CUENTOS DEL LEJANO OESTE
La jovencísima editorial madrileña Deconatus está construyendo un interesante catálogo, con unas muy cuidadas ediciones de sus títulos.
Este que presentamos se trata de un compendio de textos seleccionados por Rosa Burillo, profesora de Literatura Norteamericana en la UCM, investigadora especializada en relatos. Burillo ha escogido los cuentos más críticos de la literatura del Oeste para observar la transformación y significado del sueño americano, algunos de ellos traducidos por primera vez al castellano por Irene Oliva y Jaime Zulaika. Los nombres escogidos son, nada más y nada menos que Stephen Crane, Mark Twain, Jack London, Frank Norris y Bret Harte.
En estos relatos el dios de las instituciones se enfrenta al dios de la naturaleza.
Impresionante cómo cuenta Jack London la muerte por congelación de un hombre que no quiso ser precavido.
La aparición de la mujer en el Oeste supone la domesticación del héroe solitario según Stephen Cranes.
¿De qué manera impactó el tren en la sociedad del Oeste? Frank Norris lo visualizó como un pulpo.
Las prostitutas de Bert Harte pueden ser la última resistencia de la vida natural.
La llegada de un bebé a un campamento de hombres simboliza una forma de civilizarse con sentido.
¿Es la naturaleza la que marca el sentido de la vida? Gran relato de Jack London.
El compañero de Tennessee, la fidelidad amical encarna la mirada del Oeste frente a la ley.
Ante la gran pregunta sobre quién corrompe Handleyburg en el cuento de Twain, el que viene de fuera tiene todas las papeletas, ¿o es que el germen de corrupción habitaba ya en la pequeña población con su carga viral y contagiosa?
Como relata la propia Burillo en el prólogo a la edición, «Lo que en su día se llamó expansión no es más que una conquista. Les guía el designio divino, ellos son la Nueva Jerusalén, la tierra prometida, el pueblo elegido por Dios para llevar a cabo el proyecto. La singular Cruzada adquiere el carácter de empresa cuando llegan las nuevas tecnologías. El ferrocarril irrumpe como un coloso de dimensiones ciclópeas en el jardín del Edén, aquel paraíso lleno de recursos que los nuevos pobladores explotan indiscriminadamente. La fiebre del oro, la sed de riqueza, se enmascara bajo una pátina de buen hacer. Son los buenos de la película, como nos ha hecho ver la Metro Goldwyn Mayer, creando un mito cuajado de palabras gloriosas, todavía presente en el imaginario colectivo.»