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Cien años del armisticio de la I Guerra Mundial

- Rafael Ruiz Pleguezuel­os

El 11 de noviembre se cumplen cien años de la firma del armisticio que detuvo el conflicto del frente occidental, detención de ese primer acto de locura sangrienta que fue la Primera Guerra Mundial. Una de las mejores cualidades que tiene el arte en general, y la literatura en particular, es su capacidad para producir belleza (aunque no sé si belleza en este caso es la palabra adecuada) a partir de los peores actos del género humano.

Ello es posible porque han sido muchos los autores, contemporá­neos o no a los hechos históricos, que han legado a la humanidad testimonio­s lúcidos de aquello que ocurrió y no debería volver a suceder. Las novelas de las grandes guerras, si están bien hechas, son por encima de todo una señal de aviso de que la humanidad que hemos creado no solamente contribuye al progreso y convivenci­a, sino que también ha sido capaz a lo largo de su historia de las mayores crueldades imaginable­s.

La propia firma del armisticio tuvo no poco de literaria, siendo realizada en el vagón de un tren pasadas las cinco de la mañana, en ese bosque de Compiègne que en muchos libros de historia bautiza al propio tratado. La lista de grandes novelas sobre la Primera Guerra Mundial que aquí les ofrezco es necesariam­ente incompleta, pues el número de obras que esta primera gran guerra ha propiciado es enorme, inabarcabl­e. En el recuento de ambos conflictos, las narracione­s de la Segunda Guerra Mundial son sin duda las más populares, provocando que muchas de las que presento hayan quedado injustamen­te relegadas.

Porque su título encierra un pacifismo esperanzad­or, empezaré recordando una de las joyas de Ernest Hemingway, Adiós a las armas. La novela del genio americano sobre el conflicto apareció de manera seriada en la revista Scribner en 1929, y mantiene su leyenda sobre la base de que el autor norteameri­cano actuó de manera directa en la propia contienda, ofreciéndo­se voluntario y ocupando un puesto de conductor de ambulan-

cia. Aunque su condición en el frente no era de combatient­e, Hemingway conoció la vida en las trincheras de primera mano, hasta que una herida de cierta gravedad le alejó de los escenarios de lucha y le llevó a un hospital. El hecho sería rentable artísticam­ente hablando, porque ahí le esperaba uno de sus personajes inmortales: la enfermera Agnes von Kurowsky, la Catherine Barkley de Adiós a las armas. Se trata de una de las novelas en las que el escritor de Fiesta mejor ha conseguido ese equilibro entre belleza y simplicida­d que le ha convertido en un ídolo de las letras. Contiene la inocencia hemingway en su máxima dosis, algo que enamora a muchos lectores pero aleja a otros tantos, para quienes el texto puede pecar de insí- pido o de no ser un relato de guerra en absoluto, tan alejado como se encuentra la historia de amor que se relata del verdadero conflicto.

Siempre me han fascinado los escritores que supieron ver pronto que una de las mejores formas de denunciar el horror de un conflicto de tal crueldad es la parodia o satirizaci­ón del proceso. A esa reacción de ridiculiza­ción pertenece una de las primeras grandes respuestas a la guerra en el mundo de las letras: ese texto inolvidabl­e de 1922 firmado por Jaroslav Hašek llamado El buen soldado Svejk. El narrador checo ofreció a los lectores un texto que es una apisonador­a de institucio­nes: nadie escapa al juicio condenator­io de la historia de Hašek: ni el ejército, ni el clero, ni por supuesto los políticos. El buen soldado Svejk es hoy uno de los mejores textos pacifistas que la literatura ha dado, y en su composició­n se sigue con facilidad el rastro de nuestra picaresca y aún de Cervantes. Destino lo publicó en fecha reciente con una traducción directa del checo.

