Runner's World (Spain)

Territorio Beamon

“ANTES DEL FRÍO, LEVANTA LAS VELAS” (VETUSTA MORLA)

- POR MIGUEL CALVO Síguele en @MiguelCalv­o_A

La pasión por la velocidad trasciende el paso del tiempo, de recuerdo más lento.

COMO SI LAS SOLUCIONES para todo siempre se encontrase­n en la literatura y en el arte, el escritor argentino Ricardo Piglia convirtió a la lentitud en el mejor antídoto contra el vértigo: “Cuanto más profunda es la quietud, más intensa es la narración”, decía.

En el lado opuesto, una entrevista con un campeón del mundo ya retirado en busca de su nuevo lugar en el mundo: “Cuando corría, siempre quería ir más rápido. Unas centésimas menos. Llegar antes a la línea de meta. Ganar. Derrotar al reloj. Y cuando vas tan rápido, la vida pasa demasiado deprisa”.

Y entre las ganas de vivir con intensidad cada instante y la necesidad de encontrar la pausa que hace girar el mundo más despacio, una carrera bajo el calor de una interminab­le noche de San Juan. El sueño de conseguir un nuevo récord, de seguir acumulando números y recuerdos. Y la emoción de todo el graderío puesto de pie dentro de una ajustada carrera de relevos.

¿Algún día el pasado será más grande que el futuro y querremos que todo comience a ir a cámara lenta?

“Quién sabe cuándo comenzaré a sentir nostalgia, cuándo me empezará a doler que sean otros los que corran dentro del estadio. De momento, me parece seguir viviendo en una atmósfera irreal, como si continuase viajando fuera del tiempo”, tal y como dijo durante sus últimos años como atleta de élite el italiano Pietro Mennea, el campeón olímpico de 200 en Moscú 1980 detrás de cuyo legado parecen correr en la actualidad jóvenes como Filippo Tortu o Bruno Hortelano.

“Una vita di corsa”, según se titula una de las biografías más recientes sobre el velocista de Barletta fallecido en 2013, pero a quien cada 12 de septiembre se le sigue recordando con carreras en colegios y calles de toda Italia.

La pasada primavera, con 83 años y con motivo de una carrera conmemorat­iva, Armando Roca regresó casi medio siglo después a la pista de ceniza de la Ciudad Universita­ria de Madrid donde batió el récord de España de 100 metros en 1959.

El día anterior a la competició­n, nada más llegar a la gran ciudad después de un viaje en tren desde Tolosa, el atleta dejó las maletas en el hotel y lo primero que hizo fue ir a reencontra­rse con la vieja pista, engalanada como en las mejores ocasiones después de tanto tiempo de silencio.

Emocionado, abrazado por la soledad del estadio vacío y el olor a tierra mojada que queda después de una pequeña tormenta, el veterano velocista comenzó a pasear entre todos sus recuerdos junto a la línea de meta pintada con cal sobre la ceniza.

Desde una de las esquinas del recinto, una joven escultora que ultimaba unos trabajos para la fiesta del día siguiente, contempló la escena y, muerta por la curiosidad, se acercó a ese hombre que parecía pasear sin rumbo sobre la pista.

Sin nadie más que pudiera verlos, ella, llena de la lentitud en la que nace el arte, y él, atrapado en la velocidad de quien sigue viviendo de carrera en carrera, caminaron juntos por la recta principal mientras que el viejo le hablaba de una época tan lejana que dejó de existir hace mucho tiempo. De todas las emociones y los sentimient­os que seguían latiendo allí, tan ocultos y a la vez tan vivos.

Y la artista, completame­nte ajena al mundo del atletismo, le escuchó contar su propia historia y la del lugar en el que se encontraba­n, mientras sentía cómo sus ojos se iban poniendo cada vez más vidriosos y la piel se le iba erizando al escucharle hablar, atrapada por la emoción de sus palabras.

“Han pasado cincuenta años, pero aún sigo soñando con esta recta”, concluyó él antes de irse en silencio por donde había venido y regresar a la mañana siguiente para correr allí una vez más.

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Miguel Calvoes estadístic­o de la AEEA.

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