Mesa de recepción
J. ERNESTO AYALA-DIP
Empezaré mi Mesa de este mes transgrediendo el género de las sugerencias literarias, suponiendo que este género existiera. Se supone que cuando uno sugiere algo, lo hace con absoluto conocimiento de causa, en un sentido u otro. Pero, ¿cuántos libros nos iban gustando mientras los leíamos y nos atrevimos a recomendarlo, resultando que al término de su lectura de las excelentes impresiones del comienzo al final no quedaba nada? ¡Trágame tierra! Cuando los lectores lean esta pieza ya habré terminado de leer la nueva novela de Joël Dicker, La desaparición de Stéphanie
Mailer (Alfaguara). En el momento en que escribo esto y lo entrego a redacción (mediados de julio), voy por la mitad del libro. Por el momento me sucede lo que me viene sucediendo con este autor. Me entrego a sus personajes, a sus tramas varias, a sus expectativas, y mientras lo hago voy viendo sus defectos o sus trucos, sobre todo sus trucos. Pero así y todo prosigo y termino con la sensación de no saber bien si estuve leyendo a un farsante, a un genio o a una mezcla de los dos. Joël Dicker apenas tiene treinta y dos años. Y da la impresión de que lo sabe todo sobre el arte de la novela, pero también, y para decirlo con palabras de la añorada
Ana María Matute, de que nos la está dando con queso. Leí y salí entusiasmado de las páginas de
El Libro de los Baltimore. Confieso que me gustan los best seller de calidad y me importa muy poco si están hechos a posta para vender o para que le gusten a gente como yo, que no tiene ningún reparo en mezclar distintas categorías de lecturas. Y termino con Dicker: tengo la impresión, hasta donde voy leyendo, que La desaparición de Stéphanie Mailer tiene trucos hasta en sus solapas, que tiene fallos y exageraciones. Pero a la vez tambien tengo la sospecha de que todo ello lo sabe su autor. Es parte de su poética, que sin lugar a dudas, nos guste o no, la tiene. Juro que en el nú- mero del mes de octubre me pronunciaré definitivamente al respecto. Y si me tengo que tragar mis contradictorios elogios (o denuestos), me los tragaré ante vosotros. Siguiendo con el género de intriga (un género que mucha gente asocia con el verano y las playas y el sol y tutti quanti, y que yo asocio mejor con las noches de invierno y de furiosa lluvia pegando en los ventanales de mi dormitorio), no se pierda el lector otra novela de intriga, Muerte con
trarreloj (Planeta), del escritor mexicano Jorge Zepeda
Patterson. Supongo que algunos lectores ya la habrán leído, aprovechando el Tour de Francia. Porque esta novela increíble transcurre durante el Tour, y además en la sala de máquinas de toda carrera de ciclismo que se precie: el pelotón. A mí me gusta el Tour, lo que no quiere decir que me apasione el ciclismo. El Tour es otra historia, y en esta novela se nota mucho su legendaria aureola deportiva y humana. No se la pierdan. Me llega La poesía completa
(Lumen), de Jorge Luis Borges.
Abras por donde los abras, siempre hay un verso para transmitir: Los árboles me dan miedo. Son tan hermosos . En otra página, La multitud de tu hermosura , que tanto me recuerda aquel otro verso suyo que dice: Me duele una mujer en todo el cuerpo . La poesía de Borges tiene la misma luminosa precisión que su prosa, tiene bastante de narración y es como si le costara la metáfora. Entre el poema y el relato, Borges siempre encuentra el lugar exacto donde poner los libros que leyó y los lugares y las mujeres que imaginó. Este mes de septiembre no descuidemos la Feria del libro de Ocasión que se celebra puntalmente en Barcelona. En mi Mesa de octubre comentaré los libros con los que seguramente me reencontraré, y que tan feliz me harán descubrirlos casi tan intactos como el primer día de su publicación.