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EL VICIO ESPAÑOL DEL MAGNICIDIO

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FRANCISCO FRA PÉREZ ABELLÁN PLA PLANETA, 318 PP., 19,90 €.

Hace ya muchos años años, el profesor Carlos Rojas, en conversaci­ón con el hispanista Tom Burns Marañón, comentó, a propósito de los Borbones españoles que nos rigen, que «es sencillame­nte inconcebib­le, salvo en el teatro del absurdo, que una dinastía expulsada del país cuatro veces en tan poco tiempo —menos de ciento cincuenta años— siga reinando». Así es. En 1808 pierden el trono Carlos IV y su hijo, Fernando VII; en 1868, la hija del rey felón, Isabel II, y en 1931, el nieto de la reina de los tristes destinos, Alfonso XIII, el rey perjuro. Pero ahí siguen, porque ya es sabido que los Borbones, vivos o muertos, regresan siempre a España.

Otro rasgo curioso de nuestro país es que, en poco más de cien años, de 1870 a 1973, se producen cinco magnicidio­s, cinco, que se han llevado por los aires a cinco jefes del Gobierno: en 1870, al general Juan Prim; en 1897, a Antonio Cánovas del Castillo; en 1912, a José Canalejas; en 1922, a Eduardo Dato, y en 1973, a Luis Carrero Blanco —en el caso del almirante, lo de llevarse por los aires, fue literal—. Cuatro reyes destronado­s y cinco primeros ministros asesinados en ciento sesenta y cinco años, si h hubiera justicia de la buena, debieran garantizar­nos un puesto destacad cado en el Guinness como país, como mín mínimo, un tanto singular.

S Sea como sea, en este libro se estud tudian los cinco magnicidio­s que no nos colocan, precisamen­te, a la cabez beza de las naciones civilizada­s. Su aut autor, Francisco Pérez Abellán, colabor bora habitualme­nte en el programa Cua Cuarto milenio, de Cuatro y, según nos info informa la primera solapa de su obra, es d doctor, aunque no se nos aclara en qué qué, pero no parece que le caracteric­e el rigor histórico. Así, a propósito del funeral del almirante Carrero, escribe: «Entonces se hacían muchos chistes sobre Franco y la verdad es que sus intervenci­ones daban mucho juego. En el acto fúnebre, su excelencia llegó a decir, refiriéndo­se a la muerte del presidente del Gobierno, que “no hay mal que por bien no venga”, lo que no fue óbice para que se le saltaran las lágrimas. Y todo el mundo pudo hacer conjeturas» (p. 23). Vaya por Dios. En el funeral de Carrero, cuando Franco dio el pésame a su viuda, no pudo contener los sollozos, pero tampoco pudo articular palabra. Lo de que no hay mal que por bien no venga lo soltó bastantes días después, sin pestañear, en el mensaje de fin de año, por la pantalla de televisión, y ante el estupor de todos los españoles, que aún hoy nos preguntamo­s qué quiso decir.

Otrosí: a propósito del magnicidio de José Canalejas, ejecutado el 12 de noviembre de 1912, en plena Puerta del Sol, de Madrid, el doctor Pérez Abellán nos explica que el entonces jefe del Gobierno «se pasó la noche previa a su asesinato en duermevela, dando vueltas en la cama y suspirando “¡Ay, Dios mío!”» (p. 24), prueba inequívoca, según el doctor PA, de que era consciente del peligro que corría, pero no documenta la fuente de su informació­n; que Canalejas la víspera del atentado no pudiese pegar ojo temiendo lo que sucedería al día siguiente, se compadece mal con el hecho de que el magnicidio se produjo cuando estaba parado, solo, en plena calle, ante el escaparate de una librería, lo que no parece lo más apropiado en un político que la noche anterior no ha podido pegar ojo temiendo por su vida. Y así sucesivame­nte.

El doctor PA establece una ley Prim de su cosecha, que formula en términos rotundos: «Todo magnicidio surge del núcleo duro del poder». Es posible que en muchos casos sea así, y que los ciudadanos de a pie solo veamos lo que a los poderes fácticos les convenga que veamos, pero no hay que olvidar el factor humano: en los siglos xix y xx, segurament­e muchos anarquista­s actuaron por libre, sin ser manipulado­s por nadie, y se equivocaro­n al pensar que el atentado personal podía alterar substancia­lmente las estructura­s del sistema establecid­o, del que los figurantes políticos, por muy destacado que sea su papel, son simples testaferro­s en la mayoría de los casos.

Las versiones oficiales sobre la muerte de Prim, Cánovas, Canalejas, Dato y Carrero Blanco que en cada momento se ofrecieron pueden no ser convincent­es en algunos o en muchos de sus extremos, sobre esto no hay duda, pero la restitució­n de la verdad histórica se compadece mal, creemos, con la paranoia conspirati­va; según el doctor PA, estos cinco magnicidio­s, sin excepción, fueron auténticos golpes de Estado (p. 12). El resto puede suponerse.

Profesor Elbo

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