimiento contra la problemática racial y la pobreza a menudo supusieron la confrontación con los prejuicios de la época o la discriminación. Reproducimos un fragmento.
EL GUETO OLVIDADO
A pesar de la diversidad de sus temas, espero que todos los capítulos apunten hacia la misma dirección y subrayen un mensaje axial: todos son argumentos a favor de integrar las lecciones del Holocausto en la corriente principal de nuestra teoría de la modernidad y del proceso civilizador y sus efectos. Todos provienen de la convicción de que la experiencia del Holocausto contiene información crucial sobre la sociedad de la que formamos parte.
Zygmunt Bauman, Modernidad y Holocausto
En el verano de 2013, llevé a mis alumnos al nuevo museo POLIN de historia de los judíos polacos en Varsovia para asistir a un seminario sobre el gueto. El museo es una impresionante estructura de hormigón y vidrio, diseñada por el finlandés Rainer Mahlamäki. No es un museo del Holocausto, y aquí no reina una atmósfera de tristeza. Una luz magnífica atraviesa la mayoría de los espacios. Está situado frente al monumento en honor al levantamiento del gueto, el mismo que vio Du Bois cuando visitó la ciudad en 1949. Después de aquel viaje, escribió: «El resultado de mi visita al gueto de Varsovia no fue tanto una mejor comprensión del problema judío en el mundo como un entendimiento más real y completo del problema afroamericano».
De los más de tres millones de judíos que vivían en Polonia en 1939, solo sobrevivió el 10 por ciento, y la mayoría de los que permanecieron en el país después de la guerra emigraron en varias oleadas hasta los años sesenta. Cerca del 60 por ciento de los visitantes del museo son polacos, y muchos de ellos no han conocido a un judío en toda su vida. El museo permite a los polacos entrar en contacto con su propia historia y llenar un vacío en su conocimiento.
Como muchos judíos de mi generación en Estados Unidos, crecí con la idea de que el Holocausto se produjo en Polonia porque los polacos son antisemitas. El genocidio era la culminación lógica de su odio. Sin embargo, el museo cuestiona esas conjeturas situando el Holocausto dentro de la historia milenaria de los judíos polacos, una historia en la que la cultura judía prosperó en medio del antisemitismo. Contestando a cómo pudo ocurrir en Polonia, el museo transmite a sus visitantes la idea de que se produjo allí por complejos factores religiosos y económicos, pero también porque Polonia tenía la mayor población judía de Europa y no era un foco de atención mundial. Esto hacía más fácil que los nazis llevaran el genocidio a los judíos en lugar de llevar a los judíos al genocidio.
PROSPERIDAD, CONTROL Y EL GUETO CONTEMPORÁNEO
En una de las exposiciones, el artista húngaro Péter Forgács empleaba sábanas para proyectar vídeos caseros de judíos estadounidenses que volvieron antes de la Segunda Guerra Mundial a los pueblos y ciudades donde nacieron o crecieron. Con el acompañamiento de música de los Klezmatics, el metraje muestra la autonomía y la plenitud de su vida diaria, incluso para aquellos judíos que vivían acuciados por la crisis económica y el antisemitismo. La parte inferior del edificio tiene una réplica del tejado de una sinagoga y la cubierta pintada construidas prácticamente a escala real, recreadas exclusivamente con las técnicas de las que disponían los constructores en los siglos XVII y XVIII.
Día tras día, mis alumnos y yo vimos lo que significaba tratar a las comunidades judías anteriores al Holocausto como merecedoras de su memoria, una memoria independiente del Holocausto. Nos conmovió el respeto que mostraban las exposiciones ante cómo definía su vida la gente de esas comunidades sin saber lo que estaba a punto de ocurrir.
Lo más sorprendente para muchos de nosotros fue que la exposición a veces parecía presentar un relato edificante de la historia judía en Polonia. Uno de mis estudiantes preguntó a la comisaria jefe, la eminente antropóloga Barbara Kirshenblatt-Gimblett, si el museo pretendía ser una celebración de la vida judía.
«Poder decir que lo que ves es una historia edificante es realmente fantástico —dijo Kirshenblatt-Gimblett—. Especialmente teniendo en cuenta que Polonia fue el epicentro de la Shoah, el genocidio. Sí, es una historia edificante. Pero, dicho eso, yo no lo llamaría una celebración, porque el enfoque celebrativo suele ser jactancioso y festeja grandes logros. Hay una gran tradición judía de lo que se hace cuando alguien muere. Si quieres consolar a un doliente, recuerda cómo vivía el fallecido. Esa es la manera de honrar a los muertos y a los que vinieron antes que ellos».
