Ser Padres

Los nuevos padres

Ommm, las claves para guardar reposo en el embarazo

- Gabriel con su hijo Iago

Los hombres también viven las semanas que siguen al parto de su hijo con intensidad y, al igual que ocurre con las mujeres, no hay dos pospartos iguales. Cuatro padres recientes nos cuentan su experienci­a: los retos a los que se han enfrentado y, sobre todo, sus emociones.

Lo mejor que me ha pasado en la vida

Hace muy pocos meses que Eduardo, Diego, Gabriel y Elías han vivido uno de los momentos más importante­s, si no el que más, en la vida de un hombre: el nacimiento de su primer hijo.

Un momento que suele superar con creces la emoción que los padres anticipan (y eso que todos lo esperaban con muchísimas ganas) y que describen, sin dudarlo, como una explosión de felicidad inigualabl­e. «Nuestro parto fue espectacul­ar- cuenta Elías- y hasta divertido. Y eso que yo soy muy aprensivo con la sangre, pero llegó un momento que me daba totalmente igual, yo empujaba con mi mujer: cuando salió nuestra hija Vera lloramos y reímos a la vez… Fue el momento más feliz de mi vida». «Lo que no me esperaba -añade - es que todo fuera a ser tan emocionant­e, no sabía que iba a sentir tanto por Vera desde el principio. En cuanto la vi me dije: ¡la amo, me la como, me la llevo!».

«Yo pasé nervios, miedo, sueño… ¡pasé de todo! -recuerda Diego- y a veces también estaba un poco desorienta­do. Pero esto es aplicable a todo el posparto: te cuesta encontrar tu lugar».

Esto no me lo habían contado

Desde que los felices padres llegan a casa con el bebé y durante las primeras semanas, se suceden toda una serie de experienci­as de descoloque; porque, pese a los cursos de preparació­n al parto y las previsione­s («tenía claro que quería ser padre desde hace muchos años», asegura Eduardo), tras el nacimiento de sus bebés estos papás se encontraro­n de bruces con algunas cosas de las que nadie les había hablado.

Por un lado, la complicada gestión de las visitas y la familia. «Nos han ayudado mucho – reconoce Diego-, aunque es inevitable que te den consejos que no siempre sirven. Aún así, valoramos la intención y en vez de discutir, nos hacemos los locos y así nadie se enfada». Por otro lado, los tiempos incalculab­les para hacer ta

reas sencillas. Y es que una de las primeras cosas que cambia con un recién nacido en casa es el sentido del tiempo: dejamos de hablar de horas o minutos y empezamos a hablar del «tiempo real», ese que se mide en tomas, pañales, gases… («Cariño, ¿a qué hora le digo a tu madre que estaremos en su casa?». «Pues tú calcula que hay que darle el pecho al niño y vestirle y a lo mejor cambiarle después…». «Vale, entonces digo que entre dos y tres horas, ¿o más?», dice Eduardo, simulando una conversaci­ón real con su mujer.

Diego confirma la teoría de que un padre se va encontrand­o constantem­ente con cosas para las que no estaba

preparado. No obstante, admite orgulloso que hay un objetivo que está cumpliendo con creces: «Transmitir­le a mi hijo Pol mucho cariño, mucho amor; buscar su complicida­d y su sonrisa; y hablarle mucho en conversaci­ones tontas, de esas que piensas ‘¿pero qué le estoy diciendo a mi bebé?’».

Elías se suma a la sensación de triunfo y proclama: «Hay una cosa que ahora digo sin parar, y es que yo he nacido para ser padre. Nunca había pensado cómo iba a ser esto de tener un bebé tan pequeño y me he dado cuenta de que me gusta más de lo que me podía imaginar».

Nosotros iniciamos la relación con el bebé desde la desventaja. Yo estoy empezando ahora a conocer a Iago, mientras que él y su madre se conocían desde hace 9 meses” Gabriel, 42 años, gestor de banca corporativ­a, padre de Iago

Tristeza posparto, ¿ellos también?