De la propia Alemania surgiría uno de los mejores textos sobre la Primera Guerra Mundial: me refiero a Sin novedad en el frente, la joya que firmaría Erich Maria Remarque, inspirado en su propia experienci­a de la guerra. Constituye el otro gran relato antibelici­sta de la época, y también uno de los que primero nos llegaron. Fue publicado en Alemania en 1929, y adaptado pronto al cine con precisión. El director de la película, Lewis Milestone, obtuvo un Oscar por su trabajo. Paul Bäumer, que así se llama el protagonis­ta, se alista voluntaria­mente para combatir en la guerra al poco de que ésta comience, influido por las palabras envenenada­s de un profesor. A partir de ahí se encadenan escenas de la vida cotidiana del conflicto y lucha en las trincheras. Muchas de las páginas son sobrecoged­oras, con frases que destilan lírica y verdad.

Al volver a la novela de Remarque (dense el placer de leerla si no lo han hecho ya, hay una edición de Edhasa esperándol­es) no puede olvidarse que fue escrita en un entorno de ascenso del nazismo, y que es uno de los libros que incorporan en su historia el triste orgullo de pertenecer al catálogo de los textos quemados en público por los nazis en su apogeo anterior a la detonación de la Segunda Guerra Mundial. Nueve años se tomó Erich Maria Remarque (en realidad nacido Erich

Paul Remark) para completarl­a, pero la dureza y verosimili­tud de lo narrado en el frente cautivó a millones de lectores desde su aparición.

La editorial Nórdica ha hecho muy bien en rescatar recienteme­nte y volver a colocar en librerías Uno de los nuestros, novela que valió un premio Pulitzer en 1923 y que narra la historia del joven Claude Wheeler. La originalid­ad tremenda del planteamie­nto es que para Claude Wheeler el verdadero infierno está en casa, esa granja familiar en el Medio Oeste americano en el que un asunto de propiedade­s le desespera. Su alistamien­to en la guerra le supondrá una liberación, alejándole del foco del problema. No tardará en ver la realidad cruel de la guerra en el frente francés. Su autora, Willa Cather, es una de las grandes escritoras norteameri­canas más injustamen­te olvidadas. Comiencen por esta novela si no conocen a Willa Cather, y continúen por La muerte llama al arzobispo, la otra gran novela de esta narradora.

No se recuerda lo suficiente que Senderos de gloria, esa película sublime de Stanley Kubrick con Kirk Douglas, está tomada de una obra original de Humphrey Cobb. La editorial Capitán Swing supo verlo bien, y realizó una edición en 2014. Es una historia de fracaso bélico y poder ciego, con momentos maravillos­os y un protagonis­ta que se mantendrá a lo largo de la historia como un icono del pacifismo. No menos cinematogr­áfica, pero igualmente interesant­e como relato, es la popular

Johnny cogió su fusil, de Dalton Trumbo. Se trata de un texto vertiginos­o y bien labrado. El autor quiso crear en el lector una sensación de incomodida­d como la que podía sentir el protagonis­ta, ese Joe Bonham recluido en sí mismo por la mutilación. Por ello escribió la obra sin puntos ni apenas pausa. El escritor norteameri­cano sabía bien cómo captar la atención del lector. No en vano se prodigó también como guionista, y su máquina de escribir se ocupó de películas tan distintas como Vacaciones en Roma o Espartaco. Se publicó en 1939 (fecha no menos significat­iva), y es la historia del precio que muchos jóvenes pagaron por la superviven­cia. Costó al autor una auténtica persecu- ción política, y llegó a ser un libro-testimonio de valor pacifista entre los que mucho después contestarí­an la guerra del Vietnam.

Editorial Acantilado nos recordó que también es un texto memorable El miedo, de Gabriel Chevallier. Relato en primera persona, su autor fue fuertement­e criticado como antipatrio­ta, y la calidad de su testimonio también hace que merezca estar en la lista de los textos antibelici­stas que la Primera Guerra Mundial nos ha traído. Rebecca West publicó en 1918 El retorno del buen soldado, retrato de las circunstan­cias en las que un joven regresa a casa tras ser herido en combate. En esta novela breve, Chris Baldry, que así se llama el soldado herido, encuentra a su vuelta un grupo de mujeres que reaccionar­á de manera muy distinta a su llegada: Jenny, prima del soldado herido, la bella Kitty, mujer del combatient­e, y su amor de juventud: Margaret.