Una de las lecciones más importantes que nos llevamos del museo fue que la vida judía en Polonia antes del Holocausto ha quedado olvidada en gran medida, arrollada como fue por el propio Holocausto. Así, los nazis borraron la vida de millones de personas, pero también la historia de la cultura de un pueblo concreto. El nuevo Museo de Historia de los Judíos Polacos existe para devolver ese mundo a la vida. En vez de ser un museo del Holocausto, revive los recuerdos que casi destruyó la barbarie.
Después de la era de los guetos nazis, los afroamericanos empezaron a referirse cada vez menos a ellos para justificar su propio uso de la palabra «gueto». Hacer referencia al gueto nazi pasó a ser un problema no solo factual, sino también retórico. En los años previos a la
Como muchos
judíos de mi generación en Estados Unidos, crecí con la idea de que el Holocausto se produjo en Polonia porque los polacos son
antisemitas.
Segunda Guerra Mundial, los guetos negros vivieron un florecimiento de instituciones culturales que guardaban más similitudes con la floreciente vida judía en los mil años anteriores al Holocausto que con cualquiera de las cosas que ocurrieron durante el Holocausto.
Sin embargo, del mismo modo que la institución conocida como gueto nazi duró solamente un minuto de la historia judía, el gueto negro de los años treinta y cuarenta representa solo un minuto de la historia afroamericana estadounidense. Cuando llegaron los años sesenta, se hizo más complicado hacer un retrato edificante del gueto. Desde entonces, los que se quedaron en el gueto negro han tenido una experiencia cualitativamente distinta. Porque con el paso del tiempo el gueto afroamericano estadounidense ha visto menos prosperidad y más patología; ha perdido gran parte de su autonomía, quedando sometido a formas de control más invasivas. En los últimos tiempos, los estudiosos que hablan sobre el gueto han empleado metáforas como «cárcel etno-racial» o «el nuevo Jim Crow» para recalcar su transformación.
En este libro hemos rastreado el devenir del gueto negro a través de varias etapas. El Bronzeville de Cayton y Drake, donde floreció una vida social y cultural autónoma mientras coexistía con los males de la segregación. El Harlem de Clark, donde el florecimiento humano se vio ensombrecido por una patología que se autoperpetuaba y una sensación de impotencia que sustituyó a la autonomía. Y los guetos despoblados de Wilson, donde la pérdida de empleo y habitantes de clase media dio lugar al aislamiento social. Esta última fase de la vida en el gueto ha venido acompañada de las plagas de droga, violencia y declive social, así como de la Guerra contra las Drogas, que supuso una invasión mayor de la vida de los vecinos afroamericanos y la deslegitimación de las intervenciones sociales financiadas por el Estado. A esas respondió Geoffrey Canada al crear la Zona Infantil de Harlem. Aunque convengamos en que estos periodos están diferenciados de forma demasiado marcada o, en el caso del gueto patológico de Clark, su concepción es demasiado unilateral, el camino ha llevado de un estado inicial de semiflorecimiento y autonomía a otro de patología y control.
A día de hoy, la idea del gueto en las ciencias sociales y en los debates sobre políticas públicas se ha convertido en sinónimo de expresiones como «modelos segregados de vivienda» y«segregación racial residencial». Significa restricción y empobrecimiento en un espacio residencial delimitado. Este énfasis recalca la importante idea de que los patrones residenciales actuales no surgieron «naturalmente»: fueron promovidos por acciones tanto privadas como estatales, a menudo discriminatorias e incluso coactivas. No obstante, este concepto del gueto contradice nuestro punto de vista. No transmite las variables en los grados de control y los grados de florecimiento que sugiere la historia del gueto judío, desde Venecia hasta Varsovia. En Venecia, los judíos vivían en un gueto que se distinguía por una regulación tolerante: te regulamos, pero si sigues las reglas, puedes desarrollarte con autonomía de varias maneras —tanto económica como culturalmente—. La experiencia judía bajo el régimen nazi ilustra el extremo opuesto —el Ejército ejercía un control firme sobre la vida de sus sujetos, control que incluía acabar con sus vidas por hambre o enfermedad o deportarlos a campos de concentración—. Si definimos el gueto desde el punto de vista de la desigualdad de la vivienda, por importante que sea, estaremos obviando cómo la segregación puede ser compatible con una serie de resultados diferentes, es decir, compatible con amplias variables de control y florecimiento.
