Nacen los sentimientos.
No habla, pero con su cuerpo ya es capaz de expresar todas sus emociones y sentimientos.
Tan fascinante como observar el desarrollo físico de nuestro bebé es hacer un seguimiento de su evolución emocional. Un mundo de sentimientos y sensaciones que los padres descubrimos al ritmo que el pequeño va marcando.
Al principio solo son dos: bienestar y malestar
En las primeras semanas de vida, el bebé únicamente sabe distinguir entre dos sentimientos primarios: bienestar y malestar. Si está limpio, alimentado, relajado y no hay a su alrededor nada que le perturbe, siente bienestar. Esto lo expresa con un gesto de placidez y una sonrisa angelical que en las primeras semanas consiste en una mueca producida por un reflejo innato. Por el contrario, si tiene hambre, sed, frío, calor, sueño, alguna molestia o se siente solo, se inquieta, llora, berrea, su rostro se contrae y todos sus músculos se ponen en tensión.
Con dos meses: si me sonríes, te sonrío
Si ve una cara sonriente, no suele tardar mucho en responder él también con una sonrisa que ya le sale de su corazoncito; incluso si se trata de alguien que no conoce, pues antes de los tres meses el pequeño no sabe distinguir aún entre personas conocidas y desconocidas. A partir de entonces ya empieza a ser más selectivo con sus demostraciones de amor.
A los cuatro meses: de la alegría o la rabia al enfado
El bebé comienza a experimentar sentimientos diferentes. Es capaz de evaluar los acontecimientos y las impresiones que recibe y, asimismo, de ir guardándolas en su memoria. Por ejemplo, ya puede sentir alegría. Por eso se pone tan contento cuando consigue hacer funcionar el móvil que pende sobre la cuna o cuando el juego que se trae con mamá está llegando a su emocionante desenlace.
Pero a partir de ahora también empieza a sentir rabia y se enfada cuando algo no sale como esperaba. Si, por ejemplo, el móvil no quiere girar a pesar de sus esfuerzos, protesta con unos buenos y sonoros chillidos.
Entre el quinto y el séptimo mes: ya sabe sentir miedo y desconfianza
Así es, entre el quinto y el séptimo mes, el bebé descubre el miedo. El hecho de que pueda sentir temor presupone que tiene una idea formada de una situación determinada. Por ejemplo, recuerda que la última vez que le pusieron una inyección le dolió un poco. Sin embargo, la sensación de miedo no la podría experimentar si no conociera lo que es sentirse seguro y protegido. El hecho de saberse fuera de peligro con
personas conocidas o en un entorno que le resulta familiar hace que se sienta amenazado por todo lo que se le presenta como desconocido o a lo que no está acostumbrado. Por eso, a partir de los seis meses el niño se muestra muy cauto o, incluso, manifiesta abierta y claramente su rechazo cuando una persona extraña le quiere coger en brazos.
El amor y el cariño son a su vez requisitos para poder experimentar tristeza. Si a lo largo de los seis primeros meses la o las personas con las que el niño se está relacionando (por ejemplo, la niñera) cambian debido a las circunstancias que sean, no le afectará mucho. Pero a partir de los seis o siete meses se notará que las echa de menos, porque ya había sido capaz de sentir cariño hacia ellas.
A esta edad también empezará a experimentar un sentimiento parecido a la vergüenza o a la culpa. De ahí su cara, si le pillamos haciendo alguna cosa que le hemos prohibido.
Después de cumplir el año: los sentimientos del niño se volverán más complejos
Se podría decir que a partir del año tiene sentimientos «mixtos». Ya sabrá lo que son los celos –una mezcla de amor, miedo y rabia–, el disimulo y la picardía –una combinación de miedo al castigo y placer por lo prohibido– y compasión, lo cual implica poder sentir interés y dolor por otros. También el amor, la simpatía y el placer se pueden mezclar en el instante menos esperado con sentimientos desagradables. Por ello, no es fácil para el pequeño aprender a convivir con semejante turbulencia de emociones nuevas.