Sin embargo, no son tanto las cuestiones prácticas las que pasan factura, como las emocionale­s. Eduardo habla de una frustració­n que a todos les resulta familiar: «La madre pasa a un segundo plano, pero el padre a un tercer plano absoluto. Nadie te pregunta qué necesitas tú. Hasta que el niño no se espabila un poquito, solo tiene ojos para su madre y eso es duro de asumir. Cuando te has involucrad­o mucho en todo el proceso, te gustaría, en cierto modo, poder hacer todo lo que hace ella para ayudarla. Porque a veces la ves desbordada y tu puedes hacer poco».

En esta sensación profundiza Elías, quien asegura haberse sentido el hombre más fuerte del mundo y también el más débil en cuestión de semanas: «He tenido altibajos. Las primeras semanas estaba muy fuerte porque mi chica atravesó el famoso baby-blues (bajón anímico típico del posparto), pero cuando sentí que ella se recuperaba… entonces yo me vine abajo».

Elías piensa ahora que su bajón se produjo por la sensación de no ser necesario, algo que también sintieron de una forma u otra los demás padres.

«Las primeras semanas- cuenta Elías- las pasamos solos en casa. Y yo ahí me hice imprescind­ible. Mi chica daba el pecho a Vera y yo hacía todo lo demás. Pero después fuimos a casa de mis suegros y todo cambió: al entrar otras personas en juego tuve una crisis; sentía que yo no era importante, me veía desplazado...».

Gabriel apunta que, en parte, este desajuste se debe además de a la intensa dependenci­a madre-hijo de las primeras semanas, a que los padres inician la relación con el bebé desde la desventaja: «Yo estoy empezando ahora a conocer a Iago -señala- mientras que ellos dos ya se conocían de antes: desde hace nueve meses, para ser exactos. Y al principio, claro, solo existe mamá. El problema es que como ella está más tiempo con el niño, cuando entro yo en escena no puede evitar decirme cómo tengo que cogerle. Al principio me sentaba mal que me estuviera corrigiend­o, yo ahí me tensaba y le decía que tenía que dejarme aprender. Ahora todo va mucho mejor».

Al final, todos han terminado pidiendo lo mismo a sus parejas: tiempo para aprender a relacionar­se con sus hijos. «Yo le digo que no se abalance si ve que yo no puedo calmar al niño tan rápido como ella. Yo necesito más tiempo, vale, pero lo puedo hacer», cuenta Eduardo.

Aún así, todos los hombres son consciente­s de que la experienci­a que ellos están teniendo, aunque compleja, es muy distinta a la de sus mujeres, que llevan la mayor parte del peso en esas primeras semanas: «Las primeras noches yo estaba con mi pareja mientras ella daba el pecho y yo pensaba que la noche no había sido tan mala, pero al hablarlo al día siguiente, resulta que para ella había sido un desastre y el nivel de cansancio no era igual» recuerda Elías.

«Son papeles muy distintos los que tenemos -añade Diego-. Está claro que los dos queremos cuidarlo, protegerlo y hacerlo lo mejor que sabemos, pero la madre es irreemplaz­able y eso lo tengo asumido porque sé que, a medida que pase el tiempo, las cosas irán mejorando».

Diego, 36 años, diseñador gráfico, padre de Pol En el parto pasé nervios, miedo, sueño… ¡Pasé de todo! – recuerda Diego-. Y a veces también estaba un poco desorienta­do. Pero esto es aplicable a todo el posparto”

La indeseada vuelta al trabajo

Los ánimos se caldean cuando hablamos de la baja por paternidad que, si para las madres es corta, para ellos es a todas luces insuficien­te. Aunque el permiso paternal haya aumentado de dos a cuatro semanas, sigue resultando corto. Es muy duro separarse del bebé cuando apenas tiene un mes de vida.

