Estrategias para calmar tempestades
Nuestra actitud puede inclinar la balanza del lado de la paz o del de la rabieta. Es fundamental que seamos capaces de respetar los ritmos del niño y comunicárselo. Y en realidad, no es tan laborioso. Solo tenemos que ser conscientes de sus necesidades, aquí y ahora. Veamos unos ejemplos:
Leo, de 13 meses, está sentado en la cuna intentando quitarle el abrigo a su osito. Está totalmente concentrado en esta actividad. Su mamá ha quedado con una amiga en 15 minutos. El tiempo apremia:
Opción A: La madre va a la cuna y dice: «Leo, tenemos que vestirnos y marcharnos». Espera hasta que el niño interrumpa su juego y la mira. No tardará mucho. Entonces coge al niño, que se deja llevar sin protestar.
Opción B: La madre se planta delante de la cuna y sin decir nada saca al niño y lo viste. Seguramente Leo protestará.
Patricia, de 14 meses, tiene hambre. Espera a que su madre le dé la cena.
Opción A: Su mamá se sienta con ella en la mesa y dice: «Umm, ¡qué comida más rica! ¿Te apetece comer?». Deja que la niña intente usar ella sola la cuchara y que se entretenga cogiendo entre sus dedos pedacitos de pollo, sin meterle prisa para que termine. La madre se toma el tiempo que Patricia necesita.
Opción B: Su mamá se sienta en la mesa y le mete una cucharadita tras otra en la boca, independientemente de si Paula protesta o no. La comida se convierte en un tira y afloja. Es obvio que los padres que esperan hasta que el niño les dé una señal o su consentimiento, se ahorran un montón de disgustos y enfados.