En este sentido, podemos comprender por qué los guetos judíos siguen siendo relevantes para comprender la trayectoria del gueto negro. A pesar de que las «relaciones raciales» en Estados Unidos han seguido una trayectoria positiva, la historia ha sido irregular y contradictoria. Durante los primeros años del gueto, muchos hombres afroamericanos realizaban trabajos serviles llevando maletas en coches cama o partiéndose la espalda en mataderos y acerías. Pero volvían a un gueto en el que mucha gente prosperaba y donde la vida hacía posible una identidad negra significativa, donde vivían con menos miedo a que la policía les detuviera o incluso disparara. Los agentes patrullaban los límites de los barrios negros y, cuando lo estimaban oportuno, reprimían de manera violenta a sus comunidades, pero, comparado con la actualidad, no les preocupaba la seguridad ni la violencia dentro de los barrios negros. Drake y Cayton apenas mencionan a la policía como una presencia.
A pesar de que los afroamericanos han progresado sustancialmente en muchos ámbitos, aquellos que siguen en el gueto experimentan menos florecimiento y un control más invasivo que nunca. A partir de los años sesenta, se empezó a invertir más dinero en los departamentos de policía urbanos para respaldar una Guerra contra las Drogas más resuelta que nunca. La cantidad de varones afroamericanos del gueto en los calabozos y la cárcel creció de manera vertiginosa. Así, casi el 20 por ciento de los varones treintañeros negros en Estados Unidos actualmente ha cumplido condena en la cárcel, al igual que el 60 por ciento de los que han abandonado el instituto, muchos de los cuales provienen de y regresan a un reducido número de barrios bajos urbanos.
Mi argumento no es que exista una analogía entre el gueto nazi y el gueto negro. No la hay. A pesar de que el gueto negro estadounidense está sujeto en la actualidad a un control mucho más invasivo que en épocas anteriores, la naturaleza de ese control puede ser contradictoria. Los periódicos afroamericanos, como Amsterdam News, de Harlem, fueron de los primeros en respaldar la Guerra contra las Drogas, publicando editoriales de
El gueto judío fue una estación de paso para las víctimas que murieron en campos de concentración durante el Holocausto, mientras que el gueto negro se convirtió en una residencia intergeneracional para esclavos liberados y sus descendientes.
apoyo a las sentencias mínimas obligatorias para el narcotráfico, «un acto de asesinato indiscriminado, premeditado, calculado y frío de nuestra comunidad».
Muchos de los municipios donde se lleva a cabo este tipo de control cuentan con alcaldes afroamericanos, obligados a tratar de contener los problemas sociales que en gran medida ha generado la historia del gueto. En muchas ciudades estadounidenses, no se puede hablar de los guetos solamente en términos del control externo de los blancos o de los intentos injustos de limitar o contener la prosperidad de seres humanos. Y, como ha demostrado Issa Kohler-Hausmann, tampoco podemos pensar que el gueto contemporáneo ejerza un control abrumador sobre todos los ámbitos de la vida (como ocurría en los guetos nazis). Las autoridades actuales se han ido centrando en el crimen de una manera cada vez más exclusiva. El gueto de Venecia y el gueto nazi representan respectivamente tipos ideales opuestos de regulación tolerante y control invasivo, y a día de hoy no existe ningún gueto en Estados Unidos que haya sido un ejemplo de ninguno de los dos extremos.
Tampoco estoy diciendo que los afroamericanos deban reverenciar el sufrimiento y la resistencia de los judíos para comprender lo que es un gueto. Muy al contrario, el gueto negro y el gueto judío nunca han sido puntos de referencia comparables para entender las penurias de ambos grupos. El gueto judío fue una estación de paso para las víctimas que murieron en campos de concentración durante el Holocausto, mientras que el gueto negro se convirtió en una residencia intergeneracional para esclavos liberados y sus descendientes. La esclavitud y el Holocausto generaron demasiada inhumanidad y muerte como para convertirse en leña de vulgares disputas sobre quién sufrió más —debates que no ennoblecen a ninguno de sus partícipes—.
Sí defiendo que cuando los investigadores sociales estadounidenses de la posguerra cayeron en la trampa nazi —amalgamando los guetos medievales con los que imaginaba Hitler—, perdieron la oportunidad de desarrollar una idea del gueto que revelaría las variables de control y florecimiento humano que puede haber en situaciones de segregación. Cuando comparamos el gueto medieval con el nazi, en lugar de unirlos, podemos ver que el de Venecia y el de Varsovia son totalmente distintos. Reconocer esta diferencia no solo amplía nuestro conocimiento histórico de estos casos, sino que nos ayuda a describir cómo han cambiado los guetos negros en el último siglo —que ahora se caracterizan por un control social mucho mayor por parte de fuerzas externas, y mucho menos florecimiento cultural y humano—. A día de hoy, todavía hace falta un estudio sistemático de las variantes en florecimiento y control en los guetos de todo el mundo, a lo largo de la historia.