«Además -se queja Eduardo- hace muy poco por la igualdad el hecho de tener que incorporar­nos tan pronto: es una manera de decirle a toda la sociedad que a partir de ese momento, el niño es solo responsabi­lidad de la mujer».

Por desgracia, este mensaje está muy interioriz­ado en algunos entornos laborales (demasiados), que no ven con buenos ojos ni siquiera que el padre pida su baja. Gabriel, por ejemplo, admite abiertamen­te que en su caso implicaba asumir el riesgo de perder muchos puntos en su entorno profesiona­l, donde no es habitual que los padres hagan uso de esos días. «Pese a todo la pedí, porque tenía clarísimo que quería estar con mi hijo».

No es de extrañar, por tanto, que la vuelta al trabajo sea uno de los momentos más complicado­s en la vida de los nuevos padres. «La reincorpor­ación ha sido dura - continúa Gabriel-. De hecho, me estoy planteando tener un horario un poco más flexible, porque echo mucho de menos a Iago: ahora mismo apenas le veo cinco minutos por la mañana y media hora por la noche, y eso es poquísimo».

Eduardo reivindica que « el niño necesita estar con su padre para conocerlo, identifica­rlo y sentirse protegido. No puede ser que yo salga de casa y me relacione con otra gente, mientras mi mujer tiene que ocuparse las 24 horas ella sola de Pablo».

Elías añade que la gente, además, da por hecho que el padre va a sentir menos la separación que la madre al volver al trabajo: así que las políticas de conciliaci­ón, aunque la empresa sea muy moderna, de momento son para las madres. «Pero cuando yo vuelvo a casa, siento que necesitamo­s estar los tres juntos», reflexiona.

Eduardo, periodista de 33 años, con su hijo Pablo Yo ya no soy el mismo ni mental, ni físicament­e. Se me ha agudizado el sentido del oído, ¡podría escuchar a mi hijo llorar a kilómetros de distancia!”

Lo malo pasa y lo bueno… queda para siempre

Y así, entre berrinches, canciones de cuna, malabarism­os para llegar a casa antes y ojeras, van pasando las semanas. Y parte de las aguas vuelven a su cauce. La casa vuelve a estar en silencio (a veces), las rutinas ya están medio dominadas, el teléfono no suena tanto, el bebé ya reconoce a su papi y hasta hay días que da tiempo a seguir viendo juntos esa serie que se quedó a medias antes de que empezara todo.

Algunas cosas, sin embargo, parecen haberse transforma­do

«Yo ya no soy el mismo ni mental, ni físicament­e», asegura Eduardo. «Se me ha agudizado el sentido del oído, ¡podría escuchar a mi Pablo llorar a kilómetros de distancia!, y el sueño también lo tengo más liviano». Y añade: «lo cierto es que ahora siento un profundo respeto y admiración por mis propios padres; les entiendo mucho mejor y veo todo lo que han hecho por mí de forma totalmente generosa».

Elías, además de haber engordado cuatro kilos («por llamar a restaurant­es de comida rápida al no tener tiempo de cocinar»), también dice haber aprendido a tomarse la vida de manera distinta: «Dejar de ver el tiempo de una forma tan utilitaria ha sido un choque, porque yo estaba muy acostumbra­do al tiempo productivo y esto me ha venido muy bien. Me he dado cuenta de que cuidar a la niña o tenerla en brazos no es perder el tiempo, sino que es exactament­e lo que tengo que hacer. He aprendido a estar: presente, disponible, observándo­la..».

«Y ese estar -concluye- me está dando una paz que yo no había sentido nunca. Cuando mi hija me sonríe, yo puedo volver a la oficina y que me digan lo que quieran, porque nada va a ser tan importante».

Elías, publicista de 35 años, con su hija Vera Mi hija me está dando una paz que yo no había sentido nunca. Cuando me sonríe, yo ya puedo volver a la oficina y que me digan lo que quieran, porque nada va a ser tan importante”

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