Que leer (Connecor)

En esta sección se reproducen las primeras páginas de obras que hicieron historia, ya fuera porque reflejaron certeramen­te la sociedad de su época, porque gozaron de éxito inmediato o porque no fueron reconocida­s hasta tiempo después.

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En 1956, a los veintiocho años, Carlos Rojas publicó su primera novela, De barro y de esperanza (Luis de Caralt Editor). En aquellos años, los grandes popes de nuestra literatura eran Camilo José Cela, Miguel

Delibes y José María Gironella, y entre los jóvenes que pugnaban por hacerse un lugar en el sol destacaban Ana María Matute, Alfonso

Grosso o Rafael Sánchez Ferlosio.

De barro y de esperanza tuvo una acogida discreta, pero encasilló a su autor como un novelista intelectua­l, en la línea de Aldous Huxley, a quien segurament­e, en España y en aquellos años, muy pocos habían leído.

Carlos Rojas (Barcelona, 1928), inició con esta obra una fulgurante carrera de escritor. En alguna ocasión ha confesado que en España, país de grandes envidias y mayores olvidos, se codicia la obra premiada más que a la mujer ajena, y se echa en saco roto la que no lo fue, como si hubiese nacido muerta . Segurament­e habla con conocimien­to de causa, porque su trayectori­a está jalonada por la obtención de los más importante­s galardones literarios que se otorgan en nuestro país: en 1958, el Premio Ciudad de Barcelona por El asesino de César; en 1968, el Premio Nacional de Literatura por Auto de fe; en 1973, el Premio Planeta por Azaña; en 1977, el Premio Ateneo de Sevilla por Memorias

inéditas de José Antonio Primo de Rivera; en 1979, el Premio

Eugenio Nadal por El ingenioso hidalgo Federico García Lorca asciende a los infiernos, y en 1984 el Premio Espejo de España por El mundo mítico y mágico de Picasso.

Al margen de su obra de ficción, Rojas, doctor en Filosofía y Letras, desde muy joven ejerció sus tareas como catedrátic­o en Estados Unidos, primero en Florida y después en Atlanta (Emory University), donde vive la mayor parte del año, y es autor de diversos ensayos sobre literatura e historia y crítico de arte, y es muy posible que esta lejanía física del barullo del ruedo ibérico haya dotado a su mirada crítica de una mayor percepción. Entre sus libros sobre nuestro pasa-

do más reciente destacan Diálogos para otra España (1966), Por qué perdimos la guerra (1970), Diez figuras ante la Guerra Civil (1972), La Guerra

Civil vista por los exiliados (1975), Momentos estelares de la guerra de

España (1996) y Los Borbones destro

nados (1997).

En 2004 le fue otorgado el Premio a la Lealtad Republican­a, porque Carlos Rojas, desde siempre, ha sido un español decente, como lo fueron, tras el perjurio de don

Alfonso XIII en septiembre de 1923, al dar paso a la Dictadura militar del general Primo de Rivera, cuantos se afanaron en reconstrui­r el Estado Nacional frente a la fantasma

goría de la Restauraci­ón que denunciara Ortega. Y tras la intentona golpista de 1936, en que las armas se propusiero­n acallar a las urnas, durante la guerra fratricida de España el ejemplo más alto de español decente fue, posiblemen­te, don Miguel de Unamuno, que en el paraninfo de la Universida­d de Salamanca, el 12 de octubre de 1936, tuvo la dignidad de enfrentars­e a los energúmeno­s que gritaban: ¡Muera la inteligenc­ia! ¡Viva la muerte! . Don Miguel profetizó: Venceréis, pero no convenceré­is. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceré­is, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España . Carlos Rojas dedicó al episodio, en 1995, uno de sus mejores libros.

Edith Grossman, que ha traducido al inglés buena parte de la obra novelístic­a de Carlos Rojas, ha escrito que es el más creativo e imaginativ­o de la generación de escritores españoles de posguerra, y ciertament­e uno de los novelistas extraordin­arios del siglo XX en cualquier lengua . Pero todo empezó con una obra titulada De barro y de esperanza, hace ahora la friolera de más de sesenta años, y cuando su autor acaba de cumplir, en plenitud de facultades mentales, los noventa.

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