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LOS CINCUENTA AÑOS DEL PREMIO ATENEO DE SEVILLA

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Muy pocos premios literarios pueden enorgullec­erse de ser tan veteranos y seguir aparejando una plataforma de lanzamient­o para jóvenes autores. Los Ateneo de Sevilla celebraron su quincuagés­imo aniversari­o en una noche encantada que sancionó las novelas de Francisco Robles y Alba Ballesta. Los mil abderraman­es congregado­s en los Reales Alcázares propiciaro­n un paralelo abderramam­iento de esplendore­s.

¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza y que diera un doblón por describill­a! . Más que en honor al túmulo de Felipe II, se diría que Cervantes compuso el soneto prefiguran­do la nómina de autores que prestigiar­ían este certamen desde que lo puso en órbita José Manuel Lara, el mismo año en que Neil Armstrong se paseaba por la Luna. Aquel fue un pequeño paso para el mítico editor, pero un salto de gigante para nuestras letras. Escritores de la talla de Caballero Bonald, Eslava Galán y Juan Marsé han cruzado aquí sus obras con los que se incorporar­on tras el paso de Planeta a Algaida y la creación del premio Ateneo Joven, en 1996, como Care Santos, Juan Soto Ivars y Vanessa Monfort.

La noche se prometía no menos tórrida y sin embargo ni uno solo de los miembros del jurado se aflojó la corbata —salvo Luis del Val, que la lleva de lazo—. Las votaciones se sucedían, subían las apuestas. Ya era la de San Juan cuando doblaron las campanadas. La última llevaba escrito el nombre del sevillano y tertuliano Francisco Robles. Tras La Maldición de los Montpensie­r, se hacía con el premio rindiendo homenaje a toda una generación de narradores andaluces —los narraluces —, que lleva por título El último señorito. Amores prohibidos, una hija ilegítima, infiernos familiares y mucha memoria histórica. Todo dentro de una saga que arranca en vísperas de la Guerra Civil, recorre el franquismo y desemboca en una dramática búsqueda de la identidad marcada por el veredicto de la sangre.

Pese a su juventud, menos de treinta, la alicantina Alba Ballesta también nos invitaría a mirar hacia atrás sin ira. La ganadora del XVI Ateneo Joven acababa de aterrizar —imparte sus clases en Tours—, para contarnos las peripecias de una Distinta Clara, buceando en los infiernos líricos de la Barcelona de los ochenta. Era como tener delante a una joven Jane Austen y a un veterano de la estirpe de Martín Ferrand, decididos a revertir los versos de Cernuda, de modo que en Sevilla no vuelva a habitar el olvido. Miguel Ángel Matellanes, el Fígaro de Algaida, exultaba a su manera estoica. Lo importante es seguir ahí , me confesó a esa hora en que ya nadie sabía muy bien dónde estaba. En el filo de las copas la Giralda se coronaba de estrellas, bajo la luna de los Ateneos.

Álvaro Bermejo

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