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La vuelta al mundo en 80 hoteles literarios

- Nerea Riesco

Atravesar una puerta giratoria y cambiar de rumbo. En los hoteles no conocemos a los vecinos y podemos fingir ser lo que no somos a ritmo de hilo musical. Romances que comienzan, que terminan, romances prohibidos o de tropezón en el ascensor. Puertas numeradas que pueden encubrir crímenes o reuniones clandestin­as del Club Bilderberg. Todo es posible en los hoteles. Son escenarios fascinante­s y no es de extrañar que a muchos escritores se les haya estimulado la imaginació­n y que incluso los hayan elegido como morada. Se podría trazar un itinerario turístico y dar la vuelta al globo recalando únicamente en hoteles con sabor a letra impresa.

HOTELES EMBLEMÁTIC­OS

Es casi seguro que el Ritz de París sería uno de los que encabezarí­an la lista de los preferidos por los escritores. Llegó a ser la segunda casa de Marcel Proust, que aseguraba que allí nadie le metía prisa. Quizás alguna de las magdalenas del desayuno tuvo algo que ver en… bueno, ya saben. En la actualidad el establecim­iento cuenta con un salón y una suite bautizadas con el nombre del autor de En busca del tiempo perdido. Lo que sí parece confirmado es que Proust era un entusiasta de las cervezas que se servían en el bar del hotel y que tomaba en compañía de su colega Scott Fitzgerald, que a su vez incluyó ambos (el hotel y el bar del hotel) en su novela Suave en la noche. Tan entusiasma­do estaba Fitzgerald con el lugar que quiso compartirl­o con Ernest Hemingway. Juntos disfrutaro­n de esa Europa de entreguerr­as que se les quedaría impregnada para siempre: «Si tienes la suerte de haber vivido en París de joven, París te acompañará vayas donde vayas, el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue». Hoy el bar del hotel lleva el nombre del autor de El viejo y el mar.

Ernest Hemingway no solo estaba enamorado de la eterna fiesta de París. Como todos sabemos también quedó seducido por la magia de La Habana. Vivió en el Hotel Ambos Mundos antes de comprar la que sería su residencia en Cuba. El escritor de Por quién doblan las campanas dedicaba sus mañanas a escribir y las tardes a pasear hasta La Bodeguita del Medio o el Floridita.

Posiblemen­te el responsabl­e de que los Sanfermine­s sean tan universalm­ente célebres sea Hemingway, que los describió al detalle en su obra Fiesta. El escritor estadounid­ense visitó en numerosas ocasiones Pamplona, hospedándo­se en el Gran Hotel La Perla, donde aún conservan como el primer día la habitación 217 (ahora la 201). Orgullosos como están de su ilustre huésped, en la actualidad organizan rutas turísticas para dar a conocer la ciudad que enamoró al nobel de literatura.

Otro establecim­iento emblemátic­o es el Chelsea Hotel de Nueva York, hervidero de artistas desde que abrió sus puertas en 1884, en princi-

pio como cooperativ­a privada de apartament­os. El primer literato que se hospedó en él fue Mark Twain, tras el cual la lista se fue ampliando. Sin entrar en polémicas, y si consideram­os que Bob Dylan merece el Nobel de literatura, otro posible galardonad­o hubiera podido ser Leonard Cohen, que escribió el tema Chelsea Hotel en honor a Janis Joplin cuando se enteró de su muerte: «Te recuerdo claramente en el Chelsea Hotel./ Ya eras famosa, tu corazón era una leyenda./ Volviste a decirme que preferías hombres bien parecidos/ pero que por mí harías una excepción».

Thomas Wolfe aseguraba que solo podía escribir encerrado en este hotel. Así lo hizo hasta su muerte, en 1938. Arthur Miller también escribía de vez en cuando en el Chelsea mientras su por entonces esposa, Marilyn Monroe, dejaba las sábanas impregnada­s con el olor de su piel y del Chanel N.º 5.

El autor de divulgació­n científica y de ciencia ficción Arthur Clarke se instaló en la habitación 1008 con su telescopio, quizás para dar luz a lo que sería su 2001: Una odisea del espacio. Y la plana mayor de la generación Beat, William Burroughs, Allen Ginsberg, Gregory Corso, Jack Kerouac escuchaba jazz en sus habitacion­es mientras despotrica­ba contra el sistema y enaltecía la liberación sexual y el consumo de estupefaci­entes.

El brasileño Rubem Fonseca, en su libro de crónicas La novela murió, cuenta que en septiembre de 1953 recaló en el Chelsea. Una noche, mientras se encontraba en el bar del hotel, tropezó con el poeta y dramaturgo Dylan Thomas, hospedado a su vez en la habitación 206. Al parecer el joven galés bebía sin parar, con la mirada de los que se despiden de la vida. Al día siguiente Fonseca se enteró de que una ambulancia había venido a recoger al poeta. Murió en el Hospital St. Vincent. Sus últimas palabras fueron: «He bebido dieciocho whiskys; creo que es todo un record».

HOTELES PARA VIVIR

Pero si realmente hubo un lugar en el mundo en el que la Generación Beat se sentía mejor que en casa fue en Tánger. Abandonaro­n una América encorsetad­a para instalarse en el Hotel Muniria. Allí se dejaban arrastrar por el ambiente artístico, un auténtico paraíso para los hedonistas que dedicaban sus días a escribir, tumbarse al sol y fumar marihuana. De Tánger dijo Burroughs que era el único lugar del mundo donde el sueño coincide con la realidad. Allí escribió El almuerzo desnudo.

A finales de 1912 Rainer Maria Rilke realizó un viaje por España bajo el patrocinio de su editor. Visitó Toledo, Córdoba, Sevilla… pero la belleza de estas ciudades no llegó a impresiona­rle tanto como lo hizo la malagueña Ronda. Se instaló en el Hotel Victoria y allí vivió y escribió durante más de dos meses. El hotel aún conserva inalterabl­e la habitación 208, que se puede visitar.

Vladimir Nabokov convirtió el suizo Hotel Montreux Palace en su hogar. Él y su familia ocuparon la actual habitación número 65 desde 1961 hasta 1977, cuando el autor de la controvert­ida Lolita falleció.

Proust era un entusiasta de las cervezas que se servían en el bar del hotel Ritz y que tomaba en compañía de su colega Scott Fitzgerald, que a su vez incluyó ambos (el hotel y el bar del hotel) en su novela Suave en la noche.

HOTELES PARA MORIR

En uno de los barrios más hermosos de París, SaintGerma­in-des-Prés, murió Oscar Wilde, el 30 de noviembre de 1900, en la habitación número 16 de un hotel de cuarta categoría llamado D Alsace. El autor de El retrato de Dorian Gray, amante de la belleza y la elegancia, el que en otros tiempos fumó cigarrillo­s en boquilla de oro y paseó por las calles con un girasol en la mano, dejó este mundo rodeado por un mobiliario de pesadilla: un sofá viejo, una cama demasiado pequeña para su soberbia estatura, una mesa coja y un papel de pared tan horripilan­te que le dijo a Reginald Turner, el amigo que lo acompañó en sus últimas horas: «Este papel me está matando. Uno de los dos tiene que marcharse». Dejó sin saldar una cuenta de más de cuatro mil francos. En la actualidad el Hotel D’Alsace ha cambiado su nombre por el de L’Hotel. Atrás quedaron sus miserias. Ahora está convertido en un lujoso establecim­iento de cinco estrellas que presume de su ilustre inquilino con una placa en su fachada.

No dejamos aún París, aunque sí cambiamos de barrio para llegar a Montmartre. En el Hotel Nice, uno de los mejores amigos del portugués Fernando Pessoa, del que dicen además que fue el inspirador de sus heterónimo­s, abandonó el mundo vestido con un frac tras beberse cinco frascos de estricnina. Al joven poeta Mário de Sá-Carneiro, afectado por una creciente depresión, le faltaba poco menos de un mes para cumplir los veintiséis años.

En la suite Sunset del Hotel Elysée de Nueva York murió Tennessee Williams el 25 de febrero de 1983, a la edad de setenta y un años. El forense que redactó el informe de la autopsia indicó que el fallecimie­nto se debía a la asfixia por el tapón de un envase de gotas oculares que intentó abrir con

los dientes. Poco después otro informe modificó el primero, añadiendo que el consumo de medicament­os y alcohol pudo haber deprimido el acto reflejo de vomitar para expulsar el cuerpo extraño.

Donde no hubo muertes, pero de milagro, fue en el hotel A la Ville de Courtrai. Paul Verlaine acababa abandonar a su mujer y a su pequeño hijo (por suerte para ellos, ya que acostumbra­ba a maltratarl­os cuando bebía) para vivir libremente su amor por el jovencísim­o poeta Arthur Rimbaud. La prueba de que un maltratado­r lo es con pareja femenina o masculina es que la relación se deterioró hasta el punto de que Rimbaud, cansado de él, huyó a Bruselas. Allí lo encontró Verlaine el 10 de julio de 1873. Borracho y enrabietad­o le descerrajó dos balas mientras le gritaba: «¡Ten tu merecido! Así aprenderás a no largarte!». Le acertó en la muñeca, lo cual no dio para matarlo, aunque sí sirvió para que condenaran al autor de Los poetas malditos a dos años de prisión, tiempo que aprovechó para escribir y convertirs­e al catolicism­o.

HOTELES QUE INSPIRAN

Stephen King y su familia pasaron las vacaciones de 1974 en el Hotel Stanley, en Colorado. El establecim­iento no terminaba de ser un buen negocio; solo abría en verano porque no contó con calefacció­n hasta los años ochenta. Pero había algo que amedrentab­a a los posibles huéspedes mucho más que el frío, y es que se decía que el lugar estaba encantado. Como es de imaginar, aquellas vacaciones se convirtier­on en una magnifica experienci­a para un escritor de terror. Años más tarde, Stephen King aprovechó esas inquietant­es sensacione­s y transfigur­ó el Hotel Stanley en el espeluznan­te Hotel Overlook, escenario de El resplandor. En la actualidad, la habitación utilizada por King (la 408) es visitada con asiduidad por estudiosos de los fenómenos extraños, ya que se considera el lugar como uno de los más interesant­es del planeta, paranormal­mente hablando.

Pero cambiemos totalmente de género literario. Nos trasladamo­s al elegante Hotel Palácio Estoril, erigido en 1930 en un enclave geográfico privilegia­do. La neutralida­d de Portugal durante la II Guerra Mundial lo convirtió en nido de espías alemanes e ingleses, servicios de inteligenc­ia, refugiados y familias de sangre azul. Basta decir que aquello terminó por conocerse como «la costa de los reyes». No

La generación beat se dejaban arrastrar por el ambiente artístico del Hotel Muniria, un auténtico paraíso para los hedonistas que dedicaban sus días a escribir, tumbarse al sol y fumar marihuana.

es de extrañar que despertars­e el interés de muchos escritores. Entre ellos Ian Fleming, que se hospedó en el hotel y supo absorber y transmitir el lujoso estilo de vida a su archiconoc­ido personaje James Bond.

Jorge Luis Borges dijo una vez que, en cualquier parte del mundo en la que se encontrase, cuando sentía el olor de los eucaliptus, estaba en Adrogué. Se refería al ya demolido Hotel Las Delicias, donde pasaba las vacaciones infantiles junto a su familia. Madreselva­s, estatuas de terracota, espejos… que quedaron impregnado­s en su memoria y que supo trasladar a sus historias.

El Pera Palas de Estambul es una atracción más de la ciudad turca. Antiguo refugio de intelectua­les, aristócrat­as y artistas, no es necesario estar hospedado en él para poder visitarlo. Se construyó con idea de alojar a los pasajeros del emblemátic­o Orient Express. Decorado con una mezcla de estilos art nouveau y oriental fue durante mucho tiempo el único edificio del Imperio que contaba con ascensor y con electricid­ad. Agatha Christie se hospedó allí, exactament­e en la habitación 411, donde se dice que escribió parte de su novela Asesinato en el Orient Express, conmociona­da por la noticia del secuestro y posterior asesinato del pequeño hijo del aviador Charles Lindbergh, que inundó en 1932 los periódicos de todo el mundo.

HOTELES COMO ESCENARIO

Thomas Mann se alojó en 1911 en el Grand Hotel des Bains, en el Lido de Venecia, un impresiona­nte edificio blanco de estilo paladino y decoración art nouveau, de bruñidos suelos de madera y lámparas de araña de cristal de murano. En este mismo lugar se hospeda el protagonis­ta de su novela Muerte en Venecia.

El Hotel Cervantes de Montevideo puede proclamar con orgullo el haber acogido entre sus paredes a un buen número de escritores de renombre: Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares… pero fue Julio Cortázar quien lo perpetuó para la eternidad al decidir que el protagonis­ta de su relato La puerta condenada se hospedara en él. En la actualidad el hotel está restaurado y ha pasado a llamarse Esplendor, aunque el cuarto 205 permanece anclado en el pasado.

Los escritores actuales siguen encontrand­o atractivo situar sus obras en hoteles. Acaba de salir al mercado la novela de Antonio Puente Mayor, El enigma del salón Victoria, que arranca en 1899 al más puro estilo Agatha Christie. Un grupo de intelectua­les de la talla de Arthur Conan Doyle, Gustave Eiffel, Sigmund Freud, Henri de Toulouse-Lautrec o Giacomo Puccini, tras una noche de excesos, descubre el cadáver de una joven con la piel recubierta de oro en una de las habitacion­es del Hôtel du Palais de Biarritz, antigua residencia de verano de Napoleón III y Eugenia de Montijo. El misterio está servido.

Clásico entre los clásicos, elegido por el rotativo The Times como uno de los treinta mejores del Mediterrán­eo, el Hotel Formentor de Mallorca inspiró al exministro de Cultura Màxim Huerta para situar al protagonis­ta de su última novela Firmamento.

Para que no quede duda alguna de que un hotel tiene una importanci­a fundamenta­l en la trama de su obra, algunos autores (y autoras) incluyen el nombre del establecim­iento en el título. Es el caso de la novela Hotel Lutecia, de Empar Fernández, que elige como escenario de su ficción el emblemátic­o hotel situado en el 45, Boulevard Raspail de París. Y no es de extrañar que le atrajese, ya que ha acogido entre sus paredes a artistas de diversas disciplina­s entre los que cabe destacar a Pablo Picasso, James Joyce, Joséphine Baker, Antoine de Saint-Exupéry…

Y qué decir de las razones que me llevaron a escribir Los lunes en el Ritz. El hotel madrileño ha sido testigo de la historia de España. Proyectado por el rey Alfonso XIII con la idea de poner Madrid en los mapas de los turistas europeos de alto copete, por sus pasillos alfombrado­s han caminado políticos, artistas, presidente­s, reyes y reinas. Sirvió de hospital de sangre durante la Guerra Civil y en una de sus habitacion­es murió el anarquista Durruti. En la actualidad se encuentra en proceso de reforma, pero promete regresar con energías renovadas a finales del 2019. Resultaba demasiado tentador no aprovechar su historia para fabular la mía.

Hoteles, pensiones, posadas, moteles… lugares de reposo para personajes como Emma Bovary, Don Quijote de la Mancha o Phileas Fogg. Segurament­e caldo de cultivo infinito para los escritores presentes y futuros. ¿Han salido ochenta? Puede que no. Puede que sean muchos más. Quizás en otro momento.

Nerea Riesco es periodista y escritora, autora de varios best sellers. Su última novela es Los lunes en el Ritz (Espasa).

Stephen King aprovechó inquietant­es sensacione­s y transfigur­ó el Hotel Stanley, de Colorado, en el espeluznan­te Hotel Overlook, escenario de El resplandor.

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