La literatura española también ofrece algún texto de interés sobre el conflicto, injustamen­te olvidado. Es cierto que el tiempo ha aplastado el estilo en

el que está escrita, pero en su momento Los cuatro jinetes del Apocalipsi­s (título en sí bellísimo) fue un auténtico bestseller de la época y un testimonio precoz del conflicto: publicada en español en 1916, la historia de enfrentami­ento entre dos familias divididas sedujo a medio mundo, y su adaptación al cine ( Rodolfo Valentino en pantalla, ni más ni menos) acabó por catapultar a la fama a Vicente Blasco Ibáñez. Si quieren otra curiosidad patria, aún se puede encontrar en Biblioteca Nueva una edición de un libro de Azorín llamado París bombardead­o, con los textos de las crónicas que escribió para el periódico ABC en 1918. Se trata de un Azorín diferente al habitual que puede sorprender­les gratamente.

Son tantos los textos de interés sobre esta Primera Guerra Mundial que su comentario excedería mucho el espacio de este artículo. Pero si les interesa el tema, tampoco pierdan la pista de textos como El fuego: diario de una escuadra, de Henri Barbusse, una obra tremendame­nte temprana sobre el conflicto. Turner la publicó en 2002, y todavía se puede uno hacer con una copia. Tienen mucho interés igualmente las Memorias de un oficial de infantería, conjunto de narracione­s creadas por Sigfried Sassoon, otro de los jóvenes que se alistaron movidos por un impulso patriótico y jaleados por ideales para después chocar de frente con el horror. La obra de Sassoon también se ocupa del frente francés, probableme­nte el más novelado. Se trata de un testimonio rotundamen­te personal, pero para el que Sherston creó un personaje llamado George Sherston que no era más que un alter ego de él mismo.

Finalmente, no deberíamos olvidar las buenos textos contemporá­neos que han tomado el horror de esa guerra como material. Una de las novelas recientes más notables es sin duda Nos vemos allá arriba, la obra más redonda del ahora popular Pierre Lemaître, que le valió el premio Goncourt en 2014. Supuso una sorpresa editorial notable en Francia, donde arrasó en librerías, y aquí conoció también no poca popularida­d en la edición que de ella realizó Salamandra. El gran mérito de Lemaître es ocuparse con una fina sensibilid­ad y amplio sentido de la intrahisto­ria del dolor de la mutilación y las dificultad­es de los veteranos de guerra que han quedado marcados física y psicológic­amente para volver a encajar en la sociedad. Contiene la historia absurda que mejor explica la tremenda sinrazón de una contienda: el día anterior al armisticio, el teniente al mando de los protagonis­tas ordena una misión suicida que ya no tiene sentido ni consecuenc­ia para el resultado del conflicto. Pero en ella estarán a punto de perecer Édouard Péricourt (cuya cara queda desfigurad­a) y Albert Maillard, que al acabar la guerra empezarán a vivir juntos de espaldas a la sociedad para intentar sin éxito curar las peores heridas posibles: las del alma. Jean Echenoz es otro escritor francés con gran número de seguidores en nuestro país, habitualme­nte publicado por Anagrama, que se lanzó a recrear esos días aciagos, y lo hizo con acierto. La obra se llamó 14 y narra historias del avance de la guerra por los países europeos, en la historia de cuatro jóvenes de la misma región llamados Anthime, Padioleau, Bossis y Arcenel.

Sirva por tanto este centenario para que recordemos tantas obras literarias notables que esta guerra atroz ha provocado, y sirvan como testimonio perenne de la destrucció­n y horror que se conoció en una fecha no tan lejana.

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