XII PREMIO RBA DE NOVELA POLICIACA
COMIENZA EL CURSO
Aunque el año comienza el 1 de enero, tenemos muy arraigado en nuestro interior, no en vano hemos pasado por el sistema educativo, que el nuevo periodo, el de verdad, se inicia en septiembre. La avalancha de novedades editoriales y los omnipresentes fascículos coleccionables que inundan los kioscos y que intentan, en la mayoría de las ocasiones vanamente que adoptemos una afición, así lo certifican. Pero hace ya doce años que el Premio RBA de Novela Policíaca es el encargado de dar el pistoletazo de salida de la trepidante carrera editorial. Y este año el primero en llegar a la meta es Walter Mosley con Traición.
Walter Mosley no es un desconocido. No lo ha sido ninguno de los ganadores de este reputado galardón que solo en su primera edición premió a un autor español, el recordado maestro del género patrio Francisco González Ledesma. Pero las tramas clásicas norteamericanas, a pesar de la avalancha nórdica, atraen a los lectores como un panal a los osos. Y Walter Mosley es uno de los grandes. Su saga de Easy Rawlins lo catapultó ya hace muchos años al olimpo de los escritores superventas. En España desembarco en 1994 de la mano de Anagrama con El demonio vestido de azul, que los que no son lectores recordarán por el filme de homónimo título protagonizado por Denzel Washington. Walter Mosley no tiene la presencia concupiscente del actor, pero cuando traspasó el umbral de la sala en donde se celebraba la rueda de prensa no dejó indiferente a nadie. Tocado con un sombrero gánster versión estival, del que no se desprendió en toda la jornada, tomó asiento junto a un vehemente interprete que hizo totalmente suyas, sin escatimar el lenguaje no verbal, todas las palabras del escritor. Mosley adornó su discurso con unos prolongados silencios, la traducción impone, que dotaron de gran solemnidad a sus afirmaciones. Un par de cosas quedaron claras para todos los presentes: que no le gusta Trump y que no cree en la justicia.
Walter Mosley es hijo de madre judía y padre afroamericano (toda una perlita para el resurgimiento neonazi europeo y el conservador republicanismo estadounidense) y sabe muy bien qué es el racismo. Y no alberga ninguna duda de que la justicia dentro del marco económico-político-social actual es una auténtica quimera. La justicia es la asignatura pendiente de nuestra vida, nunca la podemos alcan- zar , fue una de sus sentencias.
Mosley no es un pesimista, sino un realista bien informado y sus personajes nunca podrían adaptarse a un film con final feliz. Exconvictos, perdedores y delincuentes no muy arrepentidos, son la fauna humana protagonista de sus libros. Su último personaje, Joe King Oliver, podría haberse quedado en cabal agente de policía, pero ya sabemos que errar es humano y que no hay nada mejor que una monumental metedura de pata para articular una adictiva novela. Aunque Walter Mosley es de todo menos perdedor: a los 125.000 € del premio por su título Traición habrá de sumar los derechos para traspasar a la televisión estadounidense su personaje, en cuya adaptación y venta está ocupado, y de paso engrosar la lista de autores de RBA, suponemos que abandonando Anagrama, convirtiéndose en una de las estrellas del sello de Ricardo Rodrigo.
APUESTA POR LA CALIDAD Y NO POR LA CANTIDAD
Pero no todo en la rueda de prensa giró en torno al ganador del premio. Si RBA parece ocupar el trono de la novela negra no es cuestión de ordeñar la vaca hasta convertirnos a todos
en intolerantes a la lactosa. Antonio Lozano, escritor, periodista literario y hasta la fecha coordinador del club de lectura del CCCB y de la Biblioteca Agustí Centelles, no solo se ha estrenado en RBA como parte del jurado del premio. Sobre sus espaldas recae la responsabilidad de insuflar nuevos aires a la novela negra. Reducción de títulos y una apuesta clara por la calidad, amén de abrirse a otros géneros como son la no ficción, la novela gráfica, el ensayo y las biografías.
Ya hace dos años que el varias veces recordado durante la jornada Paco Camarasa apuntó como motivo del cierre de su librería el éxito de la novela negra. De ser considerada un género menor ha pasado a ser la gallina de los huevos de oro. Buscar nuevas fórmulas para que el filón no se agote y conseguir nuevos lectores para la causa es la vía coherente que ha escogido RBA. Sabia decisión.
SARAO DE ALTURA
Si a un premio se le quiere insuflar prestigio, además de dotarlo generosamente hay que tirar la casa por la ventana. Y más si la fiesta de entrega del galardón es la cita de la rentré literaria. La elevada séptima planta de la sede de la editorial en la Diagonal fue el marco de un encuentro marcado por la lluvia y por la aglomeración de personalidades públicas. El todo Barcelona dispuesto a homenajear a los premiados en ediciones anteriores y a aplaudir a Walter Mosley —que sí, seguía con su sombrero—. Exquisiteces a cargo de la empresa de eventos del cocinero Nando Jubany y, como en toda celebración que se precie, copas a discreción. De nuevo se recordó al desaparecido Paco Camarasa pero más de un asistente echó a faltar que se reivindicara la memoria de González Ledesma, el primer galardonado en 2007 y único español en el listado de premiados. Pero para eso está el cariñosísimo Lorenzo Silva, para apuntarle a la viuda que el nombre de su marido estuvo presente en la rueda de prensa y que, para todos los amantes de la novela, sin colores que valgan, González Ledesma es igual a mentor. Menos mal que entre los asistentes no había ningún familiar de Burt Reynolds: el actor acababa de fallecer y nadie se acordó de él. Pero es que el Premio RBA es de novela.
Joe King Oliver era un honesto policía hasta que meó fuera del tiesto. Su conocida debilidad faldillera era su talón de Aquiles y fue aprovechada por sus enemigos, que lo tuvieron muy fácil para tenderle una trampa. Recién salido de la cárcel, en donde se aprende de todo menos justicia, vuelve a la libertad sin mujer, con una reputación más que dudosa y con la única compañía de su hija adolescente. Convertido en un desengañado detective privado, acometerá dos grandes casos: el suyo propio, averiguar quienes fueron los responsables de su caída, y salvar de la pena capital a un periodista de raza negra acusado de abatir a tiros a dos policías. Aires clásicos para una novela negra plagada de realismo social, iniquidad y desencanto. Atmosfera de jazz, el nombre del protagonista rinde tributo al maestro de Louis Armstrong, para una trama en la que el genial trompetista se hubiera sentido a gusto. Armstrong, además de mujeriego y una de las cabezas más visibles en contra de la segregación racial, también era especialista en meter